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Naturaleza y memoria: La metamorfosis de Hisae Yanase

Crisálida de aire. Hisae Yanase

Marta Jiménez

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Hisae Yanase realizó su última obra en 2018. Se tituló Ikiru, que significa vivir en japonés. Las distintas piezas que la conforman fueron modeladas en Málaga, durante un simposio con ceramistas rusos, y muestran una especie de crisálidas que reptan por la pared. Figuras deformadas, aplastadas, pero de las que vuelve a surgir la vida.

El mismo proceso le ha ocurrido a la obra de la artista cordo-japonesa desaparecida en 2019, que ha vuelto a metamorfosearse en una maravillosa exposición -se espera que la primera de muchas retrospectivas- que lleva por título Ikiru, el nombre de esa obra con la que Hisae desafió a la muerte.

La sala Vimcorsa y la Casa Góngora acogen 240 obras (corran a verla, que solo estará abierta hasta el 6 de noviembre, sin que nadie entienda por qué la exposición tan solo tendrá una duración de 6 semanas) que se centran en la Hisae artista, obviando sus primeras incursiones en la cerámica más utilitaria y también las obras de su vertiente como docente. Y es que con la idea artística de un pintor mezclada con la técnica de la cerámica, Yanase creó un universo propio gracias a una libertad que aseguraba no sentir en Japón.

La artista, nacida en la ciudad de Imbagun, cercana a Tokio, abandonó a finales de los sesenta sus raíces para hundir otras nuevas en Córdoba. La atrajo a esta ciudad el olor del cuero de los cordobanes y de los guadamecíes, pero pronto lo suyo fue la cerámica artística, disciplina de la que fue una autoridad y sobre la que estuvo enseñando hasta su jubilación en la Escuela de Artes y Oficios Dionisio Ortiz. Justo el maestro que le dio trabajo en Córdoba.

El germen de este tributo tres años después de su muerte se encuentra en el granadino Espacio Lavadero, con el artista Miguel Ángel Moreno Carretero al mando, quien ha comisariado la exposición con la colaboración de Ángel Luis Pérez Villén y del artista y compañero de Hisae, Antonio I. González.

Lo orgánico y lo inorgánico, la memoria y las tradiciones conforman el hilo conductor de un viaje entre texturas, brillos y craquelados que crean sensaciones y llevan al espectador a una naturaleza sostenida a través de un lenguaje primitivo, muy del origen. Naturaleza suspendida, primavera dormida o De la música callada a la soledad sonora son algunos de los poéticos nombres de unas piezas de distintas etapas que interactúan entre ellas.

La poesía también formará parte del ansiado catálogo de esta exposición -que llegará tarde, pero llegará- en donde un verso del poeta José García Obrero parece definir la esencia de metamorfosis de Hisae: “No hay exilio más cruel que echar raíces”.

Una visita guiada de la mano de Pérez Villén y González se convierte en un acontecimiento para compartir con los lectores cordopolitas.

Sin título (1985)

La obra que da la bienvenida a Ikiru es un “verso suelto” en la obra de la artista. ¿Está realizada en barro, cuero, bronce, yeso o madera? Qué más da la técnica o el material (gres con esmalte a altas temperaturas). La fuerza de artista en la escultura de Hisae ya empieza a latir con fuerza en esta pieza que muestra algo orgánico, cada cual ve lo que ve, en proceso de metamorfosis. Muy cerca, una obra anterior también sin título, de los años 70, también insinúa lo que vendrá en el lenguaje de la artista. Algunos ven un pulmón, otros un animal, algunos un organismo microscópico  y otras una vagina. En ella se representa, de manera literal y metafórica, el germen. La naturaleza orgánica y también la memoria oculta.

Guijarro herido (1997)

La primera sala se llena de cantos rodados. Formas circulares y  piedras que  tienen referencias simbólicas en Japón. “Lo importante es andar, ser un canto rodado”, interpela desde la pared la propia Hisae. En Guijarro herido se ve la naturaleza a través de una ventana. Antonio desvela que un atentado de ETA inspiró a la artista. Por eso hay cantos rodados teñidos de rojo, manchados de sangre. La artista habla de algo que le duele.

Al fondo de la sala, que se parte por una gran  banderola con los emblemas de la familia Yanase, se encuentra la serie titulada Usu (1999), que muestra varias ruedas de molino con la palabra del título escrita en caligrafía japonesa, en los cuatro ideogramas que existen.

Aliceres (1994-1995)

En esta serie de 6 piezas se unen la dualidad de la naturaleza, el mundo orgánico con la geometría, lo racional. Una interpretación del sistema de azulejería árabe para suelos y paramentos donde no faltan ni la memoria romana ni la bizantina. Un homenaje a la rica tradición de la cerámica andaluza para fusionarla con la tradición oriental. Las obras despliegan secuencias modulares a través de un proceso constructivo en el que se incorporan elementos serializados completando lo que, conceptualmente, podría llegar a entenderse como un paisaje en permanente expansión. 

Crisálida de aire (2012) 

Esta intervención que flota en un rincón de la sala Vimcorsa con fondo de grafito negro se expuso por primera vez en la Casa Góngora, dentro de la exposición Pretextos del proyecto Páginas de barro. La obra se inspira en la novela de Haruki Murakami 1Q84,  de ecos orwellianos. En ella  hay unas crisálidas de las que nacen unos seres, los little people, personajes que solo pueden ver la gente capacitada por su mundo interior. En el mundo real de Hisae la crisálida está realizada con hilo de algodón en la que se incrustan  piezas de cerámica que parecen objetos en formación, salidos del mundo marino. Los little people cuelgan del espacio y poseen una técnica compleja de esmaltado que no se percibe, ya que están encerrados en medias de malla que ocultan la belleza de la cerámica. 

kuuki (2012)

En esta delicada obra sobre papel para filtrar el vino que le regaló un amigo de Montilla, la artista utiliza la fotografía y el collage. Se trata de un papel vivo, manchado con hongos, por lo que los propios organismos vivos se convierten en “agentes colaboradores” que hacen la mitad del trabajo y cambian su color dependiendo del lugar y el clima en el que se encuentre la obra. Se trata de una pieza capaz de “leer el aire”, que es como se traduce su título. Un concepto japonés que define a aquellas personas capaces de comprender la comunicación no-verbal y el código social japonés.

El jardín de las delicias de Hisae (Sango y Flora)

Ángel Luis y Antonio llaman a la sala que acoge las pequeñas esculturas de Hisae como “la sala surrealista”. Esta se llena de seres en transformación, seres orgánicos que en su serie Flora, parecen salidos del famoso cuadro de El Bosco. Los que se hallan sobre las cajas de embalaje -donde aún se lee la dirección de la artista o la advertencia de “muy frágil”- están hechos con cascarilla de cerámica, el molde de la fundición del bronce normalmente desechado y aquí utilizado como medio de expresión.

En la sala conviven con su serie Sango, esculturas realizadas con terra sigillata y objetos encontrados. La artista quiere llevar al espectador al “fondo abisal” con estas obras en las que reflexiona sobre el azar porque, como solía decir, “no todo debe ser premeditado”. En ellas hay fragmentos de su pasado para activar la imaginación a través de las conchas o las flores que conforman esta obra pensada para disfrutar. 

Nostalgia suspendida (2002)

Esta instalación en la Casa Góngora recopila los objetos que utilizaban las mujeres, como pilas de lavado y tablas sobre arena, a modo de jardín zen. También hay ruedas de molino en homenaje a la mujer trabajadora en lo cotidiano, aunque hay quién ve más allá entre los asistentes, como África u objetos musicales. Todo se contiene en las piedras, como El sonido de la cigarra penetra en la piedra, un haiku en una gran piedra con lañas que a la artista se le rompió en el horno. Las lañas dan otra vida a la pieza, más pobre pero la vez más enriquecida.

Maqueta de Kuchu no hako (2015)

El primer proyecto colectivo de los Amigos de Medina Azahara tuvo a Hisae en su parte artística con esta obra que se mantuvo suspendida en el aire durante unos meses en el patio del Centro de Recepción de Visitantes del conjunto arqueológico. Su escala real, de 240x240 centímetros, utilizó el mismo módulo que rige en el diseño de la sede de Medina Azahara. El artista Juan Serrano insistió en realizar una maqueta previa de la obra para comprobar cómo funcionaba todo, cómo se comportaba el peso, cómo se hilvanaba la cerámica que cuelga. Un paso previo que tuvo tres meses de trabajo y que hoy cuelga en el patio de la Casa Góngora.“Si te metes dentro del corazón del cubo  y miras hacia arriba, parece que ves mariposas blancas que esperan su vuelo, algo que eleva mi espíritu”, expresó Yanase el día de la inauguración de la obra definitiva.

Algunas de las 1.300 piezas de cerámica que la compusieron, todo un homenaje a la cerámica califal verde-manganeso, pretenden colgarse el próximo sábado día 6 de noviembre de los árboles metálicos de la plaza de San Agustín, el barrio cordobés de Hisae. Una acción que pretenden llevar a cabo los Amigos de Medina Azahara y la asociación de vecinos del barrio si se conceden los permisos necesarios.

La exposición Ikiru se puede visitar en Vimcorsa y en la Casa Góngora hasta el próximo 6 de noviembre.

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