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Infernalia

Carlos Puentes

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Hace casi exactamente un año, por concretar, el 12 de junio del 2013, abría este rincón con un nada disimulado “Summer is coming...”, que además de jugar con el lema de la casa Stark de la muy recomendable saga de novelas Canción de Hielo y Fuego, dejaba caer que en los días venideros, lo que tocaba era asistir, con el pasmo propio de esta tierra, al continuo in crescendo del mercurio en los termómetros de la ciudad.

Quiere la terca casualidad, además, que al año de escribir aquello, la productora que está llevando a la pequeña pantalla dicha saga, haya puesto los ojos en este pequeño rincón del planeta, para rodar ciertas escenas de uno de los reinos de la cosmogonía creada por Martin, que guarda más que sutiles parecidos con el muy caluroso reino que conformó en el medievo el Valle del Guadalquivir. Si al norte del universo Martin se halla la polar Invernalia, al sur, quiera Martin perdonarme, se ubica la cálida Infernalia. Que el resto de fanáticos de la saga no acepten el psuedónimo más allá de Dorne, sólo se explica porque no han tenido a bien vivir aquí los cerca de tres meses en que el Valle se convierte en puerta de entrada al Averno.

Y es que si hasta la fecha hemos disfrutado de cierta benevolencia térmica, en especial en lo que concierne a las horas propias para el sueño, desde este mismo viernes, lo que toca es ir retirando la sábana y embadurnarse en Autan. Estos días, una profunda borrasca anclada al oeste de las Islas Británicas, además de inestabilizar el norte peninsular, ha facilitado la entrada de vientos de componente sur hasta el interior continental europeo. La entrada de esta masa de aire cálida del norte africano hasta el interior de Francia y Alemania, ha permitido desde el pasado domingo, una importante actividad convectiva por la combinación de los rigores veraniegos con la alta humedad propia del centro europeo.

En la tarde-noche del lunes y de ayer martes, pudieron verse importantes núcleos convectivos de mesoescala en el interior europeo, unas descomunales aglomeraciones nubosas con rotación propia y de carácter puramente tormentoso. Imaginen tormentas que eclipsen naciones enteras. Eso ocurrió el lunes. Un gigantesco núcleo convectivo cubría los cielos de todo el Benelux y parte del oeste alemán. Las consecuencias del bicho, tal y como recogían ayer numerosos medios internacionales, reflejaban las dramáticas consecuencias de un fenómeno tan peligroso como desconocido.

Un peligroso inicio de fiesta del verano meteorológico europeo, que afronta, con el tradicional ascenso de la dorsal sahariana hasta los dominios al norte de Gibraltar, una estación en la que habrá que estar especialmente vigilantes a la capa de hielo ártico. Y es que al margen de las consecuencias que el ascenso de la dorsal ha tenido por el interior del continente, y del que España se ha quedado tímidamente al margen, desde mañana mismo, el debilitamiento del centro depresionario del Atlántico Norte, permitirá que la dorsal anticiclónica, ligada directamente al azoriano, se fortalezca sobre la vertical ibérica y mande hasta la península isos de temperatura a 850 hPa por encima de los 20º.

La consecuencia inmediata de esto serán las conocidas noches tropicales, en las que tan duro se hace conciliar el sueño en numerosos puntos de la Península Ibérica. La segunda, más vistosa en cuanto que dispara el consumo compulsivo de fotografías de termómetros callejeros mal calibrados, será la primera oleada de titulares con temperaturas en torno a la cuarentena de grados que podrían registrarse en las peores horas de este mismo fin de semana.

Quiere por tanto el tiempo atmosférico, darnos la bienvenida a la estación veraniega, dando envidia de la buena al resto de trastornados de la meteo, siendo este pequeño rincón europeo, el que queda en el imaginario triángulo que conforman Sevilla, Écija y Córdoba, el referente para quienes tengan que cubrir el relleno meteorológico en las cabeceras de todo el país. Nace así un verano que parece rollizo, con la fuerza y el vigor de otros veranos de infausto recuerdo, aunque aún prematuro para bautizarnos, con todo merecimiento, como la Infernalia europea.

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