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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El segundo mandamiento

Llave inglesa

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Como tengo ya más años que un bosque, las distintas etapas educativas por las que he pasado se han entretenido en impartirme clases de “religión” (católica) en el colegio, de “ética” en el instituto (donde leímos Rebelión en la granja o El señor de las moscas) y luego en la facultad, una profesora marxista de Historia dedicó un curso a enseñarnos “historia de las religiones”.

Y, aparentemente, estoy bien.

Sea o no por ese currículum, o por algunas otras periferias que me conforman, he llegado a la conclusión de que dios es una creación humana. Es decir; es un invento del hombre.

Cosa que me parece estupenda; porque los inventos nacen, casi siempre, de la necesidad. Es posible que el hombre inventara a dios por buscar respuestas a cosas que no podía explicar bien, por despejar dudas, por miedo o por insuflarse esperanza. Luego tuvo que darle uso a su invento y ahí, como en cada uno de sus inventos, dudó, acertó o se equivocó.

Y eso que según el manual de instrucciones de su aparato, que pueden reducirse a los diez mandamientos que el propio invento le dio en unas tablas a Charlton Heston en el Monte Sinaí, se decía claramente en su segundo punto: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Y entre otras cosas, creo recordar que en el punto quinto del decálogo, se decía claramente: “No matarás”. 

El paso del tiempo nos ha dado y nos sigue dejando ejemplos de que los hombres no le hacen caso a los prospectos que se incluyen en la caja donde están envueltos sus propios inventos.

La llave inglesa aparece en la Revolución Industrial como una creación reduccionista de los herreros para poder adaptarse a tuercas y tornillos de todo calibre. Es cosa buena, si la sabes usar, porque uno de sus mandamientos fundamentales es “usa la llave para desenroscar el desagüe atascado de tu fregadero, pero no le abras la cabeza a tu vecino con ella. No uses su nombre, su esencia, en vano”.

Hay que leer bien los manuales, no tirarlos a la basura, guardarlos en un cajón para consultarlos de vez en cuando. Si es posible antes de que hagas un uso erróneo de tu propia invención, hombre mío. 

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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