Vikingos, indios, califas y otras especies en el Día de la Décima
La conquista de la Champions abre a tope el grifo de la euforia entre la “Córdoba blanca” desde la Feria hasta Las Tendillas
Fueron a Las Tendillas, como Dios manda, para celebrar la décima Copa de Europa del Real Madrid. No fue una multitud extraordinaria, pero se dejó sentir. Muchos de los que vociferaban cánticos (de euforia, de mofa o de réplica a los del rival) podrían recordar a duras penas la última vez que se reunieron por el mismo motivo. Hacía doce años del golazo de Zidane en Hampden Park y eso para algunos chavales es como si les hablan de la Prehistoria. Lo han visto por la tele. Otros, ni eso. Porque estas juergas futboleras tienen un magnetismo que hace que se acerquen curiosos, que se tomen fotos (selfies y esas cosas) y que se besen banderas que son las suyas por un día. Esto es el fútbol.
La “Córdoba blanca” disfrutó como casi nunca. Quizá si el adversario hubiera sido el Barcelona, los excesos hubieran sobrepasado ciertos límites. Pero la víctima fue el Atlético, el vecino de siempre, que perdió su oportunidad histórica siendo fiel a esa historia de desgracia que le persigue y de la que no se puede desprender. Era campeón de Europa en el tiempo añadido, pero le marcó Sergio Ramos y condujo la historia a la prórroga. Y ahí fue masacrado sin piedad: 4-1. Otros cuatro le metió el Bayern de Múnich en 1974, después de una final que tenían dominada hasta el último segundo de la prórroga. Ahí llegó un tal Schwarzenbeck para equilibrar el marcador en una jugada de lo más cruel y absurdo. En el partido de desempate se hundieron los rojiblancos. Por cierto, el portero de aquel legendario equipo era un cordobés: Miguel Reina. Sí, el presidente del IMDECO. El padre de Pepe Reina, guardameta del Nápoles y speaker oficial de la selección española de fútbol cuando hay algo que celebrar. Algo que no pudo hacer en esta increíble noche de Champions el Atlético de Madrid, que sigue soñando con “la primera”. Mientras tanto, los “indios” paladean el amargo sabor del orgullo sin gloria final. Así en Bruselas como en Lisboa.
¿Y los cordobesistas, qué? Pues ahí andaban. Los del núcleo duro, los que sólo sienten el blanco y verde, observaban la escena entendiendo y respetando. No cabe otra postura. El Córdoba vive en un mundo distinto, especial, donde rigen otros códigos y se festejan otras cosas. Salvaciones, por ejemplo. O clasificaciones para un play off de ascenso a Primera. Ésa es su final. Juegan este domingo y necesitan ganar al conjunto filial de ese Real Madrid que hizo historia en Lisboa con la Décima.
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