"Después de más de 20 de investigaciones sobre el origen y raíz del cante jondo andaluz, he llegado a la conclusión de que éste tiene auténtica afinidad con el cante folklórico indo-pakistaní"
La reedición, por parte del sello británico Death is not the end, del disco Sufi Hispano Pakistaní, enterrado en el olvido desde hacía décadas, ha recuperado la figura de Abdul Aziz Balouch (Baluchistán, 1909 - Londres, 1978), un escritor y mítico pakistaní que llegó a ejercer como cantaor en la España republicana bajo el nombre de Marchenita, y que es, con toda probabilidad, el primer cantaor extranjero protagonista de una grabación de flamenco.
Aunque su flechazo con el cante jondo venía de lejos, de su país natal, el idilio se produjo en Andalucía. Fue en La Línea. En un concierto de Pepe Marchena y La Niña los Peines a principios de los años 30 del pasado siglo. Fue en ese momento exacto cuando Aziz Balouch, un místico sufí recién llegado de Pakistán a Gibraltar, confirmó las teorías que, con toda probabilidad, en aquel momento solo le rondaban a él en la cabeza.
Entusiasmado con el concierto, Balouch consiguió cantar en los días siguientes para Marchena. Y este quedó prendado con las similitudes entre el quejío flamenco y el cante sindhi de aquel joven, que acababa de llegar a la Península Ibérica siguiendo el rastro del músico Ziryab, el pionero persa que enseñó a los andalusíes las nubas y el que, al introducir una quinta cuerda al laúd, creó con ello la guitarra española, en la Córdoba de Abderramán II.
Para cuando llegó a Andalucía, con apenas 22 años, Aziz Balouch ya estaba familiarizado con el flamenco, que había escuchado, según indica el antropólogo Stefan Williamson Fa, entre la colección de discos de un amigo, un empresario hindú que tenía un negocio en Gibraltar. La fascinación por aquellos cantes, unida a la oportunidad laboral que le ofreció el empresario, llevó a que el joven pakistaní hiciera la misma ruta que recorrió Ziryab 1.200 años antes, desde Oriente Medio hasta Al-Andalus.
De aquel viaje, en sus memorias, Balouch escribe: “Cuando contemplé el peñón y el castillo de Tariq, las fronteras y las primeras vistas del sur de España, me sentí como quien regresa a su propia tierra”.
Aunque pasó los primeros meses en Gibraltar trabajando sin descanso, no tardó mucho en encontrar su propia voz al otro lado del peñón. De manera que, un año después de su llegada, Pepe Marchena se quedó tan conmocionado con su quejío que lo invitó a actuar la noche siguiente en el Teatro Cómico de La Linea. Y, tras el éxito de aquella unión, el cantaor sevillano aceptó acoger a Balouch bajo su seno y comenzó a compartir escenarios con aquel joven pakistaní.
Uno de los primeros discos de fusión flamenca y un tratado pionero de flamencología
A pesar del impacto que causó entonces su presencia en los tablaos y teatros de la época, Balouch no consiguió -quizá tampoco quiso- quitarse de encima el aura de exotismo. De manera que, para la gran mayoría de entendidos, era solo “el indio que canta flamenco” (así se le anuncia en su concierto en el Circo Price de Madrid en 1934). No obstante, sus cantes llegaron a oídos del director de Parlophone Records, en Barcelona, que accedió a meter en el estudio de grabación al artista pakistaní.
El resultado de aquellas sesiones, Sufí Hispano Pakistani', fueron cuatro canciones que, aunque cayeron en el olvido rápidamente, hoy constituyen uno los primeros ejemplos de experimentación y fusión en la música flamenca: Balouch había mezclado poesía persa, sindhi, árabe e hindi con las melodías y letras en español del flamenco. “Ahora tú vienes hincá de rodillas pidiendo perdón, te apartaste de mi vera y te fuiste sin apelación”, canta en español en Seguiriya, una canción que arranca con un canto persa del siglo XI.
Aquel disco, como sus recitales anteriores, no despertaron lo que se dice entusiasmo entre los círculos flamencos de la época. Aunque tampoco tuvo demasiado tiempo para expandir sus ideas sobre el arte jondo, puesto que, con el estallido de la Guerra Civil, se exilió en Londres, donde impartió clases de canto y llegó a aparecer incluso en la Radio 1 de la BBC.
A España volvió en 1952, como agregado a la Embajada de Pakistán, y aprovechó su vuelta para publicar Cante jondo. Su origen y evolución (1955), uno de los primeros tratados que establecen el origen del flamenco en las músicas de Oriente Medio que penetraron en España durante el periodo árabe. Uno de los ejemplos que da en el libro relaciona la saeta con la marsiya, un canto pakistaní que conmemora el martirio del Imam Husayn, y que, al igual que en Semana Santa, apenas tiene otra compañía que la de un tambor.
Aunque, por encima de las coincidencias y similitudes entre palos y estilos, sobrevuela en el libro la figura de Ziryab como el músico clave, la figura esencial que logró ensamblar las dos tradiciones de forma definitiva en la Córdoba califal.
Córdoba, 1963
A pesar de la influencia del músico persa-cordobés en su obra y su pensamiento, hay que esperar hasta 1963 para que Aziz Balouch se deje fotografiar en Córdoba. La imagen, captada por el Nodo, se da en mayo de 1963, coincidiendo con el IX aniversario de la muerte del poeta Ibn Hazm, cuando se celebra en Córdoba el I Festival de Poesía Árabe.
Aquella cita constituyó uno de los primeros acontecimientos culturales internacionales en la historia contemporánea de la ciudad y congregó a las principales autoridades diplomáticas y poéticas del mundo hispano árabe, como Nizzar Qabbani o Salma Haffar, mezclados con poetas y figuras como las del grupo Cántico. Y, entre todos ellos, aquel sufista pakistaní impartió una conferencia en la que, además de volver a trazar el paralelismo entre el flamenco y la música sindhi, también recitó un poema escrito para la ocasión, titulado A la Mezquita de Córdoba.
Santuario de los que aman el arte. Puerto glorioso de la fe.Tú has hecho el suelo de Andalucía sagrado, tan sagrado como el de la Meca
Quince años después de pronunciar aquellos versos en Córdoba, Aziz Balouch murió en Surrey, en las afueras de Londres, donde está enterrado en una tumba sin nombre.
Cuarenta y dos años después, un sello llamado La muerte no es el fin ha rescatado del olvido su nombre, su historia y su quejío.
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