Manuel Cañada: “Los que más utilizan la palabra España son los ladrones de este país”
Manuel Cañada (Badajoz, 1962) llega al centro social Rey Heredia con una puntualidad suiza. Lo hace dos horas antes de la presentación de su último libro, La dignidad, la última trinchera. Un acto en el que estará acompañado del promotor de Frente Cívico, Julio Anguita, un histórico en la política que ha realizado el prólogo. El también político Juan Andrade se ha encargado del epílogo. Ambos han querido marcar el inicio y el final de una obra que recorre los últimos 15 años, vistos desde los movimientos sociales. Con sus ojos y a través de su dignidad.
Crítico en sus palabras con quienes piensan como él y con quienes, por el contrario, están en las antípodas de su ideología. Defensor a ultranza de los Campamentos de la Dignidad, “riachuelos” de donde ha bebido la verdadera esencia del movimiento ciudadano y donde ha participado activamente. Con continuas referencias a escritores, poetas y políticos, Cañada hace un esbozo de la situación actual por la que atraviesa España, en la que la cuestión catalana es el trending topic todos los informativos. Es más: esta entrevista transcurre durante la intervención de Carles Puigdemont en el Parlament de Cataluña en la que se preveía el anuncio de la independencia de Cataluña. Pero no ocurrió.
Tras toda una vida dedicada a la política, militando en el PCE y en Izquierda Unida, Cañada le pide a la izquierda española que pise más la calle y que no le tenga tanto miedo “a mancharse las botas de barro”. “Su principal problema es su falta de arraigo en la clase trabajadora”, apunta. A la derecha le critica no haber “superado el franquismo”. Y de sindicatos como Comisiones Obreras -del que fue Secretario Provincial en Badajoz- denuncia su tendencia al “procapitalismo”. Y de España... De España apenas habla. Pero sí lo hace de su pueblo: “Digno y valiente” pero, a veces, “cómplice de la corrupción”.
PREGUNTA. ¿Echa de menos los Campamentos de la Dignidad?
RESPUESTA. Sí y no. Los echo de menos porque los Campamentos de la Dignidad han sido uno de los períodos en los que más he aprendido. Han sido períodos muy intensos. Han sido como un pequeña revolución en la que, cuando uno se mete, cambia todo. Ocurre lo mismo que con el enamoramiento. Decía el sociólogo Alberoni que el enamoramiento es un movimiento social de dos. Los movimiento sociales tienen una etapa que llaman el estado naciente en la que todo es posible y en la que se abren todos los caminos posibles. Esas etapas son las que realmente hacen a las personas. Con los movimientos sociales ocurre lo mismo. Tienen una etapa naciente en la que se pone todo patas arriba. En los Campamentos de la Dignidad, y estoy convencido de ello, ocurrió lo mismo. Hubo un momento en el que, con una apuesta de vida, se puso todo patas arriba. Que gente que lleva toda la vida en la izquierda tradicional se ponga a ocupar un colegio como hicieron los compañeros aquí en Córdoba... Eso es un acto típico de desobediencia y significa que ha habido una apuesta sincera y arriesgada. En gran medida, los Campamentos de la Dignidad fueron eso mismo, la apuesta de mucha gente que dijo: “Vamos a por todas”. Y hay que volver a ir a por todas porque nos han acomodado.
P. ¿Aprendió más en los Campamentos que militando políticamente?
R. Sin ningún género de duda y a pesar de haber vivido una etapa en la militancia con el magisterio de Julio Anguita, que es la etapa más fructífera de la izquierda española en los últimos 40 años. Pero si quitamos ese período de Julio [Anguita], he aprendido muchísimo más en los Campamentos de la Dignidad. En ellos hay vida y lucha; en los partidos, lo fundamental es el poder.
P. ¿En los partidos no hay lucha?
R. Sí, pero hay más poder que lucha, mientras que en los movimientos hay más lucha que poder. Por eso estoy en ellos.
P. ¿Tiene pensado volver?
R. No me he ido del todo. Colaboro pero en un segundo plano. No estoy las 24 horas del día, sino de una manera más distanciada. También porque creo que es lo que tengo que hacer. Primero, no sólo porque no me puedo entregar con la misma intensidad, sino también porque no es bueno hacerlo de la misma manera. La rutina es una realidad en la vida de las personas y de los colectivos y hay que pelear contra ella. Y contra el sentimiento de patrimonialización que nace siempre en todas las organizaciones. Se nos genera la idea de propiedad y de que eso es algo mío. Pero hay que pelear continuamente contra el yo y eso significa, también, que a veces hay que dar un paso atrás.
Los Campamentos de la Dignidad han sido uno de los períodos en los que más he aprendido
P. ¿Eso fue lo que le ocurrió para que tomara la decisión de abandonar la primera línea de los Campamentos de la Dignidad?
R. También. Pero fue una combinación de varias cosas. Por un lado, la convicción de que yo podía contribuir de otra manera. Y, por otro, la necesidad de que los colectivos no dependan de personas concretas. Si esto ocurre es porque no hemos hecho un buen trabajo. Si no socializamos nuestra experiencia, no hemos hecho un buen trabajo.
P. ¿Los Campamentos de la Dignidad son uno de los protagonistas de Dignidad, la última trinchera?
R. Sin duda. Este libro es un compendio de artículos que trata sobre los últimos 15 años y vistos a través de la mirada de los movimientos sociales. Nace con el movimiento antiglobalización y termina en los Campamentos de la Dignidad. Esos 15 años son los que están latiendo en esos artículos, que son una parte de lo que yo he escrito. Pero siempre he intentado que esos textos estuvieran un poco más distanciados del activismo del día a día. Creo que uno de los problemas que tenemos en los movimientos sociales es el activismo ciego. Hacer, hacer y cuándo pensamos lo que hacer, como decía el pedagogo Paulo Freire. Es decir, tiene que haber un momento en el que pensemos lo que hacemos porque el activismo ciego es una cosa que nos mata. Si queremos que haya una praxis creativa, reflexiva y que no sea reiterativa, hace falta que tengamos un momento en el que pensemos sobre lo que estamos haciendo. De eso se trata. En este libro, los Campamentos se abordan por todo el terremoto que se abrió desde el 15M para acá. Un terremoto en el que se han analizado muchas cosas, pero otras, no.
El activismo ciego es una cosa que nos mata
Aquí parece que sólo ha habido el 15M y Podemos. Pero entre ellos dos y después de Podemos ha habido y sigue habiendo un montón de cosas: están los Campamentos Dignidad, la silla contra el hambre, la Marea Básica... Un montón de organizaciones, de colectivos y de pequeños riachuelos que se han organizado. Y, sobre todo, no se han analizado los movimientos contra el paro y la precariedad que se han ido creando. Agradezco esta pregunta porque creo que a los Campamentos, como a otros movimientos, se les ha tratado muy poco. Se ha hecho muy poca justicia. Hay gente que habla de las mareas, pero de las Marchas de la Dignidad no se ha hablado casi nada y fueron un momento crucial. Hay gente que se olvida que las Marchas de la Dignidad se producen dos meses antes de la irrupción de Podemos o tres meses antes de que el cazador de elefantes renunciara al reinado. Y las Marchas de la Dignidad tienen mucha relación con ambas cosas y fueron el momento en el que confluyeron las clases obrera y media.
P. ¿Y por qué el reflejo de todos estos movimientos está protagonizado sólo por Podemos?
R. En gran medida, por los mecanismos de representación. Pero ojo, que uno de los gritos del 15M fue “Que no nos representan”, que lleva, a su vez, dos componentes: que no nos representan y que no nos representen. Y ahora nos están representando demasiado. Ahora estamos jugando al monopoly: el mundo de la representación tiende a sustituir al mundo de la realidad. Entonces, que no nos representen tanto, por favor. No digo que no nos representen, pero yo, que no soy exactamente libertario, lo que digo es que no nos representen tanto. O hay autonomía en el movimiento popular y social o, entonces, no habrá una representación que merezca dar nombre.
Parece que sólo ha habido el 15M y Podemos
P. ¿Unidos Podemos refleja la ilusión y los objetivos de los Campamentos de la Dignidad?
R. Los Campamentos son un movimiento muy plural y no pretenden que nadie los represente. Pero no quiero negar la importancia y la audacia que han tenido las fuerzas políticas que han surgido en este tiempo. Yo me siento representado por Unidos Podemos pero eso es una cosa y otra es que yo no pueda o no deba denunciar una dinámica que es la representativa que tiende a asfixiar y a sustituir la vitalidad de los movimientos sociales. Y eso, alguna gente que viene de los Campamentos, debería saberlo. ¿Qué me preocupa ahora mismo a mí? Que nadie hable de los 44 y pico millones de euros que se dan por perdidos. ¿Dónde está la gente que pide el derecho a decidir sobre eso? ¿Quiénes deciden sobre esa cantidad que se da por perdida? Quienes estaban reclamando el derecho a decidir sobre eso, que no se dieran por perdidos, era el movimiento en la calle. Está muy bien que haya habido ese paso institucional pero si eso no va acompañado de un movimiento popular como el que se había armado, al final llega otro con un significante vacío y llena las necesidades de la gente. Ahora llega la derecha y hace su 15M: el de las banderas. Éste es el 15M de “la Restauración”, el momento en que ellos interpretan y manipulan el miedo y la inseguridad de la gente a través de una bandera, a través de un significante: España. Y lo hace la gente que no tiene la más mínima autoridad y que se tendría que lavar la boca antes de pronunciar la palabra España porque son los que la han saqueado. Eso también nos está interpelando a nosotros, que hemos sido lo que hemos vaciado la calle.
P. ¿Se recurre a la defensa de España según interese?
R. Claro que sí. El problema que tenemos es que en nuestro país, las clases populares perdieron la guerra, una derrota que ha durado generaciones. La palabra España la pronunciaban sin ningún tipo de rubor Miguel Hernández, Rafael Alberti, Companys [Lluís]. Sin embargo, hubo años que nosotros mismos no pronunciábamos la palabra España y decíamos Estado español. Se había producido un empoderamiento simbólico por parte de la derecha. De esto suele hablar mucho Julio [Anguita]: la España invertebrada, la falta de una construcción pactada de un país. ¿Pero qué ocurre? Que para la derecha es realmente fácil usar ese argumentario, envolverse en la bandera. Si estos de las banderitas son los mismos que tienen las perras en Suiza y en todos lados. Siempre los ricos fueron extranjeros, decía Víctor Jara en una canción. Los ricos siempre son los extranjeros de su país y los que le roban. Los que más utilizan la palabra España son los ladrones de este país. El problema es explicar cómo es posible que, a pesar de ser eso así, le vendan la moto a tanta gente de una manera tan rápida. Y cómo combatimos eso. Ahí no sólo están los fascistas redomados sino, también, mucha gente normal a la que arrastran con ese argumento.
P. ¿Qué está pasando para que España no se haya levantado contra esos 44 millones de euros perdidos?
R. Ha habido la sensación de haber sido derrotados. Hemos peleado contra los de arriba pero no hemos vencido. Lo que ahora le está pasando a la gente de abajo es que si no puede enfrentarse a la Troika o a la deuda, ¿cómo nos repartimos los rescoldos que quedan? Creo que hay gente que lo interpreta en estos términos y se enfrenta entre ella. El miedo es a cosas tangibles: qué va a pasar con las pensiones, con las prestaciones para el desempleo, con mis hijos...
Ahora llega la derecha y hace su 15M: el de las banderas
P. ¿Hoy se negocia con la dignidad?
R. Siempre. La dignidad es la última barrera, la última trinchera, el non serviam que le gusta tanto recordar a Julio [Anguita], ese momento en el que empieza la remontada y a recuperar el terreno. Julio [Anguita] es capaz de condensar en muy pocas palabras pensamientos muy complejos. Una compañera me decía: “Manolo, es que de la dignidad no se come”. Y es verdad, pero sí se duerme. Sé que eso sólo no vale y que es una respuesta muy moralista. Pero yo creo que con la dignidad se come y se duerme.
P. ¿España es un país digno?
R. Para mí, España es el pueblo. Decía un poeta que un país no era sólo su tierra, sino su tierra y su persona.
P. Antonio Gamoneda.
R. Ése, ése. Decía que una patria es un país con justicia. Creo que el pueblo español es un pueblo muy digno y el único al que el fascismo le costó tres años. El único pueblo que resistió al fascismo apenas sin armas. Podríamos hacer una lista de hazañas porque es un pueblo, por lo general, valiente y digno. Pero ocurre como en las novelas: los personajes tienen su ambivalencia, pueden ser muy dignos y lo contrario. A veces pueden ser los que votan y acunan a corruptos. Dicen que Julio [Anguita], por ejemplo, le echa mucho la bronca a la gente y no es así. Julio [Anguita] es una persona muy tierna y es capaz de empatizar con la dignidad de la gente, pero a veces hay que hablarle de igual a igual a la gente. Y este pueblo, a veces, ha sido cómplice de la corrupción.
P. ¿La ambivalencia en el pueblo está permitiendo que nos enfrentemos unos contra otros?
R. Sin duda. Para ser pueblo, que no muchedumbre, se requiere de una cierta conciencia y de un cierto orgullo como tal. Cuando nosotros hablamos de pueblo nos referimos a las clases populares y trabajadoras. Si no hay lucha, no hay conciencia. Ahí está la clave para constituirse como pueblo. Ocurre lo mismo con las clases. No existen porque sí, sino porque se organizan y lo pelean. Con el pueblo, igual.
Con la dignidad se come y se duerme
P. ¿Esa precariedad va más allá de lo laboral?
R. Sí. La precariedad se ha constituido en un elemento central de la vida. Acaba en los centros de salud, en depresiones, en el aumento del consumo de ansiolíticos, en diez suicidos al día en España... La precariedad tiene mil formas porque no es sólo los contratos eventuales, como decimos. La precariedad es, fundamentalmente, el miedo, la incertidumbre sistemática o la soledad. El capitalismo es una fábrica de soledad. Hace 15 años, en el movimiento de la globalización, ya se empezaba a hablar de la precariedad y era algo tendencial. Ahora afecta a una parte muy importante de la población. El propio capital necesita de la precariedad para reproducirse. La precariedad, además, tiene mucho que ver con la ruptura de los vínculos sociales. Eso lo ha conseguido el neoliberalismo: ha roto las comunidades de vecinos, las familias externas o el mundo sindical. El capitalismo es una herramienta de mercantilización de todos los ámbitos de la vida.
P. En su libro llega a señalar que “el capitalismo estalla dentro de nosotros, penetrando en nuestra personalidad”.
R. Sin duda.
P. ¿El sindicalismo ha apoyado al capitalismo que describe?
R. Hay una parte del sindicalismo que ha practicado el procapitalismo. El otro día, un dirigente sindical empezó hablar de competitividad y productividad, pero por ningún lado aparece la palabra capitalismo, claro. Pero ahí está. ¿La competitividad entre quiénes? ¿Entre trabajadores de distintos países o qué? Claro que ha habido una interiorización de los valores del capitalismo hasta llegar al extremo de destruir uno de los instrumentos fundamentales que había construido la autonomía obrera en España: las Comisiones Obreras. Y te lo dice alguien que ha pertenecido durante muchísimos años a Comisiones Obreras. Pero, sin embargo, llegábamos a la conclusión de que aquélla era una estructura inmodificable e irreformable. Esto lo analizaban muy bien los clásicos del marxismo, como el húngaro Lukács [Georg]. Decía que el sindicalismo, por su inercia, tendía a situarse en el nivel psicológico de la mayoría, no a transformarlo. Marcelino [Camacho] lo decía también de una manera muy bonita. Decía que el sindicalismo era una fábrica de reformismo. Hace falta que haya un sindicalismo que tenga una perspectiva de transformación social.
P. ¿Esta visión no la tienen los sindicatos actuales?
R. Vamos, no la hay ni por asomo. El sindicalismo que tenemos es corporativo. Se define a sí mismo como sindicato de clase pero, ante cosas elementales, no es capaz de responder como tal. La mayoría de la gente que vive en Córdoba no creo que sea burguesa y que le guste respirar ese aire contaminado [Cañada se refiere a la problemática con la cementera Cosmos], sino que es clase trabajadora. Y cómo casas esos intereses. Cómo garantizas que se mantenga el derecho al trabajo de esas personas pero primando el interés del conjunto de la ciudadanía.
Una parte del sindicalismo ha practicado el procapitalismo
P. Además de corporativo, ¿un sindicalismo acomodado?
R. Sí. En algunos casos. Y me estoy metiendo demasiado ya (risas). El sindicalismo ha sido siempre una herramienta de unidad pero, para eso, te tienes que organizar de otra manera. Además, para poder llegar a esto, son los de abajo los que tienen que tener más fuerza. No los que tienen mejores condiciones, sino los que tienen las peores. Siempre hay que unir desde abajo, y en el sindicalismo mucho más.
P. En estos momentos, Carles Puigdemont está interviniendo en la Parlament de la Generalitat con motivo de la independencia. ¿Qué ha pasado para llegar hasta aquí?
R. La situación de Cataluña es un conflicto en el que hay una enorme confusión y es muy complejo. Está claro que en esas dos polaridades [Mariano Rajoy y Carles Puigdemont] hay beneficiarios. Y en esto, como en los crímenes, hay que preguntar quién es el beneficiario. Lo que está encima de la mesa es algo descabellado: una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) o la aplicación del artículo 155. Cualquiera de las dos alternativas es completamente descabellada, pero parece que es lo que se impone. Julio [Anguita] dice que esos dos trenes están conducidos por corruptos. Se han envuelto en la bandera dos organizaciones corruptas. El PP, en este proceso, está lavando todos los trapos sucios de la corrupción. Le interesa esta polarización y para nada le daría una respuesta que cualquier persona sensata le daría, tarde dos años o cuatro: un referéndum vinculante. Es un derecho impepinable de los pueblos. Pero el PP no lo va a hacer. En el otro bando, el PdCAT es una organización que nada tiene que envidiarle al PP en cuanto a densidad de corrupción. Artur Mas, Pujol y todo lo que eso supone. Además hay otras historias. Volvemos a la España invertebrada y a la necesidad de construcción de una nación. Eso significa el reconocimiento en serio del derecho a decidir. Hay que señalar, ademas, tres cosas. Primero, este proceso debilita un montón al movimiento social que ha estado luchando por los problemas sociales y divide a la gente.
La situación de Cataluña es un conflicto en el que hay una enorme confusión
Segundo, el tema económico está prácticamente ausente. Esto tiene que ver con la tercera parte: cómo juegan los que tienen la soberanía real. El problema de la gente que reclama la independencia de Cataluña olvida que España no tiene soberanía. Ni Cataluña. Quien tiene la soberanía es la Troika. España, en la práctica, es un país intervenido por las políticas del euro y de neoliberales. De eso nadie habla. Ni del de la pupila insomne, del que está vigilante del proceso y del que le da lo mismo que haya Estados que se unifiquen o se fragmenten, porque lo va a subordinar a otros procesos incontrolables. Ahora hay un momento de geolocalización del capital. No se nos puede olvidar que en los últimos años está empezando a aparecer el viejo espectro de la rebelión. A finales de los 90 se hablaba del fin de la historia. Ahora estamos en el vértigo de la historia. Surgió en Grecia con Syriza y se derrotó. Surgió en España y en Inglaterra con Corbyt, que habla de la nacionalización de sectores estratégicos. Han surgido fuerzas políticas con orientación anticapitalista que tienen una fuerza y que ponen nerviosa a la gente que opera en esos mecanismos del capitalismo que cogobierna a los estados.
P. Y eso no lo ve en el conflicto independentista.
R. Yo, no. Todos reclaman el mismo padrino: la Unión Europea. Los unos y los otros, y el padrino está en ver quién da más en cada momento. El padrino, ahora, parece que está decantado en un sentido, pero mañana lo puede estar en otro. La guerra de Yugoslavia, por ejemplo, la decidió la Unión Europea. La hizo posible ella, Alemania en concreto, que reconoció a Croacia y a Bosnia. Lo hizo por razones geoestratégicas. Lo que no podemos hacer nosotros es olvidarnos de que quien tiene la soberanía real va a querer intervenir. Y nos han echado a pelear. Yo simpatizo con algunas cuestiones de la CUP pero cuando viene con la fuerza que viene la bola de nieve, el planteamiento de clase llega un momento en que se pierde.
P. Es la CUP quien aboga por declarar la independencia con un 43% de participación.
R. Sí, pero no se puede hacer. Ni se puede declarar la independencia con un 43% ni se puede ocupar policialmente Cataluña como está ahora mismo. La cosa no es tener que elegir entre Málaga y Malagón, sino que no nos hagan elegir. Por eso digo que nos divide. Frente Cívico ha planteado que ni 155 ni DUI. Negociación y diálogo.
Se han envuelto en la bandera dos organizaciones corruptas
P. ¿Es posible diálogo con dos fuerzas tan polarizadas?
R. Ahora mismo quizás no. Se verá con el tiempo y ahí se verá si el movimiento popular es capaz de abrir esa vía. Nosotros no somos algo externo a esto. Estamos perfectamente imbricados. No le podemos pedir a la gente de Madrid o de Mérida que sólo se solidarice con la lucha de los catalanes. No. Se solidarizan con esto pero, también, con su lucha propia. A partir del 1 de octubre, el Estado se tiene ya que reorganizar. Ahora están en la campaña de propaganda militar los unos y los otros, pero mañana tendrá que habrá un momento político y electoral. ¿Qué hace el movimiento popular? ¿Participar como convidados de piedra? Pues no. Tendrá que participar activamente en ese proceso y ligar lo social a lo territorial. Todo el mundo tiene que poner encima de la mesa cuestiones a la hora de organizar el Estado. Julio [Anguita] le ha puesto dos apellidos que, todavía, no se lo he escuchado a nadie de la nueva política. Julio [Anguita] hablaba del Estado federal y solidario. La paradoja actual es que la gente más retógrada y la que hace una política más clasista son las que están utilizando los argumentos solidarios. Es la derecha la que está apelando a la solidaridad. Hay que llenar esta palabra de contenido.
P. ¿Se están manipulando sentimientos?
R. Sí. Es lo que está consiguiendo ese movimiento de la guerra de las banderas del que te hablaba antes.
P. ¿Y qué pasa con esa ilusión que se ha levantado en una parte de Cataluña con la independencia?
R. El movimiento independentista también lucha por la democracia. Hay elementos nuevos que hay que saber valorar. Cuando se dan procesos democráticos de base, como allí se han dado, hay que saber valorarlos. Por eso decía que tenemos que intentar captar esa complejidad. Claro que se ha despertado una ilusión allí, pero eso ha despertado no sé cuantos miedos aquí abajo. Para todos hubo una primera ventana para la oportunidad, que fue las Marchas de la Dignidad. Y esto es como si los catalanes dijeran: “Tenemos una segunda”. Y eso esta bien, es legítimo y es entendible. Tienen una segunda oportunidad porque son capaces de mantener este proceso de lucha y de meterle elementos democráticos. Lo que yo tengo mis dudas es si nosotros podemos colarnos por esa ventana que han abierto los catalanes. Esas son las dudas que tengo y me gustaría no tenerlas. Ya me gustaría a mí que lo que hay en Cataluña abriese un proceso constituyente en el que el pueblo ponga las cartas boca arriba, hable de República y de nacionalización de sectores estratégicos. Ése es el proceso constituyente de verdad. Dudo que lo que ocurre en Cataluña sea la puerta que abra el camino para el proceso constituyente. Si no conseguimos que haya un movimiento popular autónomo por los derechos sociales, no habrá proceso constituyente.
Hay una parte muy importante del pueblo de Cataluña que exige el derecho a decidir
P. ¿Y sí referéndum?
R. Lo que se ha hecho en Cataluña ha sido un chapuza. Creo que no habrá nadie, ni en las filas de quienes lo han hecho, que no reconozcan que no ha tenido garantía ninguna. Pero creo que nadie puede negar que hay una parte muy importante del pueblo de Cataluña que exige el derecho a decidir. No ya la independencia. No se puede negar que aquello fue una chapuza pero, tampoco, que la inmensa mayoría de Cataluña reclama el derecho a decidir. Ahí es donde nos movemos.
P. ¿Un referéndum en el que vote Cataluña o España?
R. Cataluña. Lo que se ha llamado siempre el derecho de autodeterminación hace referencia a un pueblo. El Estado español ya lo dijo en 1977, está ahí y no es algo que sea ilegal. Es un derecho sagrado de los pueblos. El derecho de autodeterminación tiene que ser explicado a la gente para que vea que también tiene unas contradicciones enormes. En condiciones normales, el pueblo de Cataluña diría no a la independencia. Estoy completamente convencido. En este momento de banderas en la calle a lo mejor, no. Pero en unas condiciones de normalidad democrática, por supuesto que sí.
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