Aprendizaje
De mi madre aprendí que primero se barre, luego se limpia el polvo de los muebles y, luego, se pasa la fregona por el suelo. Era los sábados y sonaba un disco de Roberto Carlos por toda la casa.
De mi padre aprendí que no se puede manipular un electrodoméstico si no estás calzado con suelas de goma.
De Marisol aprendí que es bueno cascar el huevo en una taza antes de echarlo en la sartén.
De Paco aprendí que hay que pisar el bombo de la batería cada vez que acabas un break tocando los platos.
De don José María, mi profesor de Historia del Arte, aprendí que la famosa escultura de “El escriba sentado” era una cuestión de clase.
De Rafa, compartiendo piso a veces, aprendí que era bueno cambiarse de ropa al llegar a casa.
De María aprendí que podemos mear y lavarnos los dientes a la vez mientras nos duchamos por la mañana.
De Edu aprendí que escribir un poema es como pedirle el teléfono a una desconocida.
De una conocida en un bar aprendí que pedirle el teléfono era guardar seis pavos para un taxi de vuelta a casa. Solo.
De Pablo, que las afueras las llevamos muy dentro.
De Elena aprendí que si le clavas dos palillos de dientes a un limón abierto, éste dura más. Y fue magia; por lo tanto, verdad. Verdad duradera.
De mi hermano aprendí que todo puede pasar, si además fumas.
De Mahler aprendí el valor de la lentitud.
De mi tortuga aprendo la gestión de la velocidad, el espacio partido por el tiempo.
Y si me levanto hoy es para aprender algo más, puñetero domingo aún inexplorado.
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