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El profeta y la mofeta

Javi Flores intenta controlar un balón | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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Es pasión. Para bien o para mal, como expresa el himno de Manuel Ruiz Queco. Por supuesto, es amor. Es sentimiento profundo por un escudo, por unos colores. Pero es también odio. Otro instinto primario, sin los cuales quizá sea imposible entender este deporte. O desafección, que suena menos excesivo. Lo cierto es que en torno al verde surgen cariños imperecederos y desapegos que en ocasiones tampoco desaparecen. A veces, la situación cambia. Las circunstancias mandan, y quien antes presumía de noviazgo después trata de escapar de la ruptura. Aunque otras tantas las relaciones permanecen inalterables, o con escasas variaciones. En El Arcángel es fácil registrar, y observar, todas y cada una de las opciones. Como ejemplo, un duelo trascendente con el Elche que también tuviera otros factores a los que prestar atención.

Terminada una era, otra comienza. Lo hacía realmente este sábado, día que lo era de posibles juicios y veredictos. Era el primer partido en el coliseo ribereño sin Sandoval en el banquillo local. Era el primer partido a orillas del Guadalquivir con Curro Torres al frente del conjunto blanquiverde. Era el primer partido en El Arcángel de Javi Flores como rival. Ahí es nada. Y antes que todo esto, era el encuentro en que los jugadores del Córdoba habían de dar la cara ante los suyos después de la tormenta. Por si fuera poco, el choque era con un adversario directo. El triunfo era una obligación ineludible. Alicientes no faltaban, pero las gradas del estadio permitían pensar lo contrario a falta de un cuarto de hora para el arranque.

Parecía existir una tensa calma entonces en El Arcángel. Minutos después, sonaba su nombre. Esta vez lo hacía como integrante del equipo visitante. Retornaba a su hogar tras más de siete años. Era Javi Flores. Con más asientos vacíos que seguidores en los suyos, se escuchó un tímido aplauso. Probablemente la hinchada blanquiverde ya había olvidado su desapego por el de Fátima. Probablemente tan sólo. El recibimiento al cuadro califal fue más frío de lo habitual, por mucho que no faltara el himno. En todo ello estaba en segundo plano Curro Torres, quien en su primer día en la banda del coliseo ribereño pasó desapercibido. Jamás hubo alusión o reacción alguna desde la grada. Excepto cuando llegaron los cambios.

Los silbidos brotaron cuando Piovaccari abandonó el terreno de juego. También en el instante en que lo hizo Quim Araujo. La duda era si estaban dirigidos al entrenador o a los futbolistas. Porque por vez primera esta temporada fue perceptible el enfado de la afición por la trayectoria del conjunto blanquiverde. Tanto que al sonido de viento se unió en alguna que otra ocasión el cántico aquel de “esa camiseta, no la merecéis”. En ese momento el Córdoba perdía. Las venas se hinchaban. Se avecinaba bronca. Pero no llegó finalmente. Un gol de Miguel de las Cuevas lo impidió. El empate terminaba de subir al marcador y el chaval de Fátima volvía a ser protagonista. El preparador del Elche, Pacheta decidió sustituirle. Probablemente pretendía que Javi Flores recibiera el afecto de la que fue su hinchada. Probablemente.

Sucedió entonces. Aunque no fue unánime ni estruendosa, la pitada fue mayoritaria. La afición del Córdoba no siente amor precisamente hacia el Javi Flores, que se retiró quizá con la sensación de ser un apestado en su casa. Recuerdo desagradable es aún hoy aquella reprimenda que se llevó en 2010 cuando ni siquiera participaba del duelo de turno -con el Villarreal B-. Meses después el club le abrió la puerta y el otrora chico predilecto era un simple juguete roto para sus seguidores. Los que todavía lo son por mucho que vista una camiseta diferente. El de Fátima fue la mofeta en su casa. Nunca antes pudo observarse en El Arcángel tal grado de animadversión generalizada -e injustificada- hacia un jugador propio. Menos si cabe hacia uno que se crió y creció en blanco y verde, y que dio todo lo que tuvo -y le dejaron en ocasiones-.

El partido entró en una recta final de las que gustan. El Córdoba quiso remontar. Trató de conseguirlo, pero sin acierto. La afición estaba vibrante, pero podía acabar con una bronca el asunto. Con el último silbido del árbitro, apenas existió reacción. Ni fu ni fa. A pesar del amor, que sin embargo se mantiene para otra persona. “El fútbol sin emoción no es nada”, insistió siempre José Ramón Sandoval. El técnico es ya pasado, reciente pero pasado, del conjunto blanquiverde. Un hecho éste que no evita que haya quien le nombre todavía. “Sandoval, Sandoval, Sandoval te quiero”, cantaban Brigadas Blanquiverdes mientras el estadio se vaciaba a una velocidad vertiginosa. Él, cesado tras lograr sólo 11 puntos de 42 posibles, sí era profeta. Es pasión, es fútbol. Y cuesta trabajo comprenderlo en no pocas ocasiones.

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