El pianista que trascendió el abismo del virtuosismo para alcanzar el estatus de leyenda
Marc-André Hamelin, uno de los pianistas más asombrosos y singulares de nuestro tiempo, llega este viernes al Teatro Góngora dentro del Orozco Piano Festival para ofrecer un recital que reúne a Beethoven, Weinberg, Schumann y Scriabin. La visita del artista canadiense-estadounidense, célebre por su combinación casi inhumana de virtuosismo y musicalidad profunda, constituye, sin duda, el plato fuerte de la programación de este año.
Hamelin, descrito por The New York Times como “un intérprete de destreza técnica casi sobrehumana”, ha construido una carrera única entre los grandes solistas contemporáneos. Su reputación no descansa únicamente en la precisión o la velocidad de sus dedos, sino en una capacidad interpretativa que funde rigor, calidez y un sentido del humor siempre dispuesto a emerger entre las sombras de un pasaje complejo. Su facilidad para abordar los repertorios más temidos del piano —desde las obras titánicas del Romanticismo hasta joyas olvidadas del siglo XX— lo ha convertido en referencia absoluta para melómanos y especialistas.
A lo largo de su trayectoria, Hamelin ha sido un explorador incansable. No solo interpreta a los grandes: también reivindica a autores raramente escuchados, comenta hallazgos inesperados y comparte con la misma pasión una excentricidad encontrada en YouTube —como un mashup demencial de las 15 sinfonías de Shostakóvich superpuestas— que una reflexión sobre las sonatas tardías de Schubert. Su curiosidad, tan ancha como su repertorio, es parte esencial de su encanto artístico.
Nacido en Montreal y afincado desde hace años en Boston, Hamelin irrumpió en la escena internacional tras imponerse en competiciones decisivas en Canadá, Sudáfrica y, posteriormente, en el prestigioso certamen de música estadounidense celebrado en Carnegie Hall en 1985. Aquella victoria desencadenó una sucesión de debuts con grandes orquestas norteamericanas —de Detroit a Filadelfia, pasando por Minneapolis y Ottawa— y un número creciente de compromisos que lo llevaron, en 1987, a ser solista de la Orquesta Sinfónica de Montreal en su gira europea.
Desde entonces, su carrera se ha proyectado en todas direcciones: colaboraciones camerísticas con figuras como la violonchelista Sophie Rolland o la soprano Karina Gauvin; giras internacionales que incluyen Japón, Australia, México y los principales centros musicales de Europa; y un sólido reconocimiento institucional que lo ha convertido en Oficial de la Orden de Canadá y Caballero de la Orden de Quebec.
Hamelin es, además, compositor. Escribió sus primeras piezas a los 19 años y, con el tiempo, grabó sus propias y temibles Études, nominadas al Juno en 2011. Su catálogo discográfico, de más de 80 álbumes, ha sido piedra angular en la revalorización de autores como Godowsky y Alkan, cuyas obras aborda con una naturalidad que para otros pianistas sería un deporte de riesgo.
Este viernes, el público del Orozco Piano Festival podrá asomarse al universo sonoro de un artista que parece haber domesticado lo indomesticable. Beethoven aportará la arquitectura, Weinberg la intensidad, Schumann la introspección y Scriabin el fuego visionario. Hamelin, con su mezcla inconfundible de precisión, imaginación y valentía, promete recordar por qué, cuando él se sienta ante un piano, las fronteras del virtuosismo dejan de ser un abismo para convertirse en territorio conquistado
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