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¿Se ha hecho de derechas el campo andaluz?

Dos jornaleras extendiendo una pasera de Pedro Ximénez en Santaella

Alfonso Alba

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Antes de nada, ¿qué es la Andalucía rural? ¿Todo lo que no son capitales de provincia? ¿Los municipios menores de 50.000 habitantes? ¿O aquellos que siguen viviendo principalmente de la agroindustria? ¿O las llamadas “agrociudades”, como las denomina Eduardo Moyano, exdirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA-CSIC) y uno de los principales investigadores andaluces sobre el mundo rural?

“La Andalucía rural es muy urbana”, dispara Moyano. “Desde hace tiempo he huido de la tesis de la Andalucía rural. Tenemos pueblos como Puente Genil, Montilla, La Rambla o Baena, tan urbanos como la ciudad de Córdoba”, asegura. Jerez de la Frontera tiene más habitantes que la capital de la provincia, Cádiz. En Dos Hermanas (Sevilla) viven 134.000 personas, más que en Jaén capital o tres veces más que en Soria. Por tanto, “¿de qué mundo rural estamos hablando? ¿Pueblos de menos de 5.000 habitantes? Si metemos todo lo que no es capital de provincia, erramos la mirada”, explica Eduardo Moyano.

Por eso, Moyano prefiere hablar del concepto “agrociudades”: “Es un núcleo poblacional localizado en zonas rurales pero que a la vez es muy urbano”, detalla. Suelen ser municipios que rondan por arriba o por abajo los 20.000 habitantes. “Tienen una red urbana fuerte, pero viven del sector agroalimentario”, agrega. Pozoblanco, en el norte de la provincia de Córdoba, sería una agrociudad muy vinculada a la industria agroganadera pero con un porcentaje de la población muy urbano, donde abundan abogados, profesores, funcionarios, comerciantes, sanitarios, transportistas... Y donde cada vez hay menos trabajadores que dependan exclusivamente del campo.

Puente Genil, con sus más de 30.000 habitantes, sería otra agrociudad. Un municipio muy vinculado al aceite de oliva, a la industria del membrillo, a ser un cruce de caminos, en el que ya solo quedan 590 trabajadores agrarios frente a los 19.000 de cualquier otro sector económico, según los datos del Servicio Andaluz de Empleo (SAE) de 2020. A finales de los años ochenta, prácticamente la mitad de la población pontanesa vivía del campo: o bien eran jornaleros, o eran empleados en la agroindustria local. En las elecciones al Parlamento de Andalucía de 1986, el bloque de la izquierda en Puente Genil obtuvo un 71% de los votos. El PSOE logró más del 50% e Izquierda Unida el 20%. En 2018, la suma del PSOE (que siguió siendo el partido más votado) más Adelante Andalucía se quedó en el 51%.

“La población agrícola se ha reducido muchísimo en Andalucía”, concreta Eduardo Moyano, que es natural precisamente de Puente Genil. “La mística jornalera cada vez existe menos en los pueblos” y “cada vez hay menos trabajadores vinculados a los subsidios agrarios. Esa Andalucía rural explicaba el voto de la izquierda y eso ya no existe”, agrega.

Es decir, no es que el campo andaluz se haya hecho de derechas de repente, sino que ha sido el campo el que ha cambiado de una manera radical. “Andalucía cada vez se parece más a otras comunidades autónomas, cada vez tiene menos singularidad como comunidad autónoma. Lo agrario, la lucha campesina, la mística... Eso ya no existe”, considera el exdirector del IESA, que reflexiona: “Esto provoca que el voto sea más volátil y menos identitario, y por tanto se hace más difícil de predecir”.

El cabreo del campo

Pero el campo andaluz sigue siendo muy importante. Un informe de 2020 del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA) señalaba que el peso del sector agrario en Andalucía en comparación con el del resto de España y el de la media de la Unión Europea es más que considerable. Así, el Valor Agregado Bruto (VAB) del campo en Andalucía supone el 5,7% de todo el PIB regional. En España, el peso del campo es el 2,1% de la economía. En Europa, el 1,1%. En 2018, la población ocupada agraria en Andalucía suponía el 8,8% del total. En España, la media era del 4,2% y en Europa del 4%.

En esta última década, la transformación demográfica y agraria de Andalucía está siendo total. “Para analizar el voto rural o vinculado a actividades como la agricultura, tenemos que partir de la base de que la agricultura es un sector que lo está pasando bastante mal”, relata Eduardo Moyano. La agricultura y la ganadería están experimentando la cara más salvaje del neoliberalismo económico, con la masiva llegada de fondos de inversión que compran tierras de cultivo, que crean empresas de multiservicios y que acaban controlando el mercado. Aparte, “han subido los insumos y hay todo un malestar agrario que se traslada luego en el ámbito político a la protesta, y al hecho de sentirse poco valorado”, explica el sociólogo. “Hay toda una sensación de malestar, que la política institucional no puede resolver a corto plazo”, y estalla el cabreo.

“El malestar se traslada a la protesta y a la indignación”. ¿Quién capitaliza ese cabreo? “Los que no ocupan responsabilidad de gobierno” y no tienen que tomar decisiones. Aquí entra en juego el “el discurso emocional que hace Vox”, que “cala”. “El discurso de la política institucional es más a la razón que a la cabeza: los mercados funcionan así, la globalización es de esta manera. Pero los agricultores no pueden esperar. Eso explica esa deriva” hacia la derecha de un sector que siempre votó a la izquierda, sintetiza Moyano.

No obstante, ¿qué efecto va a tener el cabreo del campo andaluz en las elecciones? Moyano cree que “poco” y “por una razón muy sencilla”: en Francia, el voto agrícola es muy importante. No solo es un país muy rural, sino que la circunscripción electoral del país vecino “es la comarca”. “Es como si la Campiña de Córdoba pudiese elegir dos diputados aquí”, ejemplifica. Pero en España, la circunscripción que manda es la provincia. Eso provoca que quien decida sean “los grandes núcleos poblacionales”, donde la presencia del agricultor “es cada vez menor” y se diluye. “Cuando se habla de la España vaciada, hay una paradoja. En Teruel el 90% de la población está concentrada en la capital. Cuando hablamos de representar a la España vacía, lo que se representa es a las grandes zonas urbanas”, insiste.

Ahora, los votantes de las agrociudades acaban teniendo los “mismos problemas que una capital. Eso hace que las demandas y problemas específicamente rurales queden aparcados y frustrados, porque no se canalizan. El modelo español y electoral promueve el voto urbano”, por tanto, “aunque estemos hablando de Soria, Teruel y Ávila”.

Un nuevo imaginario político

En las primeras elecciones democráticas, casi todos los pueblos de Andalucía seguían un patrón: los candidatos de los partidos de derechas se identificaban con la imagen del señorito andaluz. O bien salían de los casinos en los que los jornaleros tenían vetada la entrada o formaban parte del entorno de la aristocracia rural. Muchos estaban vinculados al régimen franquista y en la Andalucía rural pervivía la memoria de una represión que fue muy dura. Y eso es algo que también ha cambiado en los últimos 40 años.

“Ha habido un cambio generacional”, concreta Moyano. La mitad de los votantes del próximo 19 de junio han nacido después del 28 de febrero de 1980, la fecha del referéndum de autonomía. Por ejemplo, los candidatos que el PP presenta en los pueblos están ya muy alejados de aquella imagen del señorito andaluz: “son comerciantes, autónomos, profesionales medios, que nada tienen que ver con aquellos señoritos”, explica. Y evoca a su pueblo, a Puente Genil, donde ese cambio generacional se nota en los cuarteles de la Semana Santa, repletos de “personas de todas las profesionales”. “El cambio ha sido muy profundo”.

No es que el campo andaluz se haya hecho de derechas, sino que “Andalucía se ha normalizado en términos políticos”, concluye el sociólogo que más ha publicado sobre el mundo rural andaluz.

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