Ángeles Espinosa: “He visto humanidad en la guerra”
Ángeles Espinosa (Santo Domingo de la Calzada, 1962) es una periodista curtida en guerras. Muy joven aprovechó la oportunidad que El País le brindó, iniciándose en el periodismo internacional en el Líbano. A este destino le siguieron Irán, Irak, Afganistán, Líbano, Palestina o Beirut. El arrojo y la imprudencia, señales de juventud, fueron quedando aparcados cuando iba atesorando experiencia -y edad- en estas zonas de conflicto. Ha buscado siempre la información que surgía frente a sus ojos, pero también la que se aleja en muchas ocasiones de los grandes focos mediáticos. Fue expulsada de Irán en septiembre de 2010 por entrevistar al disidente Ahmad Montazerí y se trasladó a vivir a Dubai, desde donde sigue la actualidad informativa de toda la región.
Acude a Córdoba para recoger el Premio de Periodismo Julio Anguita Parrado. La pandemia le ha regalado este exprés aunque intenso viaje. Nunca llegó a conocer personalmente al periodista cordobés, pero el conocimiento de su muerte le hizo poner los pies en el suelo. “Los periodistas internacionales no somos inmortales”. La pandemia ha hecho más complicado aún su trabajo por el cierre de fronteras y por el miedo de quienes no se atreven a hablar con un periodista a través del teléfono. Durante una hora atiende a CORDÓPOLIS para reflexionar de todo aquello que nos impide la inmediatez y la vorágine que rodean al periodismo.
PREGUNTA (P). ¿Llevabas mucho tiempo sin venir a España?
RESPUESTA (R). Desde el verano, porque vengo en Navidad para ver a mi familia y este año, debido a la pandemia, ha sido complicado. Pero, además, me parecía un poco irresponsable. Llego a Madrid pero mi familia está distribuida por varias comunidades y si no voy a poder viajar o tengo que hacer trampas, me parece más prudente quedarme en casa. De hecho, no pensaba que iba a celebrarse el acto de la entrega del Premio Julio Anguita Parrado e iba a ser virtual. En cierto modo me hizo mucha ilusión que fuera presencial porque me dio la oportunidad de venir a España y a Córdoba, donde hace mucho tiempo que no venía. Me da mucha pena que esté cerrada la Mezquita porque contaba con dar una vuelta.
P. Sí, sólo está abierta los fines de semana.
R. Bueno, al menos paseé por la Judería.
P. ¿Cómo has vivido la pandemia en Dubái?
R. Empecé la pandemia con un gran susto porque el estallido de la pandemia me pilló en Irán. Era febrero y estaba cubriendo las elecciones y ya había los primeros rumores de que había muertos en Irán debido al covid, aunque oficialmente lo negaban. Luego, Irán ha sido uno de los países de Oriente Próximo con un mayor índice de contagiados. Dentro del país, cubriendo las elecciones, no éramos muy conscientes. Empezábamos a ver a algunas personas con mascarilla pero la mayoría no la llevaba. Durante el día electoral algunas personas llevaban guantes cuando tocaban las papeletas y al llegar a Dubái, al bajar del avión, vi a cuatro profesionales sanitarios vestidos con esos trajes de astronauta, que ahora ya se han hecho habituales, parándonos a la salida del avión, controlando temperatura. Ahí dije: “Ostras, esto es algo grave” porque, de hecho, según llegaba a casa, mi colaborador en Teherán me informaba de que dos de las personas con las que habíamos estado habían dado positivo. Todavía no había normas pero mi marido y yo decidimos que, durante los 14 días siguientes, no saldría de casa. A partir de entonces eso se convirtió en una normalidad. Después, el confinamiento fue más estricto en Emiratos Árabes que en España pero fue mucho más corto: para salir de casa hacía falta un permiso de la policía, que se conseguía online. Tú no podías salir y ya en la calle, si te paraban, tenías que justificar por qué estabas fuera. Si en España fueron seis semanas el primer confinamiento, nosotros sólo tuvimos tres. Lo que sí vino luego es que al salir del confinamiento se impuso un toque de queda nocturno y nos ayudó el clima: en aquella región, no sólo en Emiratos, hay dos estaciones: el verano y el infierno. Entonces, la gente no salía. Eso ayudó a que, aunque las medidas después se suavizaran, el número de contagios fuera mucho menor.
Los medios de provincia son la mejor experiencia porque aprendes el trabajo de la calle
P. En Córdoba, en verano, pasó algo parecido debido a las altas temperaturas.
R. Claro. Luego, otro elemento positivo es que la peculiar división demográfica de la población de Emiratos, donde la mayoría es emigrante y sólo el 11% es de allí, ha hecho que el número de personas de la tercera edad sea muy limitado. Eso contribuyó y sigue contribuyendo a que el número de muertes sea mucho más bajo.
P. ¿La pandemia ha hecho más complicado tu trabajo en relación al acceso a las fuentes, por ejemplo?
R. Sin duda, porque el trabajo que yo hago, que consiste en viajar a diferentes países periódicamente, ha estado impedido no sólo por el miedo que yo pudiera tener a contagiarme, sino porque las fronteras han estado cerradas. Todavía hoy hay muchas limitaciones y en algunos países se han vuelto a poner más restricciones. La pandemia ha complicado mucho el trabajo, lo que se traduce en recurrir a los contactos por teléfono y a mucho Zoom, que es una pesadez. Esto, para algunos temas, vale. En países occidentales llamas a cualquiera y te cuenta el asunto, pero en países que no son democracias, sino autocracias, donde la libertad de expresión es limitada, no todo el mundo está dispuesto a hablar por teléfono o por una videoconferencia. Pierdes muchos matices y muchos elementos.
P. ¿Occidente está conociendo bien qué pasa en Oriente Próximo?
R. Hay dos niveles: quien quiere estar informado tiene elementos para ello, pero existe también dificultad de acceso a conflictos que sabemos que están ahí, pero que nos falta el día a día y la inmediatez. Esa dificultad no depende de nosotros, sino de las circunstancias. Por ejemplo, Siria o Yemen. Los periodistas no están consiguiendo visados a no ser que entren de manera ilegal o en situaciones muy complejas que ponen en riesgo su vida. En los detalles, en el día a día, las guerras de Siria o Yemen no están teniendo la cobertura que en su día tuvo la de Irak, que la seguimos casi en directo. En ese aspecto no estamos tan informados.
Pero sí que es verdad que Occidente, si nos referimos a las élites políticas o a quien tiene curiosidad por saber qué pasa, sí tiene medios para saber e informarse porque a pesar de todo hay un esfuerzo por saber qué está pasando.
P. ¿Y Occidente se está cansando de contar siempre lo mismo?
R. Esto se ve mejor desde vuestra perspectiva que desde la mía porque yo estoy metida en el ajo. Tengo la sensación de que se ha perdido el interés por Oriente Próximo porque, además de que ha habido un vuelco hacia América y Europa, lo noto en el número y en la frecuencia de las crónicas que me solicitan. Si yo hace un par de años escribía una crónica diaria, y algunos días hasta dos, ahora puedo estar en dos o tres a la semana y no tienen la misma visibilidad, no van en la misma página ni a la misma altura en Internet. Eso me hace pensar que hay un descenso del interés por las crisis en Oriente Próximo y es cierto que resulta pesado estar contando el mismo conflicto día tras día o a mí me sucede. Mi primera corresponsalía fue en Líbano. Ahora ya no sigo el día a día de este país pero cuando leo las noticias de mis compañeros y veo que los protagonistas tienen el mismo apellido de los que había en mi época porque son los hijos o sus nietos, dices: “Algo está fallando”. Puedo comprender el cansancio informativo de la población en general, no de los dirigentes por sus implicaciones.
P. ¿Es frustrante que releguen una noticia que, a tu juicio porque te encuentras en el terreno, es importante?
R. Sí, pero también entiendo que las preocupaciones de nuestra sociedad española en este momento son otras y los medios de comunicación estamos al servicio de la sociedad. Aunque a veces me cueste porque la noticia que en otras ocasiones hubiera abierto la sección e incluso el periódico ahora es relegada a la página 7 u 8, veo qué noticias van por delante y me doy cuenta de que la realidad es la que es. La pandemia es lo más claro y, sin duda, es la preocupación de salud junto con el trabajo y la calidad de vida lo que nos preocupa más y eso hay que comprenderlo. Yo misma he intentado girar e informar de cómo iba la pandemia en mi parte del mundo, aunque no soy especialista en salud.
La pandemia ha complicado el trabajo de los periodistas internacionales
P. ¿Los medios se centran en difundir imágenes bélicas para hablar de este tipo de países?
R. Es posible. Al final, las noticias lo son cuando son malas. Las buenas noticias no son noticia y a mí me sorprende cuando algunas personas me dicen que los medios de comunicación sólo damos malas noticias. Bueno, francamente, que nosotros nos levantemos por la mañana, tengamos un fabuloso día y hayamos ido a una terracita encantadora, es maravilloso y eso es lo normal. El día que eso sea noticia es porque ha pasado algo que lo ha hecho anormal. Lamentablemente esa es la realidad. Sí que es posible que desde fuera se perciba que nos centramos mucho en los conflictos. Eso se puede compensar haciendo otro tipo de reportajes que expliquen la vida y el día a día de las sociedades, pero es inevitablemente por la propia naturaleza del periodismo.
P. ¿Has visto humanidad en la guerra?
R. Sí. Para mí, los conflictos sacan lo mejor y lo peor de la sociedad. Ves la crueldad total en bombardeos y secuestros pero también ves ejemplos humanos increíbles que muestran que en esas circunstancias la gente se preocupa de su vecino o de ti personalmente. Yo, desde luego, he aprendido mucho de las personas con las que he trabajado y relacionado cuando he estado en esas situaciones de conflicto. Desde detalles pequeños… Hay cosas que no se me olvidan. Por ejemplo: cuando estaba en Líbano en plena guerra civil, con la situación tremenda en la que no había electricidad ni agua –como están ahora, por eso digo que no cambian-, había unos vecinos que siempre estaban preocupados por ayudarnos. Venían a casa para explicarnos que si no teníamos agua había la posibilidad de comprar un camión. Nos avisaban cuando iban al centro de la ciudad por si necesitábamos algo. Esos detalles, en la vida corriente, no suelen producirse. De alguna manera, esto lo he visto replicado durante la pandemia. Cuando leí en mi periódico, tras la tormenta Filomena, que había habido vecinos que habían puesto sus coches 4x4 a disposición del personal sanitario o de ancianos que tenían que ir a algún sitio me di cuenta que aquello no era un caso anecdótico. Que, en esos momentos, al igual que sacan lo peor, también lo mejor.
P. ¿España ha perdido esa empatía y esa sensibilidad con todas aquellas personas que vienen a nuestro país huyendo de los conflictos que viven en sus países?
R. Espero que no. Es verdad que vemos algunas dificultades en los centros de internamiento y las noticias son muy tristes en relación a las condiciones en las que están, pero también vemos a muchas personas que están prestando ayuda. Con lo cual, como sociedad, estamos divididos y hay personas que apoyan y otras que se desentienden. Me parece muy duro descartar a toda la sociedad porque haya unos ejemplos feos y poco edificantes del tratamiento que damos. Recuerdo haber leído recientemente la historia de un matrimonio que regenta dos o tres hoteles y los ha puesto a disposición de los migrantes por su propia iniciativa. Sin dejar de ser críticos con lo que está mal, también me parece flagelarnos como sociedad ignorar que hay grupos de personas que están trabajando desde las ONGs u organizaciones como Cáritas por ayudar a las personas que tienen estas dificultades.
P. Después de tres décadas trabajando en Oriente Próximo, ¿han aprendido algo de tanta barbarie?
R. (Piensa) De nuevo, las sociedades son complejas y la mayoría de las personas de las sociedades en las que hay conflicto no están implicadas en esas violencias. Por supuesto que las rechazan, pero muchas veces se ven impotentes porque no disponen de los medios para hacerles frente. A veces pedimos a las poblaciones que tengan comportamientos heroicos. Cuando hubo las protestas pacíficas de 2009 en Irán antes de las Primaveras Árabes, la represión fue tal, con detenciones y muertes, que no le puedes pedir a una población que siga en esa dinámica. No tienen la forma de combatir frente a las armas. Del mismo modo, en países fracturados no por las guerras sino por décadas de dictadura, buena parte de la población está sometida al terror de las milicias, como en Irak o Líbano e incluso ahora en Yemen. ¿Qué haríamos nosotros en su situación si nos viéramos así? ¿Todos somos lo suficientemente valientes para salir y poner el pecho frente al cañón de un arma de un miliciano? Lo que me pregunto es quién vende las armas a estos grupos que pueden tener aterrorizada a una sociedad. Esa es la clave.
P. Las guerras son muy rentables económicamente.
R. Efectivamente. Hace dos semanas hablaba con unos activistas yemeníes sobre las perspectivas de acabar la guerra y me llamó la atención lo que uno me dijo: “Todo está muy bien pero no vamos a conseguir que el paso de firmar un acuerdo se produzca hasta que los actores de la guerra no vean mayor beneficio en la paz que en el conflicto. Con las ventajas que están teniendo ahora mismo, da igual lo que les ofrezcamos o lo que se ponga sobre la mesa. No les compensa”. Esa es la clave.
Cuando empecé en el periodismo internacional, me consideraba inmortal y ahora soy más prudente
P. ¿Han caído en esa trampa en la que las dos únicas opciones son los autócratas o los extremistas?
R. En esa trampa hemos caído los gobiernos occidentales. De siempre, la excusa de los autócratas árabes de Oriente Próximo siempre ha sido que o son ellos o son los barbudos, que son los islamistas. Nosotros nos lo hemos creído y hemos tenido miedo de estos últimos. Lo vimos en Argelia cuando los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones y no se dio tiempo a que tomaran el poder y aquello desencadenó en una guerra civil. Esto se puede ver en diferentes momentos y países. Esta dicotomía ha sido muy perversa porque los autócratas no han dejado que crezca la hierba bajo los pies para evitar, con la excusa de los islamistas, cualquier crítica o grupo que pudiera hacerles sombra. Entonces, estos países carecen de sociedad civil y de partidos políticos y, evidentemente, el riesgo es que el día que esa autocracia cae, se cumple la profecía: los únicos que se han organizado en la clandestinidad son los islamistas. Da la sensación de que los árabes no están preparados para la democracia. ¿Cómo van a estarlo si no se les ha dado la opción?
P. ¿El mandato de Donald Trump recrudeció la situación en estos países?
R. (Ríe) El mandato de Trump creo que nos ha descolocado a todos y se ha recrudecido la situación en todo el mundo. En cierta medida, fue muy celebrado por los propios autócratas la victoria de Trump, tanto en Arabia Saudí como en Israel, que tiene una democracia un poco peculiar. Netanyahu, que es ideológicamente cercano, se ha sentido respaldado. Quienes no han estado cómodos han sido las poblaciones que son críticas, porque las hay, aunque no puedan hablar o expresarse más alto o más bajo. Me parece discriminatorio considerar que la población de cualquier otro país no es como la nuestra en su diversidad, en tener opiniones diferentes, y el problema es que no tenemos la capacidad ni la forma para hacer sondeos y saber qué opina lo que quiere la gente porque sus propios gobiernos no lo permiten.
P. ¿Esta población es capaz de salir, formar grupos y debatir?
R. En varias ciudades y en varias ocasiones hemos visto manifestaciones. Las últimas han sido las de la Primavera Árabe que tienen un eco ahora. En los países con más dificultades económicas y sociales sí salen. Hay otros países con menos dificultades económicas, como los productores de petróleo, donde esto no se ha visto en forma de manifestación, o no mayoritariamente, y hubo una eclosión con las redes sociales. Una cosa muy interesante, que sí se ha podido medir, es que Oriente Próximo es una de la zonas del mundo con una mayor penetración del uso de internet y de redes sociales. Me acuerdo cuando hice un reportaje sobre esto que la media de usuarios era casi el doble en estos países que en otros países occidentales. Eso ha seguido así hasta que también los propios gobiernos se dieron cuenta de que ahí había un campo libre de debate y los regímenes lo han utilizado para capturar e identificar a los críticos y para encarcelar a la gente hasta el punto de que hoy, en la mayoría de los países de la zona –me da igual en apariencia liberal Emiratos o Arabia Saudí que se lleva la peor fama- poner un tweet crítico contra el monarca o algunas de sus políticas te puede llevar a la cárcel. Retutitear algo que ellos consideren contrario a los intereses del país te puede llevar a la cárcel, seas nacional o extranjero. Claro que las poblaciones locales han mostrado en momentos determinados su discrepancias con al forma en la que son gobernados.
P. ¿Esto ha llevado a que te hayas autocensurado en alguna de tus crónicas?
R. No autocensurar pero sí tienes que buscar, siendo una periodista extranjera en el peor de los casos te ponen en el aeropuerto, la forma de contar las cosas sin pillarte los dedos. Es complicado hacerlo, pero se puede hacer, sobre todo porque los lectores no son tontos. Una de las mejores fórmulas es citar las fuentes oficiales.
P. ¿Siguen muy de cerca la prensa española?
R. Creo que depende de los países, pero me consta que los más relevantes de la zona, desde sus embajadas en Madrid sí toman nota de lo que publicamos y escriben cartas de protestas al director, te sacan informes cuando vas a ver al embajador…
Los periodistas se han convertido en el objetivo de los propios grupos en guerra
P. ¿Algo relativamente normal?
R. Sí. La primera vez que me pasó me asusté pero luego me di cuenta que es parte de la profesión. He de decir que a mí lo que es una respuesta razonable y educada es una carta al director. No puedo querer yo criticar y que no me critiquen a mí. El problema es cuando no quieren que publiques. Todavía recuerdo una ocasión en la que hice un reportaje fotográfico sobre mujeres en Arabia Saudí. Yo no estuve con la fotógrafa e hizo unas fotos espectaculares. Me las dieron para que las estudiara para escribir un texto. Lo que me llamó la atención es que se veían las piernas de las chicas porque es un país en el que van cubiertas de la cabeza a los pies. El reportaje debía empezar algo así como “Las mujeres saudíes tienen piernas”. El embajador saudí del momento estaba enfadadísimo con el reportaje. No logré conseguir que me dijera qué había escrito y qué no era cierto. Fue incapaz. No le gustaba el tono. Yo no escribo para que le guste a un embajador o a un gobierno. Si algo es erróneo, se corrige. Ahora, si me dicen que soy muy pro… Intento no serlo pero la realidad es la que es.
P. ¿Escribir determinadas noticias ha tenido consecuencias como la negación de visados?
R. Sí. La expulsión de Irán es un ejemplo. Tras la entrevista con Ahmad Montazerí [disidente del régimen] me echaron de allí. Después, durante dos años no me dieron el visado. Yo puedo pedirlo, intentar buscar contactos que me ayuden pero si el régimen no quiere, no puedo hacer nada. No es una obligación darlo.
P. ¿Qué es lo que más te pesa a la hora de escribir una historia?
R. Hay dos tipos de crónicas que se le plantean a un corresponsal: las que son muy actuales, como un atentado o unas elecciones. Ahí es muy factual dar la información y lo que es más difícil es dar el contexto para que se entienda qué significa lo que está pasando porque para contar un atentado hay que explicar muchas más cuestiones que hay a su alrededor. Y luego, están las crónicas más de profundidad o reportajes en las que uno va más allá de la información diaria e intenta dar pinceladas sobre un país o un movimiento social. Ahí sí que me cuesta más encontrar el tono y el enfoque. No tanto lo que tengo que contar porque si he estado allí una semana o diez días sé lo que tengo que contar. Pero, ¿cómo atraigo al lector? La parte de la entradilla me lleva casi tanto como escribir la crónica.
P. ¿Cuántos sacrificios hay detrás del periodismo internacional?
R. Cumpleaños, bodas, bautizos, comuniones… Los sacrificios no los he hecho yo, sino mi familia a la que he dejado plantada en la mayoría de los actos familiares, que no se producen cuando estás de vacaciones. La última vez que he interrumpido mis vacaciones ha sido este verano. Yo, en el fondo, soy la que tengo esa vocación del periodismo, que ha sido la pasión de mi vida y me cuesta menos esfuerzo. Aunque, desde que me estoy haciendo mayor, me está costando más (ríe).
P. ¿Cómo era la Ángeles que llegó al Líbano la que es hoy?
R. En el fondo soy la misma persona pero quizás ahora estoy un poco más curada de espanto. Hay cosas que antes me sorprendían mucho y ahora me sorprenden menos al verlas una y otra vez. Quizás soy más prudente y más reflexiva. Antes iba un poco como loca a cualquier evento. Ahora intento mirar más el contexto.
Tengo serias dudas de que el periodista multitarea pueda hacer todo bien
P. ¿Te ha cambiado tu forma de ver la vida?
R. Sí, pero no sé si es fruto del trabajo o de que el tiempo pasa.
P. Te fuiste muy joven al Líbano.
R. Sí, por eso te decía. A veces, personas de la profesión me han dicho que qué valiente era por ser corresponsal y yo no lo soy. Soy la cosa más cobardica que hay pero dices: “¿Cómo he hecho estas cosas?”. Es verdad que hay una parte que es la ilusión del trabajo pero ahora, con perspectiva, pienso que también era fruto de la imprudencia de la juventud y de no pensar en los riesgos. No es que no supiera que existían, pero no pensaba tanto. Me consideraba inmortal. Eso es lo que ha cambiado. Intento ser más prudente. No dejo de hacer las cosas pero mido más los pasos, los sitios a los que voy y con quién voy. Creo que esto es un cambio mío pero también por las condiciones de la profesión. Cuando yo empecé, en las zonas de conflicto, cuando acudías a uno de los frentes de guerra, los grupos te tomaban bajo su protección de alguna forma porque querían que contaras su versión de los hechos. Evidentemente, a la semana siguientes ibas a ir al otro lado. Ahora, desde Afganistán aunque luego se agravó con la guerra de Irak, los periodistas se han convertido en objetivo de los propios grupos que están peleándose. Entonces, esto aumenta el riesgo para los periodistas y dificulta el trabajo. Eso ha cambiado radicalmente.
P. ¿Has sentido alguna vez que tu vida corría peligro?
R. Sí, pero es un fenómeno curioso que creo que tiene que ver con esa droga del periodismo. Normalmente me he dado cuenta a posteriori. Sólo ha habido un par de veces que en el momento sí he sentido ese peligro, pero el susto grande se ha producido después. Estoy recordando una ocasión en que volvía de Samarra a Bagdad en coche y había un convoy militar estadounidense delante que íbamos a sobrepasar cuando pudiéramos. Fue atacado por una milicia y respondieron con todas sus armas. Los coches que íbamos detrás nos quedamos atrapados y en la vida me he hecho una bola tan pequeña para meterme en el hueco entre el asiento y el respaldar del conductor. Ahí me metí y el chófer me decía que me escondiera corriendo. En la vida he pasado más miedo.
P. ¿Cómo viviste el secuestro de Antonio Pampliega, José Manuel López, Ángel Sastre y Javier Espinosa?
R. Con mucha preocupación. Además, justamente dos semanas antes había coincidido con Pampliega en el Kurdistán iraquí y habíamos estado cenando y me había estado contando de la dificultad de los freelances y que después se iba a Siria. No era solamente un compañero al que conocía sino que había tenido contacto semanas antes. Era muy preocupante. También me preocupó mucho el secuestro de Marc Marginedas porque además estaba con grupos que hacían temer lo peor y que habían asesinado poco antes al periodista estadounidense Foley.
P. ¿En momentos como estos te planteabas dejarlo todo?
R. No. Me he planteado las dificultades en las que trabajamos o los problemas de acceso que nos obligan a entrar ilegalmente en un país. Me he planteado que hay que hacer más para garantizar que se respete el derecho a la información, pero la profesión no, porque es fundamental para las sociedades democráticas. Un ciudadano bien informado es crítico y toma sus propias decisiones. Un ciudadano que está a expensas de rumores de redes sociales o de gurús es fácilmente manipulable. Y también es importante la diversidad dentro de la profesión. No vale que haya un medio como en las dictaduras, sino que tiene que haber muchos medios con distintos enfoques y opiniones pero que respeten los hechos cuando dan información, sea local, nacional o internacional. A veces, la información internacional puede parecer un lujo o cosa de élites, pero este mundo es muy pequeño y está todo relacionado y, como planteabas antes, la guerra de Siria tiene una traducción directa en el número de refugiados de ese país que llega a Europa. El conflicto o la sequía del centro de África tiene una consecuencia inmediata en el número de migrantes que llegan a nuestras costas. Todo está relacionado.
El movimiento de las mujeres en países en guerra escapa de la atención mediática
P. ¿Qué consejos nunca te dieron y sí darías ahora a quienes se introducen en el periodismo internacional?
R. A mí no me gusta dar consejos porque me los tomaba muy mal (ríe). Es muy difícil. Ha cambiado tanto la profesión desde que yo empecé que las fórmulas que a mí me fueron válidas quizás no lo son ahora. Aprender idiomas es muy importante. Ahora creo que hacen falta cosas nuevas, como que el periodista también haga vídeos. Cuando yo empecé no era necesario que el periodista supiera hacer eso o fotos.
P. El periodista multitarea.
R. Sí. Pero el riesgo está cuando se es excesivamente multitarea y si puedes hacer todo bien. Tengo serias dudas porque tengo mucho respeto por los compañeros que hacen fotos y vídeos y a mí no me importa ocasionalmente hacerlo, pero me parece muy importante que cada uno haga su trabajo. No soy yo quien para dar consejos, pero sí animo a quien le guste el trabajo y esté dispuesto a hacer algunos sacrificios, pero que tampoco lleguemos a la degradación a la que se ha llegado de trabajar sin cobrar por ello. Eso, al final, repercute en el futuro de la profesión. Recuerdo que por la primera crónica que hice me pagaron 300 pesetas. Probablemente era poco entonces pero no importaba. Tiene que haber algo porque eso es lo que nos motiva y da dignidad a lo que hacemos.
P. ¿Durante estos años has echado en falta a mujeres corresponsales?
R. He sido muy afortunada porque yo llegué a El País y la jefa de Internacional era una mujer. ¿Influyó eso en que me sintiera más apoyada y segura? Puede ser, pero no soy consciente porque me pareció normal. Era Mariló Ruiz de Elvira, a la que siempre recordaré con mucho cariño porque nunca puso trabas a ninguno de los compañeros que estábamos fuera. Creo que fue un buen punto de partida. Hoy en día es más frecuente. Me parece muy importante que todos seamos parte y que las redacciones sean diversas, pero tampoco creo que haya que exagerar y tenga que ser dos y dos. Creo que es una cuestión de normalidad y de apoyarnos. Somos un reflejo de la sociedad y a ella servimos.
Poner un tweet crítico contra el monarca o algunas de sus políticas te puede llevar a la cárcel
P. ¿Cuándo estudiaste la carrera te introdujeron en este tipo de periodismo?
R. Alguna asignatura había y, de hecho, el motivo por el que yo empecé en Oriente Próximo es porque el trabajo que hacía era sobre la guerra civil en Líbano. Comparaba la cobertura de los periódicos nacionales y justo entonces estaba en practicas en El País y una cosa me llevó a la otra. Yo siempre tuve interés en la información internacional y creo que fue esto lo que me llevó al periodismo. Si no hubiera sido periodista me hubiera gustado ser diplomático o algo así.
P. ¿Cómo tomó tu familia que, con 23 años, decidieras irte al Líbano a trabajar?
R. Mi madre lloraba como una magdalena y eso lo consideré un chantaje. El gran éxito fue que antes de que me fuera del Líbano, mis padres vinieron en un momento de supuesta tranquilidad para conocer el país. Tuvieron la mala suerte de que durante su estancia asesinaron al presidente mientras estábamos haciendo una excursión a Ballbek (ríe). Nos quedamos atrapados en el Monte Verdi antes de llegar a Beirut. Para ellos fue una experiencia aterradora pero mi madre la recordó durante toda su vida. Eso les hizo entender mucho más mi trabajo. Al final de todo, mi madre estaba muy orgullosa y pensaba que el mejor trabajo del mundo era el que tenía su hija. Así murió. Hubiera querido que yo hubiera sido profesora de Francés porque le parecía muy elegante. Fui la primera persona de mi familia que iba a la Universidad. Había una gran ilusión. El hecho de que estudiara Periodismo fue algo así como que yo iba a dedicar a la farándula y mis padres no lo terminaban de encajar. Tampoco me lo decían porque mi familia no era de esas que te imponían las cosas, precisamente por ser gente más sencilla. Mi madre lloraba amargamente durante días. Sin embargo, con el paso del tiempo, cuando vieron que yo estaba muy contenta con mi trabajo, el cambio fue total.
P. ¿Trabajar en este tipo de países ha primado más ser periodista que mujer?
R. Me estás haciendo preguntas que me hacen reflexionar mucho (ríe). No creo que sean dos cosas contradictorias. A estas alturas de la vida, nací mujer pero llevo tanto tiempo trabajando como periodista que forma parte de quien soy. Si mañana dejara de trabajar no sé si del todo dejaría de ser periodista, pero es parte de mí. Hay momentos en los que ser mujer sí pasa a segundo plano, la forma en la que te vistes por ejemplo, pero también es cierto que el ser mujer me ha dado acceso a aspectos de la información de los países que si hubiera sido un hombre no habría podido conseguir. Al ser países muy patriarcales, machistas y en algunos aspectos misóginos, hay una gran segregación de hombres y mujeres. El caso claro es Arabia Saudí o Afganistán. Me acuerdo que haciendo una entrevista en Afganistán a una mujer, el traductor se tuvo que quedar en la puerta porque no podía entrar. He entrevistado a mujeres que, probablemente, compañeros hombres no hubieran podido y he tenido acceso a algunas cosas a través de las redes de solidaridad de mujeres.
Por otro lado, también he podido acceder a hombres siendo extranjera. He entrevistado desde al Ministro de Exteriores de los talibanes cuando estaba el régimen talibán en Afganistán hasta a dos presidentes de Irán o al rey de Arabia Saudí. Cuando un dirigente de un grupo político quiere dar una entrevista, porque te la dan si quieren o si quieren mandar un mensaje a Occidente, lo que les importa no es si eres hombre o mujer, sino si tu medio es serio o si eres un periodista fiable. Eso es lo que más valoran. Además, sus actitudes machistas muchas veces no les son propias, sino que son costumbres sociales que ellos no cuestionan. No solamente las reproducen ellos sino también muchas mujeres. Tendemos a plantearnos el mundo en blanco y negro y no es así. Es más complejo. Hay muchas mujeres que han vivido en esas situaciones. A mí me han llegado a preguntar algunas mujeres si no encuentro incómodo conseguir las cosas por mi cuenta en lugar de que un hombre las haga por mi. Esto me lo han preguntando mujeres saudíes e iraquíes. Es muy complejo.
Un ciudadano que está a expensas de rumores de redes sociales o de gurús es fácilmente manipulable
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