Refugiantes
No hay palabra para designar a la persona que busca refugio. Y lo que carece de nombre, no existe. Refugiado es quien lo encuentra. Y mientras eso ocurre, no es nada. No es nadie. Y los nadie, como decía Galeano, no son titulares de derechos. Humanos sin derechos humanos. Ciudadanos sin ciudadanía ni más patria que sus zapatos. Hoy es el día internacional del migrante. Del que se marcha de donde no quiere a dónde no quiere contra su voluntad. Por hambre de pan o de libertad. Del migrante a secas, aunque muera ahogado en la fosa común de las costas europeas. Del migrante sin prefijos y sin prejuicios. Quien lo llama inmigrante le estaba clavando un estigma. El mismo que no ve en su propios ojos.
No hay nada que me produzca más dolor que sentirme destinatario de una mirada enferma. O ser testigo de otros que la sufren. El amante que besa apasionado y sólo siente carne y saliva en los labios ajenos. El amigo que abraza con fuerza y siente que le oprime el otro para hacerle daño. El político que se siente perseguido en los gestos de quienes no militamos en sus filas. Quien siente rechazo al velo de una mujer musulmana y es incapaz de ver la cabeza tapada de una monja. O a la inversa.
Anne Freud llamó “proyección” a este mecanismo de defensa del yo angustiado. Quien siente vulnerada su personalidad, proyecta en el otro sus propios impulsos y deseos inaceptables para ocultárselos inconscientemente a si mismo. Por la misma razón, quienes sienten vulnerada su identidad colectiva creen ver en los otros la hostilidad y el odio que en verdad proyectan hacia ellos. Cuando les enferma la mirada, es imposible conseguir convencerlos de lo contrario. No pueden mirar de otra forma.
Hace cinco años, se vendieron más de un millón de ejemplares del libro “Alemania se disuelve”, del socialdemócrata y exconsejero del Bundesbank, Theo Sarrazin. A pesar del origen islámico de su apellido, el autor defiende que los cuatro millones de musulmanes residentes en Alemania no quieren integrarse en la sociedad germana. Le enferemó la mirada y los señaló con el dedo. Porque son fáciles de señalar: son distintos. Visiblemente distintos. Y los acusa de romper la homogeneidad cultural de la sociedad contemporánea. Hace cinco años, Francia expulsó impunemente a los gitanos. No por rumanos, sino por visiblemente distintos. Como hiciera Angela Merkel con la Mezquita de Colonia, hace cinco años Suiza rechazó en referéndum los minaretes porque compiten con los campanarios de las Iglesias. Por entonces, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen cumplía 25 años con perspectivas al alza en consonancia con el aumento en las cuotas de poder de los partidos xenófobos en Holanda, Suecia, Dinamarca, Hungría, Austria… Cinco años antes, Saramago publicaba su “Ensayo sobre la ceguera”.
“El multiculturalismo ha fracasado totalmente en Alemania”. Eso dijo Angela Merkel ante las Juventudes democristianas, el 16 de octubre de 2010 en Postdam. La misma que ha liderado en Europa la necesidad de acoger a quienes buscan refugio, mientras a su alrededor se levantan muros y alambradas. Comparto el diagnóstico. Pero no su mirada enferma. El multiculturalismo consiste en la mera coexistencia de distintos. Cada uno en su sitio que nunca es el común de los dos. Como una cómoda distribuida en compartimentos estancos. El multiculturalismo se funda en la tolerancia, no en el reconocimiento. Nadie se coloca en el lugar del otro para eliminar el propio concepto de otro. Sencillamente, lo trata como a un jarrón de porcelana que se mira pero no se toca.
El interculturalismo, por el contrario, es una cómoda con los cajones sin fondo. La ropa se mezcla en una combinación caleidoscópica que fomenta visiones nuevas. Y necesita del reconocimiento al otro para que el concepto de otro deje de existir. No hay otros porque todos somos otros. Recuerdo al jugador alemán Özil, de origen turco, marcar un gol con el Real Madrid a las pocas semanas de estas declaraciones de Merkel. Para celebrarlo esbozó ante las cámaras una media luna con los dedos pulgar e índice de su mano derecha. Özil habla alemán. Juega con la selección alemana. Es musulmán. Y se siente diverso. Capaz de habitar en dos culturas distintas sin necesidad de renunciar a ninguna. Cuando se le impide ejercer o sentir esa dualidad, enferman las miradas de unos y otros. Por eso coincido con Merkel en que el multiculturalismo ha fracasado. El interculturalismo, no.
Desgraciadamente, el interculturalismo no ha pasado de ser una política coyuntural que ninguna o rara vez han utilizado los Estados-Nación para resolver cuestiones concretas. Ninguno lo ha utilizado como planteamiento estructural. Y mucho menos como ideología. Como una mirada terapéutica. Curativa. Y la razón es obvia: su virtualidad práctica negaría los pilares fundacionales de los propios Estados-Nación. Su manufacturada identidad cultural como unidad embrionaria de la unidad política y no a la inversa. Por ejemplo, ¿qué significa ser español? Desde un planteamiento estrictamente jurídico, tener la “nacionalidad” española. De manera que podría ser español un ciudadano de Euskadi y terrorista. O un ciudadano musulmán hijo de madre española y padre japonés. O un colombiano nacionalizado y exguerrillero. O un saharaui nacido durante la colonización española… La condición religiosa, sexual o ideológica para nada condiciona o modifica el vínculo político con el Estado, siempre que en su DNI aparezca la expresión: “nacionalidad española”. Haya nacido en España o no, de padres españoles o no, sea católico o no, heterosexual o no, o se exprese habitualmente en otra lengua distinta al castellano.
El fracaso de la primera era globalizadora ha supuesto que millones de ciudadanos europeos, incluso con el vínculo político acreditado de pertenencia a un Estado miembro de la UE, hayan tomado como valor cultural propio el consumismo globalizado sin renunciar (o afianzando) sus diferencias civilizatorias. Se sienten europeos y musulmanes. Por igual. Justo ahora que Europa ha tomado la decisión de convertir ambos conceptos en agua y aceite. De ahí la necesidad urgente de reivindicar políticamente la memoria, especialmente la que pueda servir como paradigma interculturalista. Y no es casualidad que donde habita esa memoria hayamos dado cobijo a “refugiantes”. Así llamaré a quienes, como nosotros, buscan refugio. Porque también lo fuimos y lo seguimos siendo. Sin más interés que mantener intacta y sana nuestra mirada.
“El velo” es un cortometraje sobre la mirada enferma hacia las personas migrantes, desplazadas o que buscan refugio. Realizada por Yaumate Films, se estrenará el próximo 29 de diciembre en el Festival “Cortos de Vista” de Nerja.
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