Veraneos: 3.- Mata esas cañas

Los muchachos tienen 19 años, el futuro, un poco de pasta y una novia cada uno. Lo tienen todo.

Deciden irse a la playa en un autobús con sus chicas, destino: Matalascañas, why not. Una pensión a buen precio, dos habitaciones con cama de matrimonio con vistas a un patio de luz pequeño. Mañana verán el mar.

El mar es un elemento líquido donde, después de cenar y tomar unos rones con cocacola, las parejas de provincias de secano se bañan iluminados por la luna. Una de las chicas tenía como apellido el mes ese famoso del poema de T.S. Elliot, ese mes cruel. La otra tenía gafas -ahora depositadas en la arena, junto a su falda, su camiseta y sus braguitas-.

(No sé bien qué fue de aquellas novias. Deben estar bien, ni mejor ni peor: bien. Que ya está bien).

Las chicas se han ido a ver las tiendas del paseo marítimo. Tal vez vuelvan con unas chanclas nuevas, un bolso o un sombrero, qué sé yo.

Los chicos toman un tinto de verano en la terraza de un bar. Lo hacen despacio, como si cada sorbo a esa sangría cutre fuera acercar los labios a un martini en Portofino. No les falta glamour; es más, les sobra. Mantienen una conversación mientras esperan a sus chicas. Hablan mirando el mar:

-Así que esto es Matalascañas...

-Sí; pero no sé muy bien de dónde viene el topónimo, si de matar cañas o de una mata de caña de azúcar.

-Bueno, no parece importante: tal vez, hace tiempo, alguien hizo una mata o mató a alguien en un cañaveral, no sé“.

-¿Has visto Los chicos del maíz?

-Sí. Da miedito.

-¿Caquita acaso?

-Caca de la buena, diría yo. Pero aquello era en un maizal, no en un cañaveral.

-En fin, no viene al caso.

-Bueno, no parece importante.

-Eso es lo quería decirte: que, más bien, todo es importante.

-¿Todo?

-Sí. Lo que pasa es que hay que averiguar cuál es su grado de importancia. El mundo está lleno de signos, solo hay que descifrarlos.

-Ah, coño; pues el curso que viene habrá que empollarse bien a Roland Barthes.

-Sí; ésa es la cosa.

-Mira: vuelven las chicas.

-Bien.