Gemma Parellada: “La única forma de contar qué pasa en África es siendo periodista 'freelance'”
Gemma Parellada (Barcelona, 1982) lleva desde los 23 años contando al mundo que África es mucho más que conflicto, guerra y hambruna. Lejos del trabajo de los periodistas paracaidistas, ella ha hecho del continente africano su hogar, lo que le permite conocer el día a día de su población y su cultura. Ha cubierto la guerra del Congo, la hambruna del Cuerno de África, la independencia de Sudán del Sur y los conflictos armados de Somalia y Mali, recogiendo la voz de sus protagonistas y visibilizando especialmente a las mujeres.
Durante esta semana, y dentro del programa de otoño del Seminario Permanente de Periodismo en Zona de Conflicto de la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos de la Universidad de Córdoba (UCO), la periodista ha tenido dos encuentros con estudiantes de instituto en Córdoba, a quienes les ha contado en qué consiste su trabajo, cómo vive su día a día o algunos de los prejuicios que hay que eliminar de África.
Tras su primer paso por el Congo, se instaló en Sudáfrica y, en 2012, en Costa de Marfil, donde actualmente reside. El pasado mes de marzo, la decimosexta edición del Periodismo Internacional de Periodismo Julio Anguita la reconoció como justa ganadora por su forma de entender el periodismo y de contar África desde su posición de periodista freelance. Cuando empezó a interesarse por este continente, entendió que ningún medio de comunicación la enviaría como corresponsal, así que la única forma de poder contar qué estaba pasando allí era hacerlo de manera independiente. Y así sigue siéndolo.
PREGUNTA (P). ¿Cómo ha sido la experiencia con los estudiantes?
RESPUESTA (R). Muy bonita. Me gustó mucho compartir ese tiempo con la gente más joven porque es el futuro. Son ellos los que, si pueden cambiar algo, lo harán. Además, aprendo muchísimo. En las primeras charlas en universidades no sabía muy bien cómo iba a ir. Llevo mucho tiempo fuera y hay cosas que me parecen obvias porque las he interiorizado. Cuando vengo a España y hablo con estudiantes de institutos o universidades, veo lo que les ha llegado y cómo lo perciben. Es muy positivo porque ellos escuchan una experiencia muy distinta pero yo también recibo cuál es su manera de ver el mundo, qué es lo que les interesa y qué no. Siempre tengo sorpresas muy positivas. Ayer, los estudiantes preguntaron mucho y cuestiones muy diversas. Tener curiosidad, para mí, es la base de todo, el cuestionarse las cosas. También veo que los jóvenes no tienen relaciones con los medios tradicionales. Hablas de prensa o de televisión y es otro lenguaje. Ellos están en las redes y nosotros debemos estar también ahí porque es el lenguaje que habla la juventud. Tenemos que adaptarnos porque, si no, hay malentendidos intergeneracionales. Lo que queremos es que el mensaje llegue. Sentarse y decir que la juventud no lee… Bueno, es que ya no va a leer los periódicos. Tenemos que repensar la manera de contar las cosas. Yo, por ejemplo, he experimentado con multimedia. Creo que es importante que pensemos que el mundo está cambiando en muchos aspectos y, también, en la manera de circular la información.
Trabajo con medios internacionales porque solo con los españoles no me puedo ganar la vida
P. ¿En qué formato te sientes más cómoda?
R. Me gusta mucho navegar con los distintos formatos. Lo he hecho desde siempre y no solo por necesidad, porque al ser independiente te tienes que adaptar, sino porque cada formato me gusta. Tienen poderes distintos. Para mí, la prensa escrita es el momento de explicar, de reflexión, de análisis. La radio es la frescura, estoy ahí y ahora. Es la conversación y a mí me encanta. La televisión tiene un poder que no tiene ningún otro. Llega mucho más, es muy visual y hay historias que son más de tele, otras, más de radio, y otras, más de prensa. Tener la oportunidad de poder navegar entre los formatos es genial. La fotografía también me gusta mucho, pero hay cosas que en fotos no se pueden contar.
P. ¿Cómo cuáles?
R. Bueno, si quieres analizar las raíces de los conflictos, en imagen es más difícil de contarlas. Puedes capturar la dureza o transmitir el dolor, pero explicar qué pasa detrás, no. Eso se hace con la palabra, escrita o hablada. Ahí, lo más poderoso es el escrito. Por eso creo que no todo vale para todo y tener la oportunidad de navegar entre formatos y medios es muy enriquecedor. En este último caso, cada medio tiene su estilo. Trabajo con la CNN y allí eligen tres o cuatro noticias y las exprimen hasta el final. Cuando hicimos el juicio a Oscar Pistorius o hablamos de Nelson Mandela, hice 20 directos al día. Una salvajada. Es una apuesta y ese el estilo de la CNN. Por ejemplo, la radio francesa internacional tiene temática muy variada y un foco muy específico en Francia. Creo que en lugar de ver las limitaciones de cada medio o formato, prefiero ver la riqueza de cada uno. El hecho de ser independiente me permite que si un reportaje no entra en un medio, quizás puedaen otro.
P. ¿Por eso mismo eres freelance?
R. Yo no existiría si no fuera independiente. Nadie en España envía a un periodista a cubrir África. No hay corresponsales fijos. Solo la Agencia EFE tiene una redacción y son editores. Es el único medio que tiene una apuesta muy humilde para el continente. Mi figura no existe si no como independiente. La única manera de contar África es serlo así. Puedes trabajar para medios internacionales, pero tampoco he querido vincularme a uno solo porque yo quiero contarlo a España. Trabajo con medios internacionales porque solo con los españoles no me puedo ganar la vida. Mi misión es que, en España, África se conozca mejor porque aquí es donde encuentro el vacío. Por eso la opción de ser independiente. Es que no había otra forma.
P. ¿Cómo tratan África los medios españoles África?
R. Poco y mal. La información sobre África es horrorosa y es por muchas razones. La primera, el desinterés. Después, no hay gente sobre el terreno. A ello se suma la lejanía, que deforma la realidad. De hecho, yo nunca soñé con ser corresponsal ni reportera. No me lo había planteado. Sin embargo, cuando estudiaba, buscaba información sobre África y no la encontraba. Me tenía que ir siempre a medios franceses o ingleses y me empecé a dar cuenta de que había un vacío enorme e incomprensible. Ahí estaban sucediendo los conflictos más importantes del mundo y me pregunta por qué. Como vi que no había información pues dije, me voy al Congo, a ver qué pasa. Así fui enlazando una cosa con la otra. Después del Congo vino Sudáfrica. Iba descubriendo y contándolo por el camino. En España, lo que sale sobre África siempre es muy dramático y una información situada en los extremos.
Los medios españoles tratan África poco y mal
P. Los conflictos y la pobreza.
R. Sí, los extremos. Víctimas, refugiados... Hace unos años empezó a salir una oleada de la África positiva, que también es una tontería. Ni un extremo ni el otro. Estamos entre señores de la guerra y Mandelas y, obviamente, el continente es mucho más complejo y rico. Ni una cosa ni otra son representativas de la mayor parte de la población, pero siempre nos quedamos con esas cosas tan extremas: o el hombre perfecto y el símbolo que fue Mandela o el Joseph Kony y todos los que están en la Corte Penal Internacional que, casualmente, todos son africanos. Otra injusticia. Es increíble el impacto que tiene tratar así África. Después de tantos años, incluso con amigos y familia, siempre que regreso escucho frases como que qué duro es estar allí. A ver, yo hago conflicto y guerra, pero soy feliz allí. Tengo mis amigos y una vida normal. La gente no se lo imagina porque no llega a España toda esa otra realidad.
P. ¿Por qué?
R. Creo que por ignorancia. Creo que debería ser relativamente fácil hacer ese clic porque es normal que no nos interese algo que no conocemos. Como es desconocido, siempre se cuenta muy mal. Algún medio tiene que hacer la apuesta para hacer un seguimiento consistente porque, así, la gente se va familiarizando con los lugares, los sitios y la gente. Tienes que generar ese vínculo para que haya empatía. Si sacamos noticias sobre África, datos y nombres extraños, la gente no lo entiende. En El País, durante una época conseguí que hiciéramos coberturas por series. Hacíamos cuatro o cinco temas sobre Angola, por ejemplo. Uno económico, otro cultural, otro social… Eso me permitía ir escuchando voces de allí y familiarizarme con la historia del país y sus ciudades. Da una visión un poco más global y la gente hace suyo el sitio. Es fundamental que la gente se imagine y visualice allí. Cuando la gente empieza a conocer, se interesa. Eso lo veo mucho. Las historias bien hechas y en profundidad tienen mucho más retorno que otras que quizás circulan más por su espectacularidad pero con la que no has creado ese vínculo. Creo que todo es cuestión de voluntad. Muchos editores dicen que África no interesa, culpando al público. No, perdona, el público no tiene ninguna culpa. Si no le das las herramientas, es imposible que le interese. Es a ti a quien no interesa.
P. ¿Cómo fue tu primer viaje a África?
R. El primero lo hice cuando aún estaba estudiando. Me fui con 23 años y al principio hice de fotógrafa con una ONG, el clásico. Allí ya estaba con mi obsesión en el Congo de saber qué estaba pasando. Tras este viaje me fui a Senegal y después, como ya había conocido a gente, quise probar cómo funcionaba eso de ser periodista freelance. En aquella época no existía en España ese término. Quise ponerme a prueba y saber cómo yo funcionaba sobre el terreno. Una cosa es quererlo y otra es si te va a salir o no. La experiencia fue más o menos bien. Mandé los primeros textos a los periódicos y flipaban. Me decían que de dónde había salido.
P. ¿Qué periódicos?
R. En aquel momento fue con La Vanguardia. Me fui con un reportaje vendido porque no me podía pagar el viaje de la nada. Y también colaboré con una revista africana en Barcelona. Con eso me cubrí el viaje. En El Magazine de La Vanguardia ya me situaron y así empecé. Luego sumé la radio y la Agencia EFE. En Senegal escuché mis primeros tiros, pero era una guerra de muy baja intensidad, que es la de Casamance. Pero es verdad que fue la que me permitió ver cómo reaccionaba yo.
En Senegal escuché mis primeros tiros
P. ¿Y cómo reaccionaste?
R. (risas) Pues bastante bien, la verdad. Mi amigo senegalés desapareció y no lo encontraba. Cuando se calmó todo, salió de debajo de un coche. Ese fue el test para saber cómo reaccionaba yo. Tú puedes planear, pero en situaciones extremas uno no sabe si te va a salir dar un puñetazo o vas a huir; es el cuerpo quien decide. Más o menos podía gestionar esos momentos, así que me fui para el Congo. Ahí empezó todo el trabajo de proponer temas y ya creé mi red sobre el terreno. Ahí ya supe que mi vida estaba cambiando, ver toda esa realidad y sentir que estaba todo por contar… Había mucho trabajo por hacer y nadie lo estaba contando.
P. ¿Cuánto tiempo estuviste en el Congo?
R. Fui para las primeras elecciones democráticas de la historia y quizás pude estar cinco meses. Estando allí la Agencia EFE me comunicó que me quería contratar para estar en Sudáfrica de editora, así que a los 25 años tenía un puesto que, desde fuera, estaba muy bien, pero no era para mí. Fue muy interesante porque ayudé a crear toda la red de corresponsales locales para el continente y muy bonito, pero no salía de la oficina.
P. Y para eso no te habías ido allí.
R. Claro. Yo soy bicho de terreno. Aguanté un año. Di dos o tres viajes posibles pero me dijeron que no y dije, hasta aquí. El día que se lo dije a mi jefe, Agustín de Gracia -maravilloso-, me comentó que ya lo sabía, que yo no era de esa naturaleza de estar en una oficina. Me ayudó muchísimo a tener contactos para volver a ser independiente. Ya me quedé en Sudáfrica y he ido viajando a Costa de Marfil. Desde estas dos bases hago las misiones, que son muy largas. Siempre me voy para dos semanas y acabo volviendo a los dos o tres meses.
P. ¿Cómo te planeas esas misiones?
R. La vida de periodista, en general, y la periodista independiente, en particular, es muy dura. Sabemos que ricos no vamos a ser, pero tengo una riqueza enorme: la red de gente increíble y por eso me siento muy afortunada. Allí somos como una familia y nos ayudamos muchísimo. No solo entre periodistas, sino entre la gente local. En cuestión de alojamiento, casi siempre estoy en casas. Solo en las grandes coberturas estoy en hoteles, pero para las estancias largas, sobre todo en las zonas más complicadas, estoy en casas o en misiones con los curas. Ellos son los que están mejor informados porque son los que tienen la radio del pueblo.
P. ¿Te ha sorprendido esa hospitalidad?
R. Bueno, comparado con España, sí. Esa es una de las cosas que deberíamos aprender, por ejemplo. Los misioneros tienen asumida esa hospitalidad. En África central me he quedado mucho con las misiones y es una manera de compartir espacio con gente local y vives con lao congoleños o con los centroafricanos. Ese es mi día a día. Yo no separo el trabajo de la vida personal. Esto es bueno y malo a la vez. Yo no hago la vida con los expatriados, me salgo a hacer el reportaje durante una hora y me vuelve a mi burbuja. Yo convivo con ellos. Eso me hace entender un poco mejor le contexto y es más cómodo para vivir.
Mi riqueza es la red de gente increíble que tengo en África
P. ¿Cómo es ser periodista y mujer en África?
R. En las zonas de conflicto tenemos un riesgo añadido, pero cada uno tiene que jugar con las cartas que tiene porque hay cosas que no podemos cambiar. He tenido la ventaja de ser blanca, que te abre muchas puertas, pero la desventaja de ser mujer. Esto no es solo allí, aquí también pasa en España. Me hablan siempre del machismo en África, pero donde lo he pasado peor ha sido más en mi propio país. Uno de los inconvenientes de ser mujer es que te toman menos en serio. Al final, eso lo puedes acabar jugando a tu favor: como te tienen un poquito menos en cuenta, a veces, eso te abre puertas porque te tienen menos miedo, te ven menos amenazante y te permite pasar desapercibida. Por otro lado, he vivido momentos en los que líderes islamistas no me han mirado a la cara mientras les hacía una entrevista. Miraban a mi compañero que era cámara, pero era yo quien estaba haciendo las preguntas. Y me contestaba… Pero bueno, mientras que me responda, que mire a quién quiera. Al final es saber cómo gestionar estos momentos. Ser mujer también te obliga a ser más prudente.
P. ¿Te autoimpones esa prudencia?
R. Umm, no. Creo que la prudencia es algo natural que todos debemos tener según el contexto. Lo ideal sería cambiarlo, pero mientras no puedas… Al final, si sabes que es peligroso salir andando por ciertas zonas donde sabes que te pueden ocurrir cosas, prefiero ir acompañada. Preferiría poder ir sola, sí, pero esa es la situación. Si me pueden acompañar dos o tres personas, mejor. En ese sentido, me han protegido muchísimo. Hubo una vez que unos rebeldes que me echaron la bronca en el Congo porque yo voy mucho en moto por allí. Pasé la línea del frente, cambié de grupo armado porque me habían citado a una entrevista y, cuando llegué, me decían que estaba loca, que cómo que había ido en moto, que ellos no lo sabían y que me podían haber disparado. Y le dije que me habían citado, pero como había ido en moto y no en coche… Quiero decir, que he sentido más esa protección que otra cosa. He vivido situaciones muy complejas, pero me quedo más con las buenas experiencias porque, al final, algunas de las malas no vienen precisamente de las personas que uno espera técnicamente. No vienen de rebeldes ni soldados, sino de humanitarios. Cuando me preguntabas por los tópicos y prejuicios que se me han caído, aquí también se me han caído mucho. Ni los humanitarios son santos consagrados ni los soldados, demonios. La vida es más compleja que eso.
P. ¿Cuántas veces has pasado terror?
R. Unas cuantas. Tengo el sentido del miedo un poco atrofiado porque me sale después de la situación de peligro. Cuando estoy en una mala situación, parezco tranquila, aunque claro que siento algo dentro, pero no me bloqueo. Eso me sale después. Eso es una suerte. Tengo una lista de momentos complicados pero, por ejemplo, en Costa de Marfil me detuvieron y me pusieron en un descampado. Era el primer día de la guerra. Había una milicia que operaba con los militares que estaba cometiendo muchísimos crímenes y fueron ellos, junto con los gendarmes, los que me cogieron. Iban con una granada en la mano y yo empecé a correr, pero me pillaron, junto a otros cuatro marfileños. Nos llevaron a un descampado y nos hicieron meter las rodillas. Aquel día pensaba que se acababa todo. Intentaba convencerme de que todo era fruto de la intimidación. Pegaron a los hombres. A pesar de todo, no grité ni lloré, como si mi cuerpo estuviera vacío. Al final nos metieron en un coche, nos llevaron a la gendarmería y, luego, a un lugar donde nosotros ya sabíamos que estaban torturando a gente. En esos momentos pasas miedo, pero cuando me liberaron sí que me puse a temblar. Un día lo hablaba en Somalia con un agente de seguridad y me decía cómo cada uno vive el miedo de una forma distinta. Todo el mundo tiene miedo, nadie puede decir que no. Lo que cambia es la manera de sentirlo.
P. ¿Qué edad tenías en ese episodio?
R. Pues 28 creo. En el Congo también viví una situación complicada. Fue en un mitin político con muchísima gente y hubo alguien que me cogió del brazo y me montó en un taxi. Había mucha gente y sin control. Un barullo absoluto. Cuando te das cuenta, ya ha pasado.
Me hablan siempre del machismo en África, pero donde lo he pasado peor ha sido en mi propio país
P. ¿Quién era esa persona?
R. No tengo ni idea. Creo que era una de las personas del partido porque iba con banderas. Otro de los momentos complicados fue en una emboscada en República Centroafricana. Ahí también pasó todo muy rápido. Todo el barrio de Bangui estaba en camiones porque había huido y yo iba en uno de ellos. Cruzábamos el país y sabíamos que los milicianos antibalas querían matar a la población. Hubo varios intentos de emboscada y uno de ellos fue en mi camión. Empezaron a disparar y, curiosamente, el instinto horrible del periodista me hizo levantar la cabeza. Mohamed, un amigo, me la bajó corriendo y probablemente me salvó la vida. Mataron a una mujer en el camión que acabó muriendo con una bala en la cabeza. Ahí te hace algo el corazón, pero no llega a ser miedo hasta que después analizas todo. Recuerdo que en aquel momento lo que nos preocupaba era salvar a la mujer porque aún respiraba. Paramos el camión porque estábamos cortados por las tropas de interposición de la Unión Africana, buscamos a los soldados ruandeses para que alguien la atendiera, la gente gritando… Por esto te digo que el miedo es muy relativo.
P. En el vídeo comentabas que no usas chaleco antibalas. ¿Por qué?
R. Es que yo soy independiente. Nadie me lo exige y no puedo ir toda mi vida con un chaleco antibalas en la maleta. Yo estoy viviendo allí, no soy una periodista paracaidista que va a a la línea de fuego. En el día a día tampoco sabes cuándo va a pasar algo, no voy a estar toda la vida con el chaleco. Sí que hay dos momentos en los que lo he usado: en Somalia y en Centroáfrica. En el primer caso era obligatorio. Fue la única misión que he hecho “empotrada” porque no había otra manera de entrar ahí que con la Unión Africana. Me alegro de haber ido, pero es una experiencia en la que yo no me sentía dentro ni mezclada con la población. Los periodistas íbamos con los tanques, nos bajaban cinco minutos para que hablásemos con la gente que se encontraba en un campo de refugiados y teníamos a gente que estaba en shock para hablar con nosotros. Ir con misiones también te crea una distancia muy extraña. Y en Centroáfrica me prestaron un chaleco. Hay momentos de tiroteos que si tienes el chaleco, bien, pero si estás en permanencia o pasas grandes períodos… No voy a hacer apología de no llevar el chaleco, pero creo que tengo una manera de funcionar un poco peculiar por estar largo tiempo en el terreno.
P. ¿Tienes en tu memoria momentos que sabes que te van a acompañar siempre?
R. Bueno… Hay una experiencia que me ha costado situar: en 2015 entraron en mi casa y asesinaron a mi compañero de piso. Ese es el momento de mi vida en que se me fue todo por los aires. Ahí sí tuve un período de trauma en el que me salió ese y todos los que llevaba acumulados. Fue un período muy difícil.
P. ¿Cómo se trabaja la salud mental en estos casos?
R. ¿La de los locales?
No puedo ir toda mi vida con un chaleco antibalas en la maleta
P. La tuya como periodista.
R. Es una pregunta complicada de responder. Hubo una época en la que mis amigos en Sudáfrica me dijeron que tendría que acudir a terapia. La verdad, nunca he hecho acompañamiento psicológico y no por falta de voluntad, sino porque los periodistas independientes no nos ganamos bien la vida. El día a día ya es suficientemente complicado y no hay muchos recursos para nosotros. Para mí, es un lujo que no me he podido permitir y lo haría encantada. No obstante, la manera de gestionar esos episodios es apoyándome en mis amigos y mi casa. Yo viví en Johannesburgo y ahora en Abiyán, pero me paso media vida que no estoy allí y un montón de amigos me dicen que por qué pago el alquiler si estoy muy poco. Pero les digo que, para mí, tener mi hogar y mi gente es lo que me permite seguir. Creo que estoy bastante entera de momento (risas). Por el momento no me he vuelto muy loca. Creo que no hay fórmula ni secretos. Cubrir la salud mental siempre me ha interesado mucho porque siempre hablamos de los muertos, pero hay una cantidad enorme de personas con traumas. Hay una cárcel en Sudán del Sur a la que llevan a aquellas personas a las que ellos llaman “locos”. Los encadenan y los tienen bajo el sol.
P. ¿Para qué?
R. Bueno, como están “locos”, para que no molesten. Peligrosos y no peligrosos, pero como no saben qué hacer con ellos… A otros los encadenan en casa. Esto pasa también en lugares del Cuerno de África y en África del Oeste. Por otro lado, en Abiyán, a quienes llaman “locos”, son protegidos en comunidad. La preocupación por la salud mental existe en todas partes y se gestiona de manera muy distinta. Hay gente traumatizada, pero también hay otras personas que hacen daño, como esos que han cometido atrocidades, niños soldado, gente que genera una cantidad enorme de dolor, y no son consideradas “locas”. Reflexiono mucho sobre lo poco partícipes que somos en España de estos conflictos. Nos hemos asentado en esa comodidad, en ese bienestar, y nos parece terrible el régimen del apartheid pero, en cambio, vivimos en un sistema de apartheid global. España vive así gracias a que hay gente en el otro lado del mundo que está dejándose la piel trabajando en unas condiciones terribles.
P. ¿Cómo ejercen el periodismo los locales?
R. Ellos son verdaderos héroes. Son los que realmente se arriesgan en el día a día. He hecho un montón de talleres con periodistas locales teniendo debates sobre la independencia y cómo mantenerla. Allí, ser independiente es arriesgarse la vida. He estado con gente de la televisión nacional que me decía que la población le insultaba por la calle. Les preguntaba por qué y me respondían que los acusaban de ser partidarios del presidente. Vamos a ver: ¿Eso es verdad? Y me decían que claro, que siendo la televisión nacional tenían que defender al presidente porque no tenían otra opción ni trabajo.
P. ¿No hay locales independientes?
R. Hay algunos. Estos sí que son periodistas de pura cepa que acumulan información y la transmiten a medios locales. Hay mucho también de compartir. En Mali, donde ahora la situación está muy complicada, hay compañeros que comparten información en grupos de WhatsApp de manera interna. Tienen unos contactos increíbles y esa es su forma de comunicarlo porque no pueden publicar. Desde España, desde este lado del mundo, es muy bonito hablar de la libertad de la información, pero no es tan fácil.
España vive así gracias a que hay gente en el otro lado del mundo trabajando en unas condiciones terribles
P. Desde la lejanía sí lo es.
R. Así es. Allí se arriesgan muchísimo y no solo a ir a la cárcel, sino también a ser asesinados o a que miembros de su familia desaparezcan.
P. ¿La seguridad de los periodistas locales está más en entredicho que la de los internacionales?
R. Sí, porque saben que hace mucho más ruido si le pasa algo a algún periodista internacional. Habréis oido hablar de los dos periodistas franceses que asesinaron en Mali y del que secuestraron, Olivier Dubois, que lo liberaron este año. Supongo que no habréis oido hablar de los periodistas y los activistas detenidos en Mali o Níger. Nadie sabe nada de ellos a nivel internacional. Saben que si le hacen algo a los locales no hace tanto ruido. Normalmente, en los conflictos africanos, los periodistas no somos el objetivo. En una guerra te pueden tocar las balas, pero no van a por ti como ahora ocurre en el Sahel. Ahí hay zonas a las que no podemos ir. Sabemos que tanto los occidentales como los locales somos objetivos.
P. ¿La población africana sigue los medios españoles?
R. No, no.
P. No saben entonces lo que el periodismo español cuenta de ellos.
R. Nada, cero. Escuchan mucho la radio francesa, que está muy presente. Es una radio muy buena a pesar de que es exterior y políticamente muy cuestionable, pero hacen muy buen trabajo. La población africana tiene muy poca noción de España, a pesar de que conoce más España que España conoce a África. Me acuerdo que una vez, cuando empecé a ejercer, estaba en el bosque y un hombre me dijo: “Ostras, España, qué miedo. Allí tenéis a la ETA” y dije, madre mía, estando en el Congo. Fíjate cómo se ven las cosas desde lejos. La percepción del mundo.
P. Uno de los representantes del periodismo de guerra es sin duda Ramón Lobo. ¿Cómo viviste su fallecimiento?
R. Ramón Lobo es un referente. Es a los que yo leía cuando era joven para empezar a vincularme con África. Para mí, él y Bru Rovira son figuras fundamentales que, además, cuando quise viajar por primera vez, los dos me recibieron muy bien. Era una estudiante jovencita con pájaros en al cabeza y compartieron conmigo tiempo, charla y consejos. Le tengo mucho cariño.
Estamos en un mundo muy racista
P. ¿Cómo consideras que se está contando la guerra de Israel y Hamás?
R. Visto desde allí, hay mucho dolor. Tengo mi visión sobre ese conflicto, por supuesto. Me parece increíble cómo el mundo está reaccionando ante un estado que ha dicho abiertamente que va a aniquilar una población. Si eso sucediera en cualquier otro país, sobre todo en África, ya habría condenas. Sin embargo, aquí se está permitiendo. Son las dinámicas mundiales que dan tanto miedo. También hay una falta de acceso increíble a lo que está sucediendo realmente. Siento tristeza al darme cuenta de que toda la ebullición de solidaridad de acogida que se generó con Ucrania, no se produce para otros. Me di cuenta hace mucho tiempo, pero es una evidencia más de que estamos en un mundo muy racista. Es duro cuando lo ves de manera tan dramática. De verdad que no os dais cuenta de lo que es eso. La atrocidad no es que abráis las puertas a unos, sino que se las cerráis a otros. Es muy injusto. No se está dispuesto a que cambien las cosas. La solidaridad dosificada es un poco extraña.
P. ¿Las consecuencias de la guerra de Ucrania también han llegado a África?
R. Lo curioso es que desde allí sí hay muchísima empatía. Hay visiones mucho más críticas porque Rusia tiene un papel muy distinto. Ha estado colaborando, enviando tropas y financiación a varios países de África… Allí las cosas no se ven de la misma manera que en España. Para los africanos, Francia y Rusia pueden llegar a ser muy potentes, por lo que el conflicto Rusia-Ucrania se ve diferente en Costa de Marfil, pro ejemplo, donde hay un sentimiento generalizado de solidaridad con el pueblo ucraniano. Pero también hay un vínculo muy fuerte con Rusia. Allí dicen que lo que están haciendo los rusos en Ucrania no es tan distinto a lo que han hecho los franceses durante toda la historia, que es venir con tropas y sacar minerales. Hay una visión mucho más crítica y no tan radicalizada y diferenciada entre buenos y malos. El papel de Rusia en el continente, ahora mismo, es muy interesante y no solo por el grupo Wagner. Ahora se ha hablado de él a raíz del conflicto, pero ha estado en la República Centroafricana durante muchos años. Es ahí donde se ha desarrollado, financiado y donde ha tenido sus campos de entrenamiento. Cuando estalló la guerra en Ucrania, hubo milicianos de Wagner que viajaron desde Centroáfrica. Ahora en Mali también están en la primera línea del frente acompañando al ejército en una operación que es tremendamente complicada y en la que Francia falló. Las operaciones de Wagner con el ejército maliense están acompañadas de acusaciones de abusos de derechos humanos y demás, cosa que también había pasado con los soldados franceses en algunas de las operaciones. Es decir, creo que todo es mucho más complejo de lo que al final nos llega aquí. Rusia es ahora el aliado clave en el Sahel. Esto nos va a afectar mucho. Esta zona de África está muy cerca, a nivel de seguridad. Deberíamos estar muy preocupados desde hace tiempo por lo que pasa en el Sahel. Los grupos extremistas se están extendiendo.
P. Recuerdo cómo se hablaba de África durante la pandemia y cómo el covid iba a suponer, cuanto menos, el exterminio de la población. ¿Qué hubo de cierto en titulares de ese tipo?
R. Esa es otra de las lecciones que deberíamos haber aprendido de África. Durante la pandemia, con Europa tan afectada por el virus, muchos países de África cerraron y aplicaron medidas mucho antes de que detectaran el primer caso. La reacción fue rapidísima y eficaz, mientras que Europa tardó mucho en aplicar medidas de confinamiento. Cuando en África vieron que la cosa estaba muy mal en China, ya pusieron gel hidroalcohólico. La ciudadanía estaba acostumbrada. Creo que fue por varios factores: uno, porque se había vivido el ébola, dos, porque los mecanismos de comunicación comunitaria son mucho más fuertes y como se espera menos del gobierno, la gente procura no enfermar para no acabar en los hospitales. Por ello, la responsabilidad de la ciudadanía fue mucho mayor, al igual que la de las autoridades. Sudáfrica también cerró fronteras y puso un confinamiento muy duro cuando, creo, no se había producido ninguna muerte y había pocos afectados. Prepararon los hospitales de campaña y se mantuvo a raya la pandemia. La prensa se llenó de titulares catastróficos, pero África no desapareció porque aplicó muchas medidas. En toda la zona de África del Oeste hubo muy pocos casos. Se hicieron bien las cosas y somos incapaces de aceptar que África gestionó mejor la pandemia que Europa. Por no hablar de cuando se produjo la variante Ómicron. La comunidad científica sudafricana descubrió la nueva variante muy rápido y lo comunicó al mundo porque el protocolo fue maravilloso.
P. Pero se señaló a África de forma negativa.
R. Sí, sí. Las reacciones fueron cerrar continentes. Fue una vergüenza, cuando en realidad había razones para felicitar a África. El protocolo del Ómicrom fue impecable y se aplicó para evitar su propagación. Es indignante. Tenemos unas reacciones que realmente dan vergüenza.
P. Hay una frase que preside tu blog, Viajo despacio y siempre regreso. ¿Tienes pensado volver definitivamente a España?
R. Aquí siempre vuelvo. Me fui hace casi 20 años, pero tengo vínculos muy fuertes con el país. También estoy ahora con el Festival de Cine Africano de Barcelona, que es otra forma de contar el continente, a través de la voz de los realizadores. Vengo a menudo para dar clases y conferencias. No me siento lejana a pesar de vivir lejos. Mi razón de ser es unir estos dos mundos. No sé si voy a regresar para quedarme, pero siempre tengo ahí una mano cerca de España. Yo soy muy de mi familia aunque no lo parezca. Es difícil para ella llevar mi vida, pero la gente que te quiere, te entiende más o menos y te respeta. Soy la única de mi familia que se ha ido de Barcelona.
Somos incapaces de aceptar que África gestionó mejor la pandemia que Europa
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