Las formas catódicas de lo desconocido
¿Por qué alguien a quien no le interesan en absoluto las series de televisión -excepto, lógicamente, las que rodaron Rossellini, Oliveira, Bergman, Rivette, Godard, Pialat, Fassbinder, Kieslowski, Franju, Reitz, etc,- dedicaría una entrada de su blog a hablar de ellas? Bien, la respuesta es fácil: Richard Matheson y Joseph Stefano, que es parecido, pero no es lo mismo, que The Twilight zone y The Outer limits; enésima constatación de que, salvo excepciones -la mencionada televisión de autor europea, Twin Peaks, etc.-, en el territorio televisivo el guionista es el rey y los directores casi nunca pintaron gran cosa.
La obra literaria de Matheson no necesita presentación y la cinematográfica tampoco, su trabajo en la Zone merece dedicarle algo más que unas pocas líneas, sobre todo si tenemos en cuenta que sobre él se apoya gran parte del boom del cine norteamericano de ciencia-ficción de los años setenta (e incluso de 2009, año en el que Richard Kelly arruina en The Box la única aportación de Matheson para el remake de los 80 de The Twilight zone, el magnífico episodio Button, button), que se dedicó, en buena medida, a saquear, vulgarizar y destrozar sus impagables aportaciones al género.
Para la famosa serie creada por Rod Serling, el autor de Soy leyenda aportó dieciséis libretos a lo largo de sus cinco temporadas, no es que sea mucho, teniendo en cuenta que la serie original consta de 156, pero sí lo suficiente si los tomamos como un todo, aislados del resto. Vistos en continuidad, revelan la personalidad única de un autor fascinante, muy adelantado a su tiempo -o al menos al resto de sus colegas que trabajaban en el medio cinematográfico y televisivo- y con una increíble capacidad para hacer aparecer lo fantástico, lo inexplicable, a partir de lo cotidiano, dejando, a su vez, un puñado de falsas pistas que alejaban a los espectadores perezosos de las posibilidades más inquietantes y fantásticas del relato (cfr. Nick of time, incluido en la segunda temporada, verdadera joya repleta de capas).
Probablemente todo el mundo conozca el relato -y su respectiva adaptación cinematográfica- de Pesadilla a 20.000 pies (episodio de la quinta temporada de la Zone), donde una criatura desconocida recorre el ala de un avión en vuelo aterrorizando a un pasajero sentado al lado de una ventanilla, pero probablemente no sean tantos los que sepan que Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), sin su cacharrería paranormal y su gran guiñol, procede de un episodio escrito por Matheson para la tercera temporada de The Twilight Zone, Little girl lost, donde una niña desaparecía en casa de sus padres, accediendo a otra dimensión a través de la pared de su dormitorio, dejando a estos con el sonido de sus lamentos implorando ayuda. Hay que ver, para rendirse al increíble talento de Matheson, la secuencia en la que un amigo científico de los padres, que acude en su ayuda, traza en la pared, simplemente con la ayuda de una tiza y un compás, la apertura por la que la pequeña ha accedido accidentalmente a otra dimensión. Spielberg, gran admirador de la Zone cuando era un mero adolescente en los años de sus emisiones originales, no sólo tiró de Matheson para Poltergeist y Duel (1971), sino que también se sirvió del soberbio episodio The Invaders para rodar la abducción del pequeño Barry en Close encounters of the third kind (1977).
Matheson era un maestro a la hora de conseguir que una desaparición fuera algo más que una simple desaparición, convirtiéndose ésta en un auténtico borrado inexplicable que terminaba cuestionando el orden físico del propio universo (And when the sky was opened, Little girl lost, A world of difference, el comienzo del telefilme Dying room only); o al mismo tiempo, que su opuesto, una aparición, provocara el mismo efecto: en el arranque de Death ship (episodio de la cuarta temporada), unos astronautas encuentran, tras aterrizar en un planeta desconocido, una nave estrellada idéntica a la suya, cuando logran entrar en ésta descubren sus propios cadáveres.
Matheson también podía resultar aterrador de forma inesperada, convocando otro tipo de espectros, aquellos que invocamos con nuestras equivocadas decisiones vitales y sentimentales, colocadas frente a la perspectiva del tiempo. Night call (dirigido por Jacques Tourneur) y Spur of the moment resultan estremecedores en este sentido, no menos que Young man's fancy, donde un solterón acude con su prometida a recoger algunas pertenencias al viejo caserón donde vivió muchos años con su madre viuda, para volver a reencontrarse con el fantasma de la posesiva mujer y decidir inopinadamente continuar viviendo con ella, abandonando finalmente a su futura esposa.
Si Rod Serling acostumbraba a ser un espeso moralista, que siempre creyó en el importante papel de la televisión a la hora de construir el ideario americano, Richard Matheson, por el contrario, fue un autor al que no le gustaba impartir sermones y prefería dedicarse a narrar, convencido de que no hay mejor relato que aquel que deja libertad al lector a la hora de sacar sus propias conclusiones. Para Matheson nada era evidente, las apariencias no eran especialmente significativas, es más, a veces eran tan sólo una trampa para ocultar un terror mucho más abstracto e informe, y por lo tanto infinitamente más peligroso.
El otro convidado del blog de hoy es Joseph Stefano, creador y productor, junto a Leslie Stevens, de la primera temporada de The Outer Limits, tras la que, cómo no, fueron cesados; aunque en realidad Stefano es mundialmente recordado por ser el guionista de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), lo cual no es precisamente una mala tarjeta de presentación. Sin ser un autor, como Matheson, con una obra literaria reputada en el mundo de la ciencia-ficción y el terror, fue realmente el alma mater de la serie y la persona que entregó un mayor número de libretos, también quien aportó esa naturaleza inolvidablemente bizarre a The Outer Limits, potenciada por el impagable talento de un joven Conrad Hall -años después convertido en uno de los mejores, y más influyentes, directores de fotografía del cine norteamericano-; y si no me creen, miren la inventiva y audacia de los encuadres e iluminación de la última fotografía de esta entrada, extraída del episodio The forms of things unknown, y díganme si recuerdan haber visto muchas cosas así en televisión.
Si Matheson era una rara avis en la televisión norteamericana de los años 60, Joseph Stefano y su producto televisivo eran unos auténticos alienígenas que a pequeñas pinceladas, y visto en retrospectiva, a veces nos recuerdan, salvando las comprensibles distancias, a David Cronenberg (The Invisibles), y por momentos hasta al mismísimo Lynch (los habitantes del caserón de The Guests y el ataque de histeria en el instante de su desaparición final). La paranoia, la conspiración, las abducciones, las invasiones extraterrestres, etc. se convirtieron en manos de Stefano en algo malsano y tenebroso -su background, a diferencia del de Matheson no era el habitual de un autor de género, era de una naturaleza menos rastreable, lo que le convertía en alguien mucho más misterioso e inquietante-, de filiación parecida a la imagen de Anthony Perkins, vestido de mujer, con el rostro desencajado y cuchillo en ristre. Gran parte de la primera temporada The Outer Limits era un ovni en los años 60 y lo sigue siendo en el 2014, el público se entretenía con el extraterrestre monstruoso de cada nuevo episodio y se olvidaban, más les valía, de las fuerzas oscuras que Stefano convocaba semanalmente, probablemente porque ni aceptaban admitirlas en los comedores de sus casas ni atinaban a comprender las delirantes, oscuras y perversas premisas de títulos como Nigthmare, Don't open till doomsday, The Invisibles, The Bellero shield, A Feasibility study, The Zanti misfits o The Chameleon. Otras, sin salir de su pluma, también acabaron contaminadas por el mismo virus: The Architects of fear y O.B.I.T. (ambas de Meyer Dolinsky, pero que muy bien podrían haber nacido de la psique del propio Stefano), The Man who was never born, The Human factor o The Guests.
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