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Érase una vez Algallarín...

Alejandra Vanessa

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Érase una vez la historia del primer licenciado de Algallarín. Su nombre: Paco España. O, espera, ¿cómo dice? ¿Fili? ¿Fili de Filiberto? Porque Fili de Francisco, que yo sepa, no... Fili de Filiberto.

Érase una vez un niño llamado Paco al que todos conocían por Fili, Fili de Filiberto. Hasta su madre y su hermana lo llamaban así, “Fili, ¿cómo te ha ido hoy en la escuela?”, y “Mamá, Fili no encuentra su mochila”. Aunque la cosa cambiaba cuando se enfadaban “¡Francisssscooooo! ¡¿Cómo se te ocurre dar una patada a la silla del cura cuando se estaba balanceando hacia atrás?!”, o “¡Mamáaaaaaaaa, que Francisco la está liando otra vez!”.

Aunque la mayoría tenía la creencia de que su mote le venía por un marrano que tuvo, yo les voy a desvelar el verdadero quid de la cuestión. Fili y un amiguete suyo disfrutaban escuchando una casette de Pepe da Rosa. En su canción preferida, el humorista preguntaba “¿Qué haces ahí, Filiberto?”. Aquello les hacía tanta gracia que el uno al otro se nombraban así. Con el tiempo, Paco se quedó con tal apodo. Después tuvo un marrano y en recuerdo a aquellas tardes de risas lo llamó así. Y como los años vuelven leyendas los recuerdos, ahora Paco se llama Filiberto por el cochino y no el cochino por Paco.

Tendría doce años cuando su padre, dueño de una granja de marranos, le dio uno recién nacido para que lo criase. Lo alimentaba con un biberón y el marrano lo acompañaba a todas partes. Cuando jugaba al fútbol le seguía por el pueblo y esperaba en la banda a que acabase el partido. Hasta que se hizo grande, y lo llevaron a la granja para criarlo como un berraco. Y no lo mataron ni nada.

Ya desde pequeño, tenía la seguridad de que se convertiría en el primer licenciado del pueblo. Cuenta su hermana que la familia posee un negocio familiar, un estanco. Por las tardes, las tareas las hacían detrás, en la cocina. Y si alguien tocaba en el estanco, ellos salían a despachar. Ejem, bueno, más bien ella porque la flojera se apoderaba del pobre Fili y... “¡Yeye! -como él la llamaba- ve tú que yo voy para carrera”.

Con catorce años se trasladó a Córdoba para estudiar en la Universidad Laboral, dejando atrás los días con amigos junto a la puerta del bar o en las candelas del viejo campo de fútbol; o los juegos de invierno que tantos quebraderos de cabeza daban a las madres, como cuando escondían las cortinas de las casas. Aunque volvía los fines de semana, durante los días de clase se sentía mayor, con su paquete de tabaco en el bolsillo sin que nadie del pueblo lo viera para recriminárselo.

Lo del tabaco le venía por el estanco. De muchacho lo mangaba a su tío y a su abuelo para repartirlo con los amiguetes. Otras veces los entretenía mientras otro cogía el tabaco de la caja. Cuando se quedaba al cargo, en las horas muertas, leía mucho y si fumaba ponía un ventilador. Cuando escuchaba los pasos de su madre, echaba el cigarro en el libro y lo cerraba para evitar el humo y disimular.

Granada fue distinta. Los guisos de su madre y el recuerdo de alguna muchacha tenían en alza sus ganas de volver. Eso sí, volvería convertido en Licenciado en Matemáticas, el primer licenciado del pueblo -y detrás de él vendrían muchos más algallarinenses. Después Tarifa, un poco más difusa. Y con el paso del tiempo, de vuelta en Córdoba, cada vez más cerca de los orígenes.

Ahora regresa todos los fines de semana para oxigenarse, y cuando el trabajo no se lo permite “Me siento como raro, me falta algo”. Sentarse en la plaza del bar, que no hay nadie, y leerse un libro. Salir a tomar una copa con la naturalidad de las caras conocidas, y del ritmo pausado. Fili sabe que “Durante el día, el pueblo es casi un cementerio, es difícil encontrar gente por las calles”, y eso le recuerda los días de lluvia en el tiempo del algodón. Esos días no podían salir las cuadrillas a faenar, así que toda la gente que venía de fuera se quedaba en el pueblo, paseando bajo la lluvia, conversando en la plaza, y tras el cristal observa complaciente el niño con su marrano y el marrano con su niño.

Pincha y escucha: El teléfono de Algallarín

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