Mi amigo canadiense
Recuerdo tu voz
entre las hileras de olivos,
y el silencio
que seguía a tu susurro.
Para un niño
era un enigma aquella gravedad
por la que las mujeres
suspiraban.
Recuerdo tu primera imagen
en la portada de un disco viejo,
un cedé rayado
en casi todas sus pistas.
Para un rockero
era un rompecabezas aquella música
que se encerraba
en el humo de las habitaciones
Recuerdo tu primer libro
en una biblioteca pública,
un misterio escondido entre
volúmenes de filosofía.
Y cómo lo llevé a casa
y lo devoré calada a calada,
bajo la luz tenue de un flexo
colándose entre la tinta.
Recuerdo tu primer verso
retumbando en mi cabeza
como una sinfonía
perfecta.
Para un proyecto de escritor
era un secreto
que uno enterraba bajo la piel,
como un tatuaje invisible.
Recuerdo a Morente
destrozando tus canciones
y logrando el milagro
de que me sedujeras (una vez más).
Para un alérgico al flamenco,
el arcano de la fórmula
silenció para siempre
sus prejuicios.
Recuerdo a Jeff Buckley
mejorando tu canción
con aquel verso:
“vivía sólo antes de conocerte”.
Aquel muchacho frágil
ahogado en las aguas
seguro está esperando
que le prestes tu sombrero.
Y recuerdo sobretodo
a mi padre imitando
“Bird On The Wire”
y lo horrible que sonaba.
Ahora que os vais a conocer,
salúdalo de mi parte,
y dale las gracias
por presentarnos.
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