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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

Sin palabras

Stalin y Putin

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No es una película de guerra.

Soberbia, “sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante y hasta despreciativo hacia ellos”. Siempre hubo, como mínimo, un soberbio detrás de cualquier guerra.

Las películas de guerra no me gustan. Digamos que me estremecen. Mi pasión por el cine siempre me llevó a traspasar la pantalla y, claro, me pasan cosas. Me creía Escarlata y proclamaba aquello de “ a Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme ”; o Lucilla, en la arena romana, exhortando a los pretorianos lo de “ una vez creímos que Roma valía la vida de un hombre bueno…Creámoslo de nuevo…”

El otro día de forma premonitoria vi en casa “Múnich en vísperas de una guerra ( 2021 ), de Schwochow. Corría el frío Otoño de 1938, Hilter se preparaba para invadir Checoslovaquia, Chamberlain hacia lo que podía ( ganar tiempo ) y yo me sentía como Lena la judía.

No, no me gustan las películas de guerra. Me estremecen y me encogen el alma cuando siento dentro de mi el horror del éxodo, el sabor metálico de la sangre, el dolor de la absurda muerte, el abandono, la miseria, las restricciones, el ruido sordo de las bombas, la falta de libertad, el desgarro de la pérdida, el hambre, la falta de abastecimiento, el sabor salado de las lágrimas, la mutilación como propia, la destrucción del hogar, la desolación…y más muerte.

Y ocurre que ahora todo eso es real. Aunque en Ucrania llevan ocho años con una guerra soterrada, sin que a nadie nos importe, ahora las escenas bélicas al más puro estilo Spielberg son escenas reales. Misiles que de verdad matan y recién nacidos de carne y hueso liados en mantas en refugios llenos de escombros.

No se cómo se combate esto. El “arma nuclear económica” le da igual. Ya lo tenía descontado… Y además aparece de fondo China y un acuerdo de hace tres semana con Rusia sobre el nuevo gasoducto a través de Moldavia que permitirá sobreexportar a China durante los próximos 30 años y tensar más aún la cuerda del suministro a Europa.

Maia lleva muchos años trabajando en casa. Llegó desde la bella Georgia huyendo de la miseria y de aquella otra guerra. Con ella he maldecido hoy a quien está causado tanto dolor. Un día hubo un compatriota suyo, georgiano, que por imperturbable se ganó el apodo del “ hombre de acero ”. Tenía una pequeña cojera, andaba a pasos cortos y jamás se reía - nunca se fíen de alguien así -. También lo hemos maldecido. A Putin lo ha poseído el peor Stalin en pleno siglo XXI. Maia y yo estamos desoladas.

¿Cómo pueden algunos tener nostalgia de la Unión Soviética?. Siempre hay un soberbio detrás de cualquier guerra. Y si además es un gran hijo de mala madre, perdónenme, pero es lícito y hasta legítimo desearle la muerte.

“La gratitud es una enfermedad que sufren los perros”. Josef Stalin. Ahí es nada.

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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