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'Mamma Mia!', un mágico estallido emocional

Escena del musical 'Mamma Mia!'. | MADERO CUBERO

Rafael Ávalos

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El Gran Teatro vibró en el estreno en Córdoba, en su nueva gira, de un musical que es mucho más: una inyección de vitalidad | El elenco, brillante, arrancó tantos sentimientos como aplausos

Todo acabó bien. Como había de ser. Como en la realidad siempre debiera suceder. El triunfo fue del amor, de la amistad, de la dicha. El paseo en el tiovivo de las emociones terminó en plenitud. Lógico que nadie quisiera desmontar su caballo. Era complicado dar por concluida una experiencia tan intensa. Y en el instante del adiós, pareciera que ni unos ni otros tuvieran la capacidad de marcharse. Normal, si después de romper la baraja había más cartas que jugar. Hasta el último instante vibró el Gran Teatro, en su totalidad, con Mamma Mia!, un fenómeno con difícil parangón. Quedó demostrado una vez más en su retorno a Córdoba -donde ya estuvo en 2010-. Más que un musical es, sencillamente, un estallido anímico. Una explosión que dinamita los esquemas del más descreído, del más rocoso y del menos amigo de jolgorios. Al final, de la fiesta de la vida nadie puede escapar. Para bien, como esta vez, o para mal. Que tampoco está de más conocer el lado amargo de la existencia. Todo suma en el viaje.

El trayecto de Mamma Mia! continuó en Córdoba tras su retorno en noviembre de 2015. Partía entonces de nuevo rumbo a diferentes ciudades, en una gira que proseguirá hasta 2017 y que pone de relieve el alcance de la brillante obra producida en España por Stage Entertainment. Resulta extremadamente complejo explicar lo que genera este espectáculo. Por todos sus aspectos: el artístico, el técnico, el argumental y, por supuesto, el musical. Las canciones de ABBA no perderán jamás, y el que lo dude tiene ocasión de comprobarlo, su fuerza. El carácter embriagador que otorgó al grupo sueco el más privilegiado lugar en el panorama discográfico mundial en los setenta y que permitió, décadas después, dar vida a Donna. Y a Sophie, su hija; a Tanya y Rosie, sus amigas; a Sam, Javi y Bruno, sus otrora amantes, sus ahora amigos… O su verdadero amor, en uno de los casos. Nunca hay un desenlace escrito con anterioridad, pues la trama es cambiante. Es lo que convierte en irrepetible, en único, el camino por el mundo terreno.

Un paraíso a veces tornado en infierno. Un infierno que no es tan ardiente como para devorar por completo el paraíso. Y cualquier rincón puede resultar idílico, pero en este caso lo fue -como lo es y será- una isla griega. Sophie aguardaba en ella el día de su boda, para la que le faltaba un detalle. La presencia de su padre. Pero, ¿quién era? La hija leyó el diario de la madre y actuó con la osadía que regala la juventud. Mandó tres cartas. A tres personas. A los tres hombres que hubo en la vida de Donna. Esa idea desencadenó el comienzo de una historia que es parte de una anterior y de todas las que han de venir después de que el problema quede solventado. Tres amantes y una mujer que no deberían encontrarse se toparon de bruces entre sí. Y de por medio dos amigas tan distintas como especiales, un enamorado futuro yerno, unos jóvenes que querían diversión. La misma que todos en su conjunto regalaron a un teatro lleno y deseoso de vivir lo vivido y lo que no. Prendía la mecha de una maravillosa dinamita.

La explosión en realidad tuvo lugar en cada momento en el Gran Teatro a lo largo de las dos horas y media -con veinte minutos de un descanso que pareciera eterno- que duró la primera de las dieciséis funciones que Mamma mia! tendrá en Córdoba. Duda, felicidad, nostalgia, decaimiento, vitalidad, inquietud, locura, dolor de desamor, ebriedad de amor -el que está y el reconquistado-, soledad anticipada del padre -o y madre-, pasión, desenfreno, festividad, sorpresa… y sueños. “Mi sueño es, mi gran canción, me hará vencer, cualquier temor”, comenzó su despedida Sophie, que al final no se casó. Versos generados a partir de Estoy soñando (I Have a Dream), una de esas canciones con las que ABBA acarició -como acaricia- el alma de los escuchantes. La joven no contrajo nupcias en el altar, cierto es, pero se lanzó a conocer mundo con su novio, el alocado pero enamorado Sky. Quien dijo Que sí, que sí (I Do, I Do, I Do, I Do) fue su madre. La que nunca creyera en el matrimonio, Donna, cerró el capítulo triste e inició el alegre de su libro con Sam. Pero, ¿quién era el padre finalmente? Nadie lo supo, ni lo sabrá. Total, qué más da cuando cada uno de los viejos amantes siente un tercio de paternidad de la chica que sigue el rumbo que le marca el corazón.

Lo que sucedió entre el comienzo y el final de la obra… El que quiera saberlo, si ya no lo conoce, tiene ocasión de tararear, aplaudir con emoción o entre risas, de mover la pierna con cada ritmo. De sentir, en definitiva, que es lo que posibilitó Mamma Mia! en su estreno -en esta nueva gira- en Córdoba. El musical arrancó sus días en la ciudad de inmejorable manera, con un público entregado y agradecido ante la inminente caída de telón -que cayó y no se cerró en el Gran Teatro en esta ocasión-. La ovación, con todo el espacio escénico en pie, fue la despedida que mereció un elenco sensacional. Nina lo volvió a capitanear en el papel de Donna con el poder de una voz inagotable y de una interpretación sobresaliente, pero ningún miembro del reparto -renovado- desmereció. Mención especial, necesariamente, para Clara Altarriba (Sophie): potente dulzura y arco iris sonoro. Todos los artistas mantuvieron una complicidad mágica con los espectadores. Por cierto, hubo varios guiños a la ciudad, pero no son admisibles spoilers.

No cupo duda alguna a lo largo de la función, que sólo fue la apertura de una etapa en Córdoba, de que el público terminó más que satisfecho incompleto. Porque hubo un final. Mamma Mia! es, dicho de otro modo, una de esas experiencias que uno nunca quiere que termine. La ciudad respondió y responde como es debido, ejemplo fue la cola de entrada que este jueves alcanzó, desde la puerta de acceso del Gran Teatro, casi la parroquia de San Nicolás de la Villa. Como ejemplo es el hecho de que las entradas para las representaciones venideras sean cada vez más parte de un tesoro por encontrar. El musical cerró con el auditorio en pie, con palmas rítmicas y algún que otro baile -no había inhibición y sí placer- mientras el elenco dedicaba un triple bis: volvió a sonar la canción que da nombre al musical, se escuchó de nuevo Dancing Queen y estalló Waterloo.

Un cierre excepcional al viaje en una hermosa montaña rusa de emociones. Y que nadie lo olvide, porque la cita fue vida y la vida son versos como esos: “Mi sueño es, un ideal, poder cambiar, la realidad”. Alguien, los integrantes de ABBA, escribió unas cuantas letras imborrables. Alguien, Catherine Jhonson, escribió un libreto excepcional para un musical. Al igual que ellos, cada uno escribe su propia historia y la realidad es un sueño cambiante. Mamma Mia!, otra vez igual.

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