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Las jóvenes: la cara más frágil de la violencia de género

Las jóvenes: la cara más frágil de la violencia de género | TONI BLANCO

Alejandra Luque

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Todos los días 25 de noviembre, periódicos, radios y televisiones dedican buena parte de su portada a abordar la tan dramática lacra social que supone la violencia de género. La celebración de esta efeméride año tras año -entiéndese celebración como desarrollo de esta cita, porque nada hay que celebrar- se realiza con el objetivo de concienciar -sobre todo- a la sociedad más joven, que está experimentando un apunte realmente alarmante en materia de violencia de género. Según los últimos datos de la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía, 50 menores fueron juzgados en 2016 -un 25% más que en 2015- y cerca del 90% fueron condenados a privación de libertad en centros de internamiento. Además, de las causas judiciales resueltas, las denuncias entre los más jóvenes se elevaron hasta cerca de 30.000, lo que supone un aumento del 7,04% con respecto a 2015.

Patricia (nombre ficticio) es una de las jóvenes que denunció. Durante una conversación telefónica con esta periodista, Patricia empieza a explicar todo el calvario de malos tratos que sufrió a lo largo de tres años. Hasta bien entrada la conversación, esta periodista no se interesa por la edad de la chica, a pesar de que su voz le hace pensar que es una mujer joven. “Tengo 20 años”, apunta. “¿Entonces, cuándo empezó todo?”. “Cuando yo tenía 16 años”. Silencio. Patricia toma la iniciativa y relata cómo empezó a normalizar una situación que, a todas luces, se escapaba de los límites de la normalidad. “Me controlaba el móvil, mis redes sociales y mis amigas. De hecho, a día de hoy sólo tengo una. Era una niña y no me daba cuenta de nada”. Llega a decir que conoció “así” a su expareja, por lo que le costó concienciarse de que estaba siendo maltratada.

El intrusismo en la vida diaria y el control excesivo son los primeros comportamientos que denotan una actitud propensa hacia el maltrato. Sin embargo, Patricia veía todos esos actos como una muestra más de amor. “Lo aceptaba como normal. Ahora es cuando me he dado cuenta de que nada era verdad”, explica. Su expareja le llegó, incluso, a separar de sus padres, quienes desde un principio no vieron con buenos ojos la relación sentimental de su hija. “Yo sólo iba a casa para dormir y comer y les decía a mis padres que mi expareja era muy bueno”.

Esta violencia psicológica que sufría Patricia estuvo acompañada de momentos realmente duros, como fueron las ridiculizaciones, los insultos, las amenazas y las peleas que se producían cuando salía como cualquier chica de su edad. “Siempre había peleas porque se creía que otros chicos me miraban y, a lo mejor, yo ni siquiera los conocía”, relata. “Y como algún día no le cuadrara algo, me agredía”. “¿En contadas ocasiones?”. “No, no, repetidamente durante los tres años. Además, alguna vez me dio una torta delante de los amigos y nadie dijo nada. Lo veían normal”.

Trabajar. Ésa fue la “salvación” de Patricia. Relacionarse con otras personas y conseguir un mayor distanciamiento de su expareja hicieron que “abriera los ojos”. “Llegó un punto en el que dije: 'Tengo 19 años y quiero salir. Si me miraba alguien, ¿yo qué culpa tenía?”, se pregunta la joven. Así que se “armó de valor” y le trasladó a su expareja la decisión de dejarlo. “Se lo tomó fatal. Venía a buscarme a la calle y si salía con mis amigas, él aparecía”. Su expareja llegó, incluso, a “presentarse en el trabajo y a molestar”. Tras esta decisión comenzaron, también, el acoso y las amenazas a través de las redes sociales tanto a ella como a sus familiares.

El sufrimiento de la joven llegó a tal extremo que comenzó a denunciar y un juzgado interpuso a su expareja una orden de alejamiento. Sin embargo, el quebrantamiento continuado de esta pena llevó a su expareja a prisión el pasado septiembre de 2016. Pero no es la única causa que tiene pendiente. Otro episodio de acoso hacia Patricia lo llevará de nuevo a juicio aumentando, así, la condena que cumple actualmente.

La vida de esta joven ha cambiado mucho durante estos tres años. Ya no vive en su pueblo natal, donde su caso es conocido por buena parte de la ciudadanía; sus vecinos crearon una plataforma en apoyo a su expareja. Ella no sabe, a día de hoy, cómo calificar aquella iniciativa. “Me llegaron a decir que yo me lo había buscado, que si estaba todo el día por ahí, que estaba loca y que si no quería estar con él que lo dejara, pero que no lo denunciara”. Gracias a la atención psicológica que ha recibido, ahora realiza pedagogía de su historia para desentrañar aquellos comportamientos que la sociedad misma está aceptando como normales. También le ha dado la capacidad para poder decir 'no'. Y volver a vivir.

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