Me lo preguntó un amigo. Iba medio en broma, lo que equivale a ir totalmente en serio: “¿Te queda algún amigo que no se haya vuelto facho?”
Es argentino. Y hablábamos de Torre Pacheco. Pero también de un arquetipo que, según me cuenta, crece como las setas en el sitio donde trabaja: currito blanco y pobre que se siente superior a los migrantes. No me lo dijo, pero intuyo que, en esas charlas, se colará eso de que quien no se adapte, fuera.
Lo intuyo porque es lo mismo que ha dicho el líder del partido más votado de España, un señor que se adapta tan bien a los cambios culturales que se hizo amigo de un narco en Galicia y, en cuanto puso un pie en Madrid, dejó de hablar en gallego.
En cualquier caso, la pregunta estos días es quién querría adaptarse culturalmente a la forma de vida de un país que ha llenado periódicos, radios y televisiones de machos que apalean menores y revientan negocios en manada. ¿Esas son las señas culturales del país que los migrantes deben asimilar?
Hemos difundido al mundo que somos un país en el que hordas de españoles deciden deliberadamente ignorar el Código Penal y al sistema. En otras circunstancias, se les podría incluso llamar a ellos inadaptados. No es el caso. Son nazis. Y su odio está perfectamente organizando. ¿Y consentido? Si es así, insisto: ¿Tienen los migrantes que asimilar que ser español hoy consiste en aplicar el ojo por ojo?
Es probable que España no sea Torre Pacheco. Pero sí que demasiada gente en España ha intentado entender e incluso justificar lo que allí ocurría. Y, más allá del caso puntual, no tengo ninguna duda de que, en el lobulo frontal de la inmensa mayoría de los españoles, hay un implante cerebral a extirpar. Nuestro sistema oporativo viene con un poco de racismo instalado. Habita en nuestro interior una forma de mirar que se manifiesta en distintos grados. A veces es un racismo blandito que se disfraza de paternalismo.
Estos días, el racismo blandito más evidente ha sido defender que no se tenía que apalear a los pobres migrantes porque desempeñan los trabajos que no quieren desempeñar los pobres murcianos. Es un racismo grado cero, ya que ningún ser humano, sea de dónde sea y trabaje en lo que trabaje, merece ser el objetivo de una turba nazi (que es racismo grado 10).
Al final, lo único que me llevo de estos días tan tristes, que sin duda tendré que explicarle a mi hija cuando crezca, es que ya se puede aplicar a la inversa la excusa barata del cuñao-facho español cuando le acusan de racista/homófobo.
Es sencillo: si alguien te acusa de ser buenista, de woke o progre, la discusión se acaba cuando uno dice: “Cómo voy a ser yo eso, si tengo amigos fachos”.
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