Las muchas vidas del punk cordobés que superó una imputación por terrorismo y por reírse de la Reina Sofía
Diego camina seis mañanas por semana por la calle Lucano, atraviesa San Pedro, llega a la Ribera y sube hasta las Tendillas. Conoce cada baldosa, cada esquina, porque lleva ocho años vendiendo cupones por esa ruta, la más turística de Córdoba. Los que le compran lo saludan como al cuponero de siempre, pero algunos compradores ocasionales lo miran dos veces, con sorpresa. Se les enciende un recuerdo.
“Oye… ¿tú no eres Petas y Birras?”. “Sí señor, aquí estamos, dando suerte”, responde Diego, que está acostumbrado a posar para los teléfonos con el chaleco reflectante de la ONCE. El turista se marcha feliz y él vuelve a su ruta.
Estas cositas las cuenta Diego con una cerveza por delante, todavía sorprendido de que un periodista de un medio mainstream le llamara con la intención de contar su historia. O sus historias. Porque Diego, el alma del proyecto de Petas y Birras, uno de los grupos punks más inclasificables de Córdoba, tiene unas cuantas batallitas que contar. La más notoria, probablemente, también está enterrada en el olvido.
Es la de aquella vez que subió a Madrid a sentarse en el despacho de un famoso juez en el que colgaba un crucifijo. Según sus recuerdos, era el juez Ismael Moreno, “el mismo que, años después, encarceló varios días a dos titiriteros”. En esos años, Moreno era titular del Juzgado de Instrucción de la Audiencia Nacional. Ya era un juez mediático, pero todavía pasarían algunos años antes de que llenara portadas por acusar de enaltecer el terrorismo en una obra infantil.
El tren hacia Madrid
El caso de aquel cantautor cordobés, sin embargo, no ocupó una sola portada de prensa. Todavía hoy, resulta casi imposible encontrar datos. Sobre todo, porque, aunque los cargos eran similares, para Diego todo quedó en un susto. También porque eran otros tiempos: el año 2011, antes de la fuga de Valtonic, del encarcelamiento de Pablo Hasel o de la aprobación de una Ley Mordaza con la que, probablemente, Diego hoy no habría salido tan indemne.
Hace 14 años, un lunes por la mañana, un punk cordobés canijo y adormilado se subió a un tren con un nudo en el estómago y una carpeta en la mano. No llevaba guitarra, ni cuadernos de canciones, sino papeles judiciales. El tren se deslizaba hacia el norte mientras él repasaba en su cabeza una y otra vez lo que había escrito, lo que había cantado, lo que creía que podían preguntarle. La citación había llegado 72 horas antes. Un viernes. No había tenido tiempo para digerir que lo estaban llamando a declarar por sus letras. Oficialmente, dice él, por “reírse de la Reina Sofía”. Extraoficialmente, resume, “por agitar demasiado” con su música “anarcogrosera”. Sí que había podido -por mediación de la CNT- conseguir un abogado, un letrado que hizo el mismo viaje a Madrid, pero desde Vigo. El señor lo esperaba en Atocha y, en el camino hacia los juzgados, le dio una indicación clara: “Tú contesta, que si no lo haces, te llevan parriba”.
La Audiencia Nacional lo recibió con su arquitectura fría y gris. El juez, un antiguo expolicía durante la dictadura, lo esperaba en un despacho lleno de muebles oscuros, un crucifijo en la pared y una fotografía en la que besaba la mano del Papa Juan Pablo II. La escena parecía sacada de otra época. Diego recuerda el tufo a “franquismo” que inundaba aquel escenario.
Arrancó directo el magistrado, con una fiscal al lado (y de su lado). “¿Usted canta esto?”, “¿Usted lo compuso?”, “¿Y esas frases, que usted canta, de dónde salen y con qué fin las canta?”. Diego hoy recuerda que contestó sin miedo, con dignidad. No negó nada. No pidió clemencia. Sí que se sorprendió de que, al contrario de lo que pensaba, la letra en la que decía “Ley de Extranjería pa la puta Reina Sofía” -incluída en la canción Sofía, Sofea-, no solo le parecía al juez un caso de injurias a la Corona, sino que, cuando salió del despacho, también llevaba aparejado un cargo de enaltecimiento del terrorismo.
En el limbo
“Era una encerrona en toda regla”, reflexiona Diego ahora sobre aquella citación. Él defendió ante el juez -el mismo que ahora investiga el 'Caso Koldo'- que esas frases se decían en cualquier manifestación y que él solo les había puesto música. Su franqueza, asume, desconcertó en cierta medida al juez y a la fiscal. Probablemente, no se esperaban que aquel punk flaco y andaluz no bajara la cabeza.
Tras declarar, salió de la Audiencia y tomó el tren de regreso. El vagón estaba lleno de gente somnolienta, funcionarios que ojeaban periódicos, estudiantes que repasaban apuntes. Nadie sabía que a su lado viajaba un cantante imputado por terrorismo. Lo habían mandado de vuelta a Córdoba con “medidas cautelares”.
“Tenía que estar un año yendo a firmar periódicamente a la Comisaría. No podía salir de Córdoba sin avisarles. Si quería ir a Málaga, tenía que presentarme en la Comisaría de Málaga. Así me tuvieron un año y pico, yo creo que con el fin de asustarme”, relata sobre un asunto que, quince años después, está en una especie de limbo administrativo, ya que el caso nunca se juzgó, pero tampoco recibió notificación de sobreseimiento. Sencillamente, se quedó en un cajón, como un expediente dormido que, en cualquier momento, podía despertar.
“Un día me dijeron que ya podía dejar de ir a firmar. No me han vuelto a llamar, no me han citado ni nada. Supongo que se han olvidado de mí”, dice Petas y Birras, que ha seguido cantando esas mismas canciones durante todos estos años.
Un grupo nacido en los botellones
El juez Moreno y aquella fiscal no tenían ni la más mínima idea de quién era aquel tipo de que tenían delante. Es desternillante imaginarlos cogiendo un expediente sobre cuya carpeta estuviera escrito “Petas y Birras”, antes de llamarlo a declarar. Y, para entender de dónde salió Petas y Birras, hay que viajar a otra época: a los parques de Córdoba a principios de los 90, donde los grupos de chavales se sentaban en bancos de hierro y madera, entre viajes de idea y vuelta de litronas de cerveza y porros, mientras un radiocasete a pilas escupía voces rabiosas: La Polla Records, Eskorbuto, Kortatu.
Entre canción y canción, la charla fluía bajo una nube de humo denso. “Nosotros hacíamos otro tipo de botellón más guapo que los de ahora. Se hablaba de política, de poesía, de música, de desahucios, de la revolución. Nos llevábamos un radiocasete y ahí sonaba de todo. Mucho rock, pero también Los Chichos y Los Chunguitos... Los heavys, los roqueros, los punks… todos nos conocíamos. Eso se está perdiendo”, recuerda ahora el artista, que cuenta que, en ese contexto, se alió con su amigo Antonio 'Jevi Chico', y juntos lanzaron aquel grupo bajo el alias Petas y Birras.
Un nombre provocador, festivo, pero también reivindicativo. Hoy, cuando el humo del cannabis ya no entra en sus pulmones, mantiene que el nombre que escogieron era una reivindicación en un tiempo en el que el Estado perseguía con fiereza el consumo, mientras, hipócritamente, fumaba porros una buena parte de la sociedad.
Primeros tumbos (y pérdidas)
Desde el principio, su música fue una especie de folk punketa, con una actitud cañera y humorística, pero con contenido social. Su sonido era mucho más duro que el Toreros Muertos, con los que compartía una mirada humorística, y menos bruto que el de Evaristo o Eskorbuto. Siempre fue una rara avis en el ecosistema musical de Córdoba, donde no han abundado los punks, pero donde, no obstante, compartía algunos rasgos con el insigne Juan Antonio Canta, líder de Pabellón Psiquiátrico.
“Los pocos punks y heavys que habíamos, eso sí, nos conocíamos todos”, apostilla sobre los inicios de una banda que sufrió vaivenes, como todas. El más grave, la muerte de su amigo Antonio 'Jevi Chico'. Con algunos cambios, logró que siguiera adelante. Su popularidad no se limitó a Córdoba. Dio el salto a otras provincias, donde algunas de estas minorías respetaban su enfoque singular y su compromiso social.
Todo aquello, sin embargo, quedó en barbecho cuando Diego fue llamado a la Audiencia Nacional. Cuando la justicia se le echó encima, Diego miró alrededor: ningún partido político lo apoyó. Ni siquiera el Partido Comunista (IU), que gobernaba Córdoba en aquellos años. Lo sostuvo la CNT y la gente común.
El triunfo es molestar y aguantar el malestar
Esto lo lleva con orgullo. Al igual que su imputación. “Mi sensación es que, si mis letras molestan, es que algo estoy haciendo bien”, confiesa, al igual que reconoce que los años que siguieron a su paso por la Audiencia Nacional fueron duros, agravados por la enfermedad que padece, la espondilitis anquilosante, una dolencia reumática que afecta principalmente a la columna vertebral y que le ha provocado “dolores horrorosos”.
Se ríe Diego al contar que fue una doctora del Hospital “Reina Sofea” la que calmó esos dolores. Desde hace años recibe un tratamiento biológico mensual que le ayuda a controlar el dolor. Y se deshace en elogios hacia la sanidad pública “a la que están matando los políticos”: “El Hospital Reina Sofía es probablemente el mejor de España en espondilitis y uno de los mejores en artritis reumatoide”, afirma con convicción.
Esa enfermedad, sumada a una discapacidad previa en el brazo, producto de un accidente de moto hace 30 años -otra vida-, fueron también clave para que la ONCE le contratara como vendedor de cupones. Desde hace ocho años, Diego hace su ruta y, cuando termina, escribe canciones y vive con su familia y amigos una vida relajada en su ciudad, dando algunos cuantos conciertos al año.
A veces, a él mismo se le olvida aquel despacho de Madrid. A veces, también, algunos de sus clientes le recuerdan que Diego es Petas y Birras, un cantautor punk que encontró en el humor una manera de enfrentarse a los poderosos y que, tan mal no lo hizo, si algunos de ellos le quisieron amedrentar.
“Yo de lo que estoy orgulloso es de que no bajé la cabeza entonces ni lo hago ahora”, sostiene. La victoria para Diego, el de Petas y Birras, por tanto, no está en llenar estadios, sino en no torcer el gesto cuando desde arriba te intentan someter con la mirada.
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