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FESTIVAL DE LA GUITARRA DE CÓRDOBA
Un ciclón llamado Marcus Miller

Concierto de Marcus Miller

Aristóteles Moreno

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Marcus Miller volvió a demostrar ayer en el Gran Teatro por qué está considerado como uno de los diez bajistas más influyentes del jazz contemporáneo. Solo tuvo que descargar su primer ‘groove’ pasadas las 20.30 de la noche para anunciar un huracán de funk compacto y sin concesiones al frente de una banda perfectamente ensamblada. En poco más de hora y media, el músico de Brooklyn se metió a un abarrotado teatro en el bolsillo, que celebró de forma unánime la maestría de un instrumentista fulgurante.

Exactamente igual que en 2008 en este mismo escenario, Marcus Miller desplegó un dominio técnico del bajo más allá de los límites físicos. Pocos pulgares percuten con la destreza, la velocidad y la exactitud con que el músico neoyorquino recorre las cuatro cuerdas en impecable sincronía con la sección de viento y la percusión.

Ataviado de su ya legendario sombrero negro y su enjuta figura, lideró un concierto redondo y convincente, plagado de ritmos urbanos que beben del trap, el funk, el hiphop, el R&B y el soul siempre en los márgenes inagotables del jazz. Marcus Miller dirigió con precisión la banda, sin robar protagonismo a ninguno de los cuatro músicos que exhibieron profesionalidad y talento a espuertas. El trompetista Russell Gun y el saxo Donald Hayes se acoplaron milimétricamente a las rítmicas embestidas del baterista Anwar Marshall, todo un portento jazzístico al frente de las baquetas.

Marcus Miller repasó sus últimos trabajos discográficos y recordó a su gran maestro Miles Davis con la interpretación de Tutu, en homenaje al sacerdote sudafricano y Premio Nobel de la Paz en 1984 por su decisiva contribución al desmantelamiento del apartheid. La producción de aquel disco, por cierto, lleva la firma del bajista. Sensacional fue su versión de Higher Ground, de Steve Wonder, o la impactante Blast!, llena de fuerza y energía, con la que coronó una noche excepcional.

Marcus Miller forma parte de una constelación legendaria de músicos de jazz estadounidenses. Baste decir que viene bendecido por el gran patriarca del género de todos los tiempos: Miles Davis. Y ese sello ya te acompaña de por vida. Fue bajista de una de las formaciones del genial trompetista en los años ochenta, de cuyo magisterio ha nutrido su soberbia trayectoria compositiva a lo largo de estos cuarenta años.

Su indiscutible virtuosismo instrumental le permitió convertirse en un solvente músico de estudio para iconos de la música negra americana de la talla de Aretha Franklin y Roberta Flack. Y su nómina de colaboraciones con los gigantes del momento es sencillamente interminable: Eric Clapton, Herbie Hancock, Al Jarreau, Chaka Khan, Wayne Shorter, George Benson o David Sanborn, con quien fraguó una fructífera relación creativa. Cuando se decidió a dar el salto como solista, en 1993, ya había acumulado un crédito musical de alto voltaje.

La crítica especializada lo cataloga como uno de los bajistas más reputados del jazz contemporáneo, con el permiso del mítico Jaco Pastorius, a quien venera con frecuencia encima del escenario. De hecho, ha sido acreedor de dos premios Grammy y otro buen puñado de galardones en reconocimiento a su abrumadora, diversa y prolífica carrera artística, que aún hoy, a sus 64años, goza de impecable salud. Sin olvidar su simbólico nombramiento como Artista para la Paz, otorgado por la Unesco en 2013 por poner el jazz al servicio del diálogo y el entendimiento entre los pueblos.

Como solista, ha publicado más de una docena de trabajos, el último de los cuales, Laid Black, fue grabado hace ya cinco años. Otro de los flancos que más ha frecuentado como músico profesional ha sido el de instrumentista de películas y series de televisión para directores como Spike Lee o Eddie Murphie. Y se ha declarado amante de la música española y particularmente del flamenco. De hecho, ha trabado amistad con Josemi Carmona y ha colaborado nada menos que con Vicente Amigo en un tema discográfico.

Marcus Miller atravesó como un ciclón el Gran Teatro de Córdoba en uno de los días más tórridos del año y justificó por qué el Festival de la Guitarra, más de cuarenta años después, sigue siendo una de las citas indiscutibles del calendario cultural de nuestra ciudad.

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