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REPORTAJE

La ‘Capilla Sixtina’ de Romero de Torres enfrenta a la Junta de Andalucía con la Iglesia por su conservación

Capilla pintada por Julio Romero de Torres en la parroquia de la Asunción de Porcuna.

Juan Velasco

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El misterio en torno a ese obrero del arte que fue Julio Romero de Torres sigue vivo 150 años después de su nacimiento. Un legado y una leyenda que va más allá de Córdoba, su ciudad natal y a la que va siempre ligado, ya que el artista se movió como pintor a sueldo por muchos otros lugares de la geografía española y andaluza de la época.

Ahora, uno de sus trabajos más singulares y menos conocidos, ha provocado un pequeño conflicto de competencias a tres bandas entre el Ayuntamiento de Porcuna (Jaén), la diócesis de la localidad, y la Delegación Territorial de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía en Jaén. Todo ello a cuenta de los murales que Romero de Torres realizó a principios del siglo XX en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Porcuna, y que, como otras de sus obras, han vivido diversos avatares.

La cuestión que hay sobre la mesa en estos momentos está relacionada con el estado de estas pinturas, que ahora el Ayuntamiento de Porcuna quiere declarar Bien de Interés Cultural (BIC). Así lo indicó hace unas semanas el alcalde, Miguel Moreno, quien señalaba que el objetivo del inicio del expediente era, por un lado, lograr esta protección y reconocimiento para un “patrimonio de esta categoría”, y por otro, reclamar a las autoridades la necesidad de acometer la restauración de parte de los murales.

“Hace ya seis años el Ayuntamiento hizo una memoria valorada de la necesidad de la restauración que había que hacer, sobre todo, a la Santa Cena, también a la Sagrada Familia. La enviamos a Cultura y Patrimonio y hasta ahora no hemos tenido respuesta, pero estamos en la esperanza de que la Consejería de Cultura tenga a bien financiar esa actuación, cuya memoria está ya hecha y presentada, y que podamos disfrutar de esa restauración lo antes posible”, ha manifestado el alcalde de la localidad.

La Junta de Andalucía, por su parte, ha respondido esta semana a la solicitud, apuntando que la restauración es competencia de la propietaria del inmueble. “Dado que no son de titularidad de la Junta, debe ser la entidad, organismo o administración competente quien la acometa”, explicaban desde el Gobierno andaluz, poniendo a disposición las ayudas andaluzas al arte sacro puestas.

Ni religioso ni muralista

Todo para recuperar el brillo de unos murales cuya singularidad reside, en palabras del alcalde Miguel Moreno, en el hecho de que el pintor cordobés apenas recogió el tema religioso en su carrera, ni tampoco se prodigó como muralista. De hecho, su trabajo en Porcuna se puede considerar su Capilla Sixtina, porque lo realizó en cuando estaba en su etapa de influencia de la pintura de Tiziano y, en buena medida, por el barroco español.

No obstante, también quedó clara que la mirada iconoclasta del pintor no era quizá la más ajustada el canon ultracatólico de la época. Porque, cuando terminó los trabajos, parte de ellos fueron ocultados por retablos al no ser del agrado ni del sacerdote ni de algunos feligreses, que llegaron a considerarlos “inmorales”, según contaba el investigador de la Universidad de Sevilla, Jesús Aguilar Díaz.

Antes del escándalo estuvo el encargo. Una vez finalizada la construcción del nuevo templo de Porcuna, en 1903, se contactó con el pintor cordobés para ofrecerle la posibilidad de decorar la bóveda del ábside. Romero de Torres aceptó y durante su estancia en la localidad jienense se alojó en la casa de la familia Gallo, ricos hacendados e industriales, cuyo patriarca era José Julián Gallo, que entabló una amistad con el pintor que perduró durante décadas -prueba de ello es que fue quien le regaló al pintor el galgo Pacheco, el animal que apareció con posterioridad en varios de sus cuadros-.

Dos años de trabajo intermitente

El pintor pasó dos años pintando los cinco lienzos y tres grandes murales que hay en la parroquia. Lo hizo por temporadas. El primer encargo fue la pintura del ábside, donde hizo una representación de la virgen ascendiendo al cielo entre un coro de ángeles, mientras los apóstoles y doncellas rodean el sarcófago con solemnidad. Esta obra, que lleva la firma del artista de forma discreta, sí que captó de inmediato la admiración del párroco, Ramón Anguita, que le encargaron decorar las dos capillas del crucero.

Fue en esta ampliación donde Romero de Torres optó por una impronta más personal. En una de las capillas, representó la Santa Cena, capturando el momento en que Jesús instituye la eucaristía, y cambiando el orden de algunos de los apóstoles. El segundo mural en la capilla muestra a la Sagrada Familia en un sereno atardecer, con el niño Jesús, reposando en brazos de la virgen María, que transmite resignación y ternura, mientras José observa en silencio. 

Estos dos murales, sin embargo, chocaron contra los sectores más conservadores del pueblo. Finalmente, se decidió ocultarlos por un gran retablo, que los alejó de la mirada de los feligreses -y del propio Romero de Torres, que volvió a Porcuna- durante décadas. Tras la muerte del pintor, los cuadros siguieron ocultos y, durante la Guerra Civil, el retablo fue eliminado y los murales estuvieron a punto de ser destruidos. Fue gracias al ingenio de Andrés Cabeza, un pintor vecino de Porcuna, que se salvaron las pinturas al ser cubiertas con pigmentos y cola, indicando, además, que debajo había una obra de Julio Romero de Torres.

La obra siguió oculta tras la contienda. Y no fue hasta 1974 cuando se retiraron definitivamente los retablos, dejando al descubierto los murales daños visibles, fruto de las perforaciones hechas para su ocultamiento. La restauración, llevada a cabo por el hijo del artista, Rafael Romero, fue un tanto desafortunada, y estuvo muy lejos de recuperar el esplendor los murales, que hoy siguen en un estado de conservación francamente mejorable.

La cuestión es que el pintor cordobés no sólo se entregó al muralismo en Porcuna, sino que también realizó cinco cuadros adicionales, entre ellos un óleo sobre lienzo de San Juan Bautista, pintado como regalo para la iglesia veinte años más tarde. Este cuadro se creyó perdido durante la Guerra Civil, pero fue hallado enrollado entre papeles antiguos y ahora se expone en la nave del Evangelio.

Además, en las pechinas de la bóveda del crucero, hay otros cuatro óleos de los evangelistas San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, que fueron atribuidos al maestro en 2017 por Manuel y Juan Miguel Bueno, quienes destacaron la madurez artística de las pinturas.

Una auténtica capilla sixtina para un autor que, en los años sucesivos, comenzaría a labrarse ya una reputación legendaria como artista de mirada singular. Y es que, unos meses después de que en Porcuna pusieran en duda la moralidad de su obra, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1906, su obra Vividoras del amor, que representaba a unas prostitutas, fue juzgada de inmoral y rechazada por el jurado.

Pero esa es otra historia.

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