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Pero, exactamente, ¿qué pinta aquí la Iglesia?

Elena Pérez Nadales

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La semana pasada una noticia acaparó los titulares de las secciones de Ciencia de los medios de comunicación de todo el mundo: un equipo de científicos de la Oregon Health & Science University y el Centro de Investigación Nacional de Primates de Oregón (ONPRC) han conseguido reprogramar células humanas adultas para producir células madre embrionarias.

La técnica de clonación empleada consiste en transferir el ADN de una célula de piel de un humano adulto a un óvulo donado por una mujer al que se le ha extraido su propio ADN, generando un embrión humano genéticamente idéntico (contiene el mismo ADN) al individuo donante de la célula de piel. Se permite que el embrión se desarrolle hasta los 5 ó 6 días (fase de blastocito), momento en el que se aislan las células madre que se han formado en su interior.

Estas células madre tienen el potencial de convertirse en cualquier tipo de célula humana. En concreto, los científicos de Oregón han conseguido obtener tres tipos de células: células nerviosas, células hepáticas y células cardiacas. Se espera que estas células podrán usarse en un futuro en la regeneración de téjidos u organos dañados en pacientes con enfermedades crónicas o degenerativas.  Al proceder de un tejido del propio paciente se evita teóricamente el posible rechazo del trasplante.

El revuelo en la prensa se debe a que este hito nos sitúa un paso más cerca de una posibilidad muy controvertida: la clonación reproductiva (usar la técnica para conseguir niños con el mismo ADN que un adulto concreto). Una vez lograda la generación de embriones por clonación, ¿qué nos impide ahora usarlos para “crear” humanos?

Bueno, en primer lugar hay aún limitaciones técnicas. El hecho de que hasta ahora no se hubieran podido generar células madre embrionarias por este método (fue el famoso fraude que anunció para apuntarse el éxito el biólogo coreano Hwang Woo-suk en 2004) se debe a que los embriones humanos son más delicados que los de otros animales. Los investigadores de la ONPRC han perfeccionado la técnica de la transferencia nuclear y han logrado producir embriones viables.

Sin embargo, hasta ahora, todos los intentos llevados a cabo por el equipo de Oregón para clonar primates han sido fallidos. Lo más que han conseguido es un único embarazo tras implantar más de 60 embriones a 10 hembras y desembocó en aborto. Esto hace pensar que por el momento la clonación de humanos no sería posible en caso de implantar uno de los embriones clonados en el útero de una mujer.

La noticia de la obtención de células madre a partir de embriones humanos no tardó en disparar las voces de rechazo absoluto de la Iglesia católica la semana pasada. En España, esta vez el clero dejaba hablar al obispo de Bilbao, monseñor Mario Iceta, doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Navarra, con una tesis doctoral sobre Bioética y Ética Médica y que en 1993 fundó además la Sociedad Andaluza de Investigación Bioética.

La Iglesia católica rechaza el uso y manipulación de embriones humanos tanto si el fin es terapéutico como si no lo es. Por eso, cuando en el año 2007, se publicó que se había logrado reprogramar células de la piel humana para producir células madre sin la necesidad de generar embriones, algunos sectores de la Iglesia se mostraron entusiasmados y comenzaron a defender las bondades de esta nueva línea de investigación. No obstante, parece que por ahora las células madre obtenidas a partir de embriones clonados son genéticamente más “sanas” que las generadas sin el uso de embriones-(ver comentario interesante de un lector, Arturo, abajo en desacuerdo con esta información).

La semana pasada, el obispo de Bilbao en representación de la institución eclesiástica (que no en representación de las Sociedad Andaluza de Bioética), insistía en una entrevista publicada en el periódico ABC en que los científicos deben abandonar toda investigación en células madre que conlleve la creación de un embrión y centrar sus esfuerzos en la metodología que no implica el uso de embriones porque, cito al monseñor, es “el camino idóneo para llegar a la curación de enfermedades… y un futuro prometedor que auguro fructífero y apasionante”.

Por supuesto ni que decir tiene la decisión de abandonar o no abandonar una línea de investigación no compete a la Iglesia sino a la comunidad científica que ya está dotada de sus propios comités de bioética. Es como si la comunidad científica se organizase y escribiera un manifiesto público aconsejando a la Iglesia católica que abandone su hipótesis de que Jesucrito resucitó porque la evidencia científica demuestra que eso es imposible. Y de la misma forma, serán los propios investigadores los que evaluarán, en base a la evidencia científica, si el futuro de una línea de investigación es o no prometedor.

Pero bueno, la opinión del obispo y de la Iglesia se puede ver como una opinión más y en ese sentido no deja de ser al fin y al cabo respetable. Lo que no me resulta tan respetable es el empeño generalizado de la Iglesia católica por recalcar en sus declaraciones que existe una dicotomía entre ciencia y ética o entre ciencia y moral, como si la ciencia fuera un ente maquiavélico carente en sus filas de cualquier reflexión ético-filosófica, como si los científicos fueramos una especie de máquinas que al ponernos la bata de laboratorio dejásemos a un lado nuestra conciencia. Y se escuchan estos días frases en los medios que le tocan a una precisamente la moral.

Los científicos ya sabemos que “el fin no justifica los medios”. Sencillamente, muchos de nosotros diferimos en nuestra forma de entender lo que es la vida y, en relación a este caso concreto, en nuestra forma de entender lo que es un embrión de 5 o 6 días de desarrollo. En efecto, estamos de acuerdo en que hay vida en ese embrión desde el momento cero de su formación como hay vida en cada una de las células de nuestro cuerpo y en las de cualquier otro animal, planta, hongo, o bacteria desde el momento cero tras su formación. Son simplemente formas distintas de entender el concepto de vida y de respeto a la vida.

La tecnología de la clonación ha avanzado mucho en las últimas décadas, ha permitido desarrollar nuevas formas de producir medicamentos y está mejorando nuestro conocimiento del desarrollo y de la genética. Y es deseable que ese conocimiento continúe avanzando y que lo haga a la luz de la reflexión ético-filosófica.

Mientras, que quede bien clara una cosa: en la actualidad no existe ningún país que haya aprobado una legislación que permita la clonación reproductiva en humanos. Así que ese objetivo queda excluido de cualquier proyecto científico financiado por instituciones públicas o privadas, incluido el publicado en Cell la semana pasada por el equipo científico de Oregón. Nuria Martí Gutiérrez, una española que forma parte de este equipo (se unió a este grupo cuando fue despedida en el ERE que afectó recientemente al Instituto príncipe Felipe de Valencia) ha resumido esto en una frase: “La única realidad es que a partir de los embriones obtenidos se han derivado células madre”.

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