Pozanco, 21: vivencias de la alegría
El patio en el que vive Elisa Pérez tiene una de las más características y singulares entradas de los recintos que se presentan al concurso de mayo: un largo pasillo lleno de macetas que desemboca en un cuadrado donde esta mujer de 78 años recibe a CORDÓPOLIS sentada porque al andar y hablar a la vez los problemas respiratorios que tiene hacen que se ahogue y le entre ansiedad. Y es por ello que así, sentada, ha arreglado todas las macetas de Pozanco, 21 que le han ido acercando. Porque “sentada hago milagros”, asegura quien fue maestra durante 46 años, la mayor parte de ellos en las Mercedarias, en el Campo de la Verdad.
A ella su patio le da alegría. La misma con la que recuerda haber vivido allí cuando era casa de vecinos, que es en lo que convirtió en 1919 su abuelo las cocheras para los carros y las bestias de las viviendas de San Rafael número 2, donde su madre formó familia y donde Elisa nació en 1940. A los seis años se mudaron a Pozanco y como después de la Guerra Civil “estaba muy complicada la cosa, mi madre vendió esta casa -antes había vendido la otra- y se quedó de inquilina”, recuerda.
“Cuando no había nada, había más alegría que ahora porque llegaba la Navidad y se cantaban villancicos y se reía la gente, y una caja de mantecados que tuviera alguien o si hacía pestiños se sacaban y se repartían”, rememora. Y esa alegría de la que habla no la daba el dinero. Ella lo tiene muy claro: “La da el compartir, la convivencia, la amistad sin intereses dobles”. Porque en sus tiempos, “dos vecinas se peleaban por lo que fuera pero al rato estaba aquello olvidado, eso lo daban los patios y la convivencia” en ellos. “Estábamos pendientes unos de otros, de otra manera que ahora. Si una de las vecinas estaba mala todo el mundo estaba pendiente de si comía o no comía la familia, de si tenía para vivir”, relata.
Desde 1993 ella presenta el patio a concurso, dentro de la modalidad de Arquitectura Antigua, aunque allí ha habido siempre flores “hasta la altura que llegaba mi madre porque mi padre decía que no se subía en escaleras para poner macetas, que estaba muy bonito lo blanco de las paredes”. Estas palabras son otro de los muchos recuerdos que guarda de la casa de su familia en la que ahora vive con dos sobrinos y que para ella es importante mantener. Por eso dice que “no quiero irme, cuando me lleven, que me lleven de aquí”. Elisa no asegura que su sobrino Carlos siga la tradición. “Una vez que yo no esté, no sé yo... aunque si yo vivo más años, ¿quién te dice que la hija que tiene ahora once no pille el testigo cuando tenga 21?”
Y más recuerdos. Todo son vivencias en la memoria de Elisa. “Aquí mi abuelo tenía un depósito de sal para distribuirla a las tiendas” y en los “años cincuenta se coló un toro que llevaban del campo al matadero y las vecinas chillaban hasta que se fue” el animal, cuenta. Parte de esos momentos que daban las casas de vecinos los han vivido también sus sobrinos, una de las cuales celebró en ese patio su boda, y también allí fueron todas las comuniones. El mismo patio por el que daban carreras los niños, pasillo “palante y patrás”, con las bicicletas “tronchando plantas... y yo siempre con la lucha de que no corras por allí o por ahí”, señala. Aunque hay cosas que no han cambiado porque “ahora tenemos una chica con 5 años a la que le encanta cortar las flores y enseñármelas, pero eso son los niños”, dice con resignación Elisa.
Todas esas vivencias las cuenta a sus sobrinos y a las hijas de ellos, que viven entre multitud de plantas pues allí hay “desde gitanillas a geranios pasando por plantas aromáticas, begonias, pericones, correquetepillo, buganvillas, claveles, clavellinas, abelias, una planta de Tenerife que no sé cómo se llama y otra que le dicen barra de labios...”, enumera esta mujer que habla del esfuerzo que hace en marzo y abril para presentar el patio a concurso, pues hay que quitar todas las macetas para blanquear con cal las paredes y volverlas a poner. “Fíjate tú el puzle que hay que hacer para que queden bien”, dice. No obstante, sigue repitiendo año tras año esta tarea, que en 2014 le mereció un reconocimiento del Ayuntamiento que quedó patente en una placa con su nombre que muestra orgullosa en su antiguo patio.
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