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Niños saharauis
Ana, madre de acogida de una niña saharaui: “La experiencia nos está enseñando aún más a nosotros”

Niños saharauis acogidos por familias de Córdoba son recibidos por el Alcalde en el Jardín Botánico

María Berral

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David Cremades trabaja en el aeropuerto de Sevilla y cada año, antes de la pandemia, veía cómo familias cordobesas se encontraban con los niños saharauis que pasarían el verano en sus casas. Un encuentro “muy emocionante”, algo que le empezó a crear la curiosidad por cómo sería tener a uno de estos niños en su casa junto a sus tres hijos. Rosa María Martínez, su mujer, había tenido que tratar en el centro hospitalario en el que trabaja a estos menores que iban a hacerse cada verano sus revisiones oportunas. Parece que el destino quería que este matrimonio cordobés viviera en primera persona la experiencia.

Este año, el programa se ha retomado tras dos años parado y la pareja ha tenido la oportunidad de dar el paso, aprovechando así para que sus hijos, de 12, 14 y 18 años “tengan un cambio de cultura y sepan cómo lo están pasando estos niños”, cuenta Rosa María. Por fin, el pasado viernes, Yassin ponía cara a los que serán sus “padres” y “hermanos” hasta el mes de septiembre. Yassin tiene solo ocho años y vive con su familia en un campamento de refugiados. Este verano, su vida comenzará a cambiar porque podrá dejar atrás las circunstancias en las que vive.

El primer día que llegó a su nueva casa, Yassin descubrió “un mundo nuevo”, cuenta David. “La luz, el agua, la vitrocerámica, la cama, los juguetes que vio en la habitación de mi hijo...”. Al padre le ha bastado con una semana para no tener que pensar la respuesta a la pregunta ¿te gustaría acoger de nuevo a Yassin el año que viene? “El que viene, el otro y el otro”, responde. Una respuesta que toda la familia comparte. “Creía que mis hijos no iban a querer pero lo tienen bastante claro”, indica la Rosa.

En el tiempo que lleva en Córdoba, Yassin ya ha ido a la piscina, ha visitado Córdoba, ha podido ir a una casa de campo en La Carlota junto a la familia y pasará también unos días en la playa, según detalla Rosa María. Un sinfín de actividades que tiene por delante y que le harán olvidar su verdadero día a día.

Ana Vicente y Mariano Jiménez sintieron la necesidad de ayudar acogiendo a un niño ucraniano cuando comenzó el conflicto. Ssin embargo, por distintos problemas, no pudieron llevarlo a cabo. Ahora tienen en su casa a Fatma, una niña saharaui con la que están encantadísimos. A la pareja se le llena la boca de palabras bonitas para la pequeña. “Nos lo puso muy fácil desde el primer día y valora todo muchísimo”, señala Ana.

La experiencia para la pareja, que reside en Montilla, está siendo casi más enriquecedora para ellos que para la pequeña. “Es una niña que valora todo muchísimo, se lo pasa bien con todo el mundo y siempre tiene una sonrisa en la cara”. Fatma es, para su familia de acogida, un ejemplo de humildad y sencillez. “El otro día se nos saltaron las lágrimas a todos porque le compramos cuatro pulseras. Vino la hija de unos amigos y Fatma se quitó dos pulseras y se las dio a la otra niña para que tuviesen dos cada una”, cuenta Ana.

Detalles de la pequeña que están marcando a la familia y a quienes la rodean. “Mi compañera del trabajo le hizo una rosa de papel y tuvimos hasta que quitársela para dormir porque no la soltaba”, cuenta Mariano. Además, destacan la manera de apreciar todo que tiene la niña. “Le llama mucho la atención la naturaleza, puede coger una hoja y se entretiene viéndola”. Fatma disfruta más de los pequeños detalles que de los lujos: “Las tecnologías no le gustan, no ve mucho la tele, ni le gusta el móvil, prefiere estar en la piscina, con los abuelos o hacer manualidades”, añade.

Pero la pareja también invierte tiempo a que Fatma aprenda. “Dedicamos una hora al día a leer y aprender español, y ya sabe contar hasta diez”. Por suerte, la menor cuenta con dos tíos que residen en España y que se han puesto en contacto con Ana y Mariano. Además, otra tía que vive con ella y su familia en el campamento de refugiados también habla español, por lo que puede servir de intérprete entre ambas familias. “No hay un día en el que sus padres no nos den las gracias por lo que estamos ayudando a su hija”, menciona Ana.

Tal es la fascinación y el cariño que tiene la pareja por Fatma que ya han pensado mil planes para hacer con ella, como llevarla a Selvomarina, ir a la playa una semana o hacerle la simulación de una fiesta de cumpleaños “para que sepa lo que es, aunque sea como una especie de bienvenida”. Además, Ana y Mariano aseguran que el próximo año querrían acoger también a la hermana de Fatma.

Ali, también de ocho años, vive con su familia de acogida en Nueva Carteya. Es uno de los niños repartidos en 30 municipios de la provincia. María José Álvarez cuenta que su pareja y ella decidieron dar el paso porque una vecina que ha participado otras veces en el programa Vacaciones en Paz les dijo que aún había tres niños sin familia. La pareja ya tiene a un niño de siete años que, según detalla María José, ha comprendido perfectamente que quizás sus padres durante estos meses tendrán que darle una atención especial a Ali. “Mi hijo es muy sensible, así que entendió perfectamente cuando le dije que si no estaba con él, era porque Ali lo necesitaba”.

La madre y la abuela se muestran encantadas con el niño. “Es un primor”, añade la abuela. Ambas concuerdan en lo bien que se ha adaptado el pequeño a todo, incluso -aunque con algo más de trabajo- al que será su nuevo hermano durante el verano. “Pero en la piscina luego lo arreglan todo”, comenta María José entre risas. Lo que más le costó a Ali fue despegarse de su madre, aunque tampoco le duró mucho. “El primer día solo lloraba y lloraba y yo me senté con él, aunque era muy frustrante intentar comunicarte con él y no poder”. La tecnología fue lo que les salvó. “Gracias al traductor nos vamos enterando. Lo primero que decía era solo mamá, mamá. Ahora le digo quieres hablar con mamá y me dice que no”. María José está tan contenta con Ali que, “si todo va bien”, no durarán en volver a traerlo a Córdoba el próximo verano.

Las tres familias cordobesas tienen claro que, tras probar la experiencia, tienen que repetir, y es que a pesar de las dificultades que pueda acarrear el idioma o los problemas que puedan surgir a la hora de que los niños lleguen a España -como ha ocurrido este año-, todo merece la pena por verlos felices, por darles los cuidados y la paz que necesitan.

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