David Russell abarrota el Teatro Góngora en una noche mágica
En el espacio escénico de Jesús y María no quedó anoche butaca libre para escuchar a uno de los mejores guitarristas clásicos del mundo
Comenzó el concierto tocando Partie, una suite barroca de Kuhnau colorista y difícil que Russell resolvió con la maestría que le caracteriza, haciendo que la música más compleja suene transparente como el cristal, liviana como una pluma. El trabajo de transcripción de la partitura también había corrido a cargo del magnífico músico, que al terminarla de tocar dio las gracias al auditorio, plagado de jóvenes guitarristas, mientras explicaba brevemente la vida y obra del compositor predecesor de Bach.
Fuera de programa, y dedicada a una de las organizadoras del festival, Russell tocó otra Suite más de Kuhnau: interesante, vívida y cargada de matices tímbricos en una brillante interpretación.
Para terminar esta primera parte, tomó las Variaciones sobre el tema La Húngara de J.C. de Arriaga, obra clásica, transcripción para guitarra llevada a cabo por Daniel Guerola, ya que la instrumentación original es para cuarteto de cuerda. Ejecución sencilla, elegante y policromática.
El público respondió entregado desde el principio del concierto con largos y sentidos aplausos al guitarrista que con esta pieza cerraba la primera parte del concierto.
Las piezas de esta primera parte fueron todas interpretaciones realizadas en primicia mundial, ya que no habían sido estrenadas antes por él ni aparecen en su discografía previa. Russell demuestra así el especial cariño que le tiene a este festival.
Tras el descanso, Russell dedicó las siguientes interpretaciones a los autores homenajeables de 1916. El primero, al nacimiento de B. Stevens. La pieza, intrigante y arrebatadora, profunda y programática, está inspirada en un drama amoroso llamado El zarzal. Ballad. Mereció mucho la pena escuchar anoche este genial cambio de registro del guitarrista. Entender cómo puede ser capaz de interpretar piezas tan diferentes sin ver mermar su maestría un ápice. El público le devolvió el pulso con otro de tantos largos y sentidos aplausos.
Por último, el artista de fama internacional se centró en Granados comenzando por unos magistrales Valses Poéticos, alternando los movimientos virtuosos, endiabladamente rápidos y ejecutados con una destreza envidiable, con otros más melódicos, cálidos y sosegados que nos mostraban a un Russell más expresivo.
Tan bellísima fue su interpretación que tuvo que levantarse varias veces para devolver el saludo al público de lo largo y sonoro que fue el aplauso con el que fue regalado.
La siguiente pieza homenajeando la obsesión que tenía Granados por Goya fue La maja de Goya. Otra pieza interesante del autor, aunque no tan exigente ni tan expresiva como las anteriores. Para finalizar, nos brindó un par de danzas españolas, la número 10 y la número 5. Ambas interpretaciones sublimes, poliédricas, tornasoladas.
El público quería más y sacó a Russell varias veces a saludar y a tocar un par de bises. El primero una pieza basada en una melodía de Martin Codax; de segundo bis, nada más y nada menos que la Gran Jota de Tárrega, cuya interpretación siempre levanta al auditorio por el extensísimo manejo tímbrico y lo bien que resuelve el guitarrista todos los malabarismos técnicos que exige esta enorme pieza del virtuosismo.
Nos recogimos satisfechos.
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