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'Kid A': Veinte años de un mal presagio y un disco colosal

Portada de 'Kid A'

Juan Velasco

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Hace exactamente veinte años y una semana que Radiohead lanzaron Kid A. Para quien esto firma, el disco más importante del siglo XXI y una obra a menudo imitada pero nunca superada. A veces incluso por la propia banda.

Se me podrá discutir su audacia, su gratuita ampulosidad y hermetismo o, si me apuras, su sospechosa inspiración en otros trabajos de la década precedente. Es igual. Ningún otro disco reciente ha sido igual de visionario a la hora de radiografíar el estado anímico del ser humano contemporáneo -del primer mundo, se entiende- y plasmarlo a través de rock, música electrónica, versos y filosofía.

Porque Kid A es, antes de nada, un disco filosófico: depresión, ira, egocentrismo, tecnología, política, guerra, desesperanza, optimismo, fascismo, descontrol, desconfianza... Kid A es un mal presagio que nos desnudó como sociedad a veinte años vista. De hecho, escucharlo estos días, en plena pandemia -vírica y social- provoca un cierto escalofrío, en tanto a que los temas que trata están más que nunca de actualidad.

La historia detrás del disco también es interesante. Radiohead venían de publicar el Dark side of the moon para la generación postgrunge y en plena eclosión del brit pop con Ok Computer(1997), y se decidieron, no sin ciertas tensiones internas, a hacer el The wall para la generación rave. De aquellas sesiones a caballo entre Dublin, París y Londres, capitaneadas por Thom Yorke y Johnny Greendwood, salieron dos discos, Kid A y Amnesiac, que han marcado el devenir de la música alternativa contemporánea, y cuya influencia es lo único que nadie me va a discutir a estas alturas.

Pero lo relevante, en realidad, es bucear en su narrativa. Evidentemente, hay un mecanismo cerebral que hace que vea lo que yo quiero ver en Kid A y lo conecte con el presente. A ello ayuda que haya estado escuchándolo de forma obsesiva en las últimas semanas, casi como cuando lo compré por primera vez, y que con ello le haya descubierto -o buscado- unas interesantes conexiones con la actualidad.

Está todo ahí: desde el primer tema, Everything in its right place, una fachada de tranquilidad que precede al desastre; pasando al segundo, Kid A, una canción en la que una voz robotizada habla de la tecnología y la suplantación del ser humano en un contexto de política fallida (“Nosotros tenemos inteligencia, ustedes tienen ventrílocuos”).

La tercera canción, El Himno nacional, se centra en las dudas sobre el futuro como sociedad y conecta con el presente en una concatenación de versos tan simple como directa (“Todo el mundo está tan cerca, todo el mundo tiene miedo”). La furia de esta canción, que mezcla rock y free jazz, deja paso a una triste balada de ambient folk que aborda cuestiones como el falso ideal de libertad (“voy donde me apetezca”) o la negación de la realidad (“No estoy aquí. Esto no está ocurriendo”). Es How to dissapear completely.

Treefingers es una pieza de ambient tan simple y emotiva que parece escrita en los años 70 o hace tres meses en pleno confinamiento. No tiene ni letra ni mensaje. Es un interludio que da un respiro al oyente. Le siguen Optimistic, un título irónico pues su letra es una de las más tenebrosas del disco y su sonido remite al de Ok Computer, que ya era el disco más pesimista de la banda; e In Limbo, una pieza inspirada por el sonido Warp y por Boards of Canada en particular, que habla de la utopía de una sociedad que actúa unida (“Estoy a tu lado. No hay dónde esconderse” / “Estás viviendo en un mundo de fantasía”).

En Idioteque, acaso la canción bandera de Kid A con su sonido a caballo entre el break, el kraut y el techno, hay un conflicto armado: (“¿Quién está en un búnker? Mujeres y niños primero”), hay fascismo y propaganda (“no somos partidarios de sembrar el terror”) y, de nuevo y hay technología deshumanizadora. De Idioteque sale uno de los versos más lúcidos y visionarios del disco: “Los móviles trinan / Agarremos la plata y salgamos corriendo”, una alegoría perfectamente extrapolable al mensaje que presenta el documental The Social Dilemma.

Y, si Idioteque se cierra con un deseo (“ser el primero de los niños”); En Morning Bell el dilema está en “cortar a los niños por la mitad”. Es decir, repartirlos durante la separación o el divorcio. Morning Bell habla sobre el desmoronamiento de la familia tradicional, concebida en la canción como una casa vacía con las luces encendidas.

El cierre del disco llega con Motion Picture Soundtrack, un tema que incluye un manual de distracción muy contemporáneo (vino tinto, pastillas para dormir, sexo barato, películas tristes y pequeñas mentiras piadosas) y que, por estética sonora y mensaje, contribuye a crear la sensación de que todo lo que estamos viviendo es una farsa.

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