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La historia de Conchi y Paula, o cómo ofrecer compañía a una mujer mayor y un techo a una migrante

Paula Hernández y Conchi Díaz, con su perro, en la casa donde conviven.

Carmen Reina

20 de diciembre de 2024 20:03 h

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Conchi Díaz tiene 75 años y vive sola en Córdoba. Paula Isabel Hernández tiene 48 años y llegó a esta ciudad desde Perú hace algo más de dos. Ambas coincidieron realizando labores de voluntariado en Cruz Roja en la capital cordobesa y su tarea en esta organización les dio pie a conocerse y saber la situación la una de la otra. Ahora, desde hace unos meses ya, viven juntas: Paula ofrece su compañía a Conchi y esta una vivienda a aquella. El vínculo del voluntariado fue lo que las unió y las ha llevado también a ayudarse entre ellas.

Cuenta Conchi que ella, jubilada, lleva siendo voluntaria de Cruz Roja desde el año 2013 y ha realizado tareas de distinto tipo allí. En la sede de esta organización fue donde conoció a Paula, que llegó a Córdoba y, al poco tiempo, consiguió un trabajo como interna en una casa donde hacía las labores del hogar para un matrimonio y cuidaba a la mujer, que sufría Alzheimer. Pero, los dos días libres que tenía a la semana, no tenía dónde ir. Contactó con Cruz Roja, llegó a sus instalaciones y se hizo voluntaria. Empleaba su tiempo libre haciendo voluntariado, con labores administrativas. “Venir aquí era una forma de despejarme, de no extrañar tanto mi país, de sentirme útil también. Yo me iba contenta”, explica Paula.

“Pero llegaba el verano y, por las tardes, cerraba la sede de Cruz Roja”, recuerda Conchi. “Y ella no tenía a dónde ir, con ese calor”, dice sabiendo bien lo que son las tardes del verano cordobés, imposibles para estar en la calle. En esas tardes, Paula cogía un bus y hacía recorridos completos por la ciudad, resguardándose así del calor, o bien pasaba tiempo en centros comerciales.

Compañeras de piso

Y a Conchi se le ocurrió hacerle un ofrecimiento. “Todo el mundo me hablaba muy bien de ella. Además, ya habíamos coincidido en alguna actividad como senderismo y habíamos compartido ese tiempo. Y yo un día le dije: Paula, ¿por qué no te vienes a casa por las tardes? Aquí vas a estar más fresquita y si quieres llegar a comer, un plato de comida siempre va a haber”.

Paula rememora cómo se “iba las tardes para allá”, a casa de Conchi y “poco a poco, nos fuimos compenetrando”. El salto definitivo llegó cuando no pudo continuar su trabajo como interna. Conchi recuerda que, por entonces, veía a Paula “quemada del trabajo de interna, que es muy esclavo, y yo ya le había ofrecido que, si algún día si decidía salirse de ese trabajo, yo tenía una habitación vacía”. Y, desde septiembre de este año, ambas viven juntas. “Somos compañeras de piso”.

“Me encuentro muy acompañada. Yo tengo mis hijos, pero ellos tienen su casa”, dice Conchi sobre la experiencia. “Yo vivo sola y Paula me hace muchísima compañía. Además, es superfácil vivir con ella”, destaca, mientras cuenta que la siente “como a una hija”. “Es una persona muy hogareña y muy familiar”.

Ahora, ambas comparten las tareas de la casa, también gastos y compras. “La experiencia hasta ahora va bien. Cada una tiene sus costumbres; yo preparo algunas comidas de mi país y ella me enseña cosas de aquí”, dice Paula.

A la vez, está buscando un nuevo empleo mientras le sale algún “trabajo suelto” y se forma con distintos cursos. A su formación como administrativa ha unido la de Ofimática y Manipulación de Alimentos; y ahora realiza un curso de Atención al Cliente, para ampliar sus posibilidades de encontrar trabajo.

Y mientras tanto, Conchi y Paula comparten techo, compañía y vida, además de proseguir su labor como voluntarias.

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