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Diario del Confinamiento. Interpretación y traducción

El reflejo en la tele de Juanjo.

Juan José Fernández Palomo

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En estas tardes de primavera, la luz del sol entra por una ventana del salón, rebota en la pantalla de mi televisor y me deslumbra durante un rato. Así que no veo la pantalla bien al completo. La otra tarde, por ejemplo, solo veía medianamente bien, digamos, el cuadrante inferior derecho de la pantalla. Justo donde estaba la imagen de la intérprete de lenguaje de signos. Retransmitían en directo en el canal 24h de RTVE la sesión de control al gobierno en el Congreso.

Quité el volumen (ya sabía que lo que me iba a “deslumbrar” era el rebote de la luz no los discursos) y me fije detenidamente en el trabajo de la señora que, se supone, interpretaba el habla del diputado o diputada en cuestión para las personas sordas, hipoacústicas o quienes habíamos quitado el volumen del receptor.

No entendía nada, por supuesto, pero en la modorra de la siesta me entretenía ver los movimientos de brazos, los gestos y las muecas faciales de la intérprete. Como en otras siestas nos entretiene una etapa llana del Tour de Francia en la que no pasa nada.

Pensé que esa profesión de interpretar en lenguaje de signos está muy feminizada. Solo recuerdo a mujeres haciéndolo que, además, al cabo de un rato, son sustituidas por otra porque debe ser una labor cansada y que necesita mucha concentración y deben turnarse para “refrescarse”. Aunque también mantengo la teoría de que la convención es que salgan de plano justo antes de que les de la risa de lo que están interpretando y así no dar el cantazo.

Pensé también que no recuerdo –aunque puedo equivocarme- a ninguna comparecencia del Rey en la que hubiera una intérprete de signos, tal vez porque poco hay que interpretar ahí.

Y pensé en la divertida rivalidad que manteníamos en la Universidad los estudiantes de Filología Inglesa con los de la Escuela de Traducción en Interpretación. Los primeros decíamos que lo sabíamos todo sobre Shakespeare o Faulkner y los otros nos decían que sí, pero que hablábamos una mierda de inglés. Y tenían razón.

También me acordé de Roland Barthes y del imperio de los signos y luego, claro, me quedé dormido en el sofá. Como en esas etapas del Tour en las que sabes que le dejarán ganar a algún belga al sprint del que nadie recordará su nombre.

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