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El éxito visto desde abajo

Alfonso Alba

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"Pensé en tirarme desde la quinta planta"

           (Rafael Muñoz. Nadador)

 

Un día después de batir con 20 años el récord del mundo de 50 metros mariposa, Rafael Muñoz tenía 123 llamadas perdidas en su móvil. Ese dato insignificante (o demoledor, según se mire) puede elevarte sobre tus pies o paralizarte de miedo. Al nadador cordobés, un portento físico y un futuro prometedor, lo arrastró en una huida hacia adelante que a punto estuvo de costarle la vida.

El éxito es un animal desbocado. Solo si tienes la cabeza en tu sitio y un anclaje adecuado estás en disposición de embridarlo sin que te lance al espacio sideral. Rafael Muñoz salió despedido como fardo de carne inerte. Se trajo dos medallas de bronce del Mundial de Roma y fue incapaz de sacar los metales de la maleta. Otro chico de su edad se los hubiera colocado en el cuello hasta para ir a comprar medio kilo de pijotas a la pescadería. Rafael Muñoz no. Al plusmarquista de Vista Alegre le pesaban las medallas como un quintal de plomo.

En aquellos años agitados, Rafael Muñoz se disipó como la bruma. Un día desapareció y se extravió por alguna de las millones de conexiones neuronales que convierten a cada individuo en un universo irrepetible. En la naturaleza humana, dos más dos no son cuatro. Ni siquiera cinco. En una entrevista del 30 de diciembre de 2012, nos concedió el siguiente enigma: “Nadar es mi forma de huida”.

Las razones por las que un joven que tiene el mundo en sus manos puede despeñarse por un agujero negro son inescrutables. Todo lo que podemos alcanzar a decir es que el éxito visto desde arriba no es exactamente igual que el éxito visto desde abajo. Y, si no, pregúntenle a este muchacho que acaba de liberarse de esa espantosa sensación.

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