Los andaluces no tenemos apellidos
Ojalá España se pareciese más a Andalucía y fuese capaz de evitar las espinas, desdramatizar los conflictos y confiar en el poder seductor de las palabras.
Concha Caballero. A tu memoria.
Hace dos años, mi hijo me pidió que le preguntase sobre un tema de historia del que se examinaba a la mañana siguiente. Estudiaba cuarto de primaria y la lección versaba sobre la Edad Media en España. Tomé el libro en mis manos, asentimos con la cabeza en señal de estar preparados, y se puso a recitarlo con precisión milimétrica: “La Edad Media comienza con la caída del Imperio Romano y termina con el descubrimiento de América. Durante la Edad Media la sociedad se dividía en tres estamentos: la nobleza, compuesta por Reyes y caballeros; el clero, integrado por las órdenes y cargos de la Iglesia; y el pueblo llano, por campesinos y artesanos”. El texto se ilustraba con un castillo, un monasterio y una plaza con una cruz rodeada de casas de piedra, más una representación de los personajes citados. Concluyó feliz y me preguntó: ¿Lo he hecho bien?
No contesté al pronto. Permanecí en silencio justo el tiempo que separa la respuesta correcta de la oportuna. El dilema parecía sostenerse eternamente en la comisura de sus labios. Apenas un segundo que se desvaneció al mudar la sonrisa por un gesto de preocupación. Entonces no tuve más remedio que contestarle compasivamente: Tú, sí. Pero el libro, no.
No sé quien dijo eso del que busca la verdad merece el castigo de encontrarla. Mi hijo no la estaba buscando, pero no yo no podía cometer el doble castigo de ocultársela. Le comenté que América no fue descubierta sino conquistada. Que ya existía antes de la colonización. Y aunque era muy pequeño, entendió lo perverso que puede llegar a ser el uso de las palabras para llamar a la verdad con otros nombres. Después lo senté en la ribera de la cama, como si estuviera a punto de zambullirse en unas aguas limpias que sólo nosotros queríamos ver. Y le expliqué que esa Edad Media de la que habla un libro editado para niñas y niños de Andalucía, no fue nuestra Edad Media. Podría ser la de París o Londres, pero no la de Córdoba. Aquí, donde vivimos, además de nobles había Emires, Califas, Cadíes... junto al clero mozárabe, coexistían rabinos judíos con ulemas musulmanes, todos andalusíes; que también eran pueblo los científicos, los médicos, los poetas, los arquitectos, los músicos... y que en todos los estamentos, siempre, debías nombrar a las mujeres de luz.
En la página siguiente, el libro decía que la llegada de las riquezas americanas permitió en la Edad Moderna el florecimiento de las artes, de la ciencia y la construcción de palacios en Europa. Entonces le comenté que la Alhambra de Granada, Medina Azahara o la Mezquita de Córdoba, estaban en Europa y ya habían sido construidas con anterioridad en nuestra Edad Media. Como ejemplo de los muchos científicos andalusíes, le hablé de Ibn Firnás, inventor de la clepsidra y el primero en volar sobre unas alas desde la Arruzafa, mucho antes de que lo descubriera Leonardo Da Vinci. Apenas le mencioné la influencia en el pensamiento de Averroes, Maimónides o Ibn Arabí... Todo para que supiera que el primer renacimiento europeo no esperó a la Edad Moderna sino que tuvo lugar durante la Edad Media en el lugar donde vivimos.
De entre todas las puñaladas a nuestra memoria, quizá la que más me dolió fue comprobar que páginas adelante dedicaba apenas un párrafo a la peculiaridad andalusí utilizando esta expresión: “ellos, los musulmanes”. ¿Cómo explicaba a mi hijo quiénes éramos nosotros?
Para la historia de España, Andalucía no existe. Pero cuando necesitan un paradigma del español frente a catalanes o vascos, en lugar de colocar a un cristiano viejo heredero de la Edad Media castellano-leonesa, parasitan de los andaluces mientras nos callamos ignorantes e indolentemente. Curiosa paradoja que tiene su traducción más sangrante en la orfandad política tras las últimas elecciones. Entiendo que PP, PSOE y Ciudadanos se partan el pecho en defender el nacionalismo español camuflado en el trampantojo del miedo al secesionismo. Pero resulta incomprensible que la única formación que se adaptaba electoralmente a la diversidad del Estado, no lo hiciera en Andalucía. Podemos obtuvo sus mejores resultados en Cataluña, Galicia, Euskadi y Valencia (que no tiene rango de comunidad histórica). Es cierto que todo es más complejo y está plagado de matices que merecen un artículo en exclusiva. Que existieron voces desde Podemos Andalucía que intentaron hasta el final que se presentara con una fórmula y un discurso propio. Pero lo cierto es que no fue así y que Andalucía se comportó electoralmente como un alumno disciplinado que recitó de memoria la versión de la historia que nos imponen desde Madrid. Esa que ignora que Andalucía es la única comunidad autónoma que consiguió el rango de nacionalidad histórica por sí misma. Y la que volverá a ser ignorada en una más que probable reforma constitucional por incomparecencia en el Congreso.
Mi hijo hizo el examen. Contestó todo lo que el libro decía, añadiendo lo que aprendió la noche de antes. Sacó un sobresaliente. Y el profesor le dio las gracias porque comprendió la razón de la figura y del nombre del puente que atraviesa cada día con su coche para ir al colegio.
(La fotografía que ilustra este artículo corresponde al autor Antonio Mármol. Gracias)
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