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El Cordel de Écija: vivir en verano en la calle

Asentamiento ubicado en el Cordel de Écija | MADERO CUBERO

Alejandra Luque

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Las familias gitanas rumanas que deciden quedarse en Córdoba en el período estival reconocen la dificultad para sobrevivir a las altas temperaturas y esperan la construcción de una fuente más cercana al asentamiento

A las espaldas del hotel Oasis sobrevive un terreno angosto y lleno de matorrales. El llamado asentamiento del Cordel de Écija. Una zona seca, abrupta y abandonada que varias familias gitanas rumanas han convertido en su hogar. Apenas dos grandes árboles dan sombra a lo largo del día. Pero no hay más refugio. Tampoco hay fuentes. La más cercana está casi a 200 metros, en la Plaza de Andalucía. Tampoco duchas donde refrescarse o, simplemente, asearse. En aquel solar no hay nada. Es un desierto sin oasis.

Allí viven Teodora, su marido y sus cinco hijos, que llegaron a Córdoba hace casi 15 años. Tras una primera etapa en un piso en el Sector Sur, la familia decidió trasladarse al asentamiento del Cordel de Écija. Sobreviven gracias a la chatarra, al papel y al cartón que recogen durante todos los días, materiales que luego venden a 0,03 y 0,06 céntimos el kilo. Algunos días salen temprano para evitar las altas temperaturas. Otros, sin embargo, deciden no salir. Reconocen que vivir allí “no es fácil” y que el calor azota mucho más que el frío. Para contrarrestar las altas temperaturas, la familia de Teodora tiene pocas herramientas. Sólo unas pequeñas viviendas construidas con maderas y puertas recicladas. Pero apenas pueden hacer vida dentro de ellas. Por las noches, toda la familia duerme a la intemperie en unas camas improvisadas.

A principios de marzo, los miembros de esta familia vieron perder casi todas sus pertenencias por el incendio de una explosión de una bombona de butano. Hoy, permanecen en el Cordel de Écija. Aunque el Ayuntamiento de Córdoba les ofreció un alojamiento temporal, la familia decidió rechazarlo. Tal y como explica la secretaria de la asociación cordobesa para la inserción social de gitanos rumanos –Acisgru-, Catalina Rojas, “la familia tuvo que decir que no al piso porque necesitan tener un lugar donde vigilar la chatarra que recogen hasta que la venden. En un piso no podían llevar nada”.

Teodora y su familia llegaron desde Rumanía huyendo de la miseria del que hoy es el segundo país del mundo con mayor porcentaje de población en riesgo de pobreza. Según los últimos datos estadísticos, Rumanía finalizó 2015 con una tasa de riesgo de pobreza del 25,4% de la población. A pesar de esta situación, el verano es una época en la que muchas familias rumanas regresan a su país. Rojas cuenta que “durante el verano apenas sacan nada de la mendicidad y los que viven en Rumanía lo hacen gracias a lo que sus familias les mandan desde aquí”. De hecho, Rojas explica que “el Cordel de Écija es donde más personas hay actualmente ya que los demás asentamientos se encuentran más vacíos porque en verano, se van”.

A sus 40 años, Teodora ya tiene tres nietos, que también viven con ella. Mario, de dos años, pasa las mañanas en la guardería Félix Ortega. El pequeño Cristian apenas tiene dos meses y no se separa de su madre. Pero no le faltan atenciones por parte de ningún miembro de la familia. Cristian es cada uno de los niños que esperan, junto a su madre, a las puertas de una iglesia o de un supermercado. Es una imagen que se repite día tras día. Este hecho ha provocado que se ponga de relieve el “uso” que las madres hacen de sus hijos para la mendicidad. A este respecto, Rojas se pregunta “qué es realmente lo que nos inquieta. ¿Qué mendiguen en sitios molestos para nosotros? ¿Qué muestren la miseria en la que viven? ¿O lo que inquieta es que los poderes públicos no tomen medidas contra la miseria, dejando a estas personas en manos de la solidaridad?”.

Y, con el cambio de gobierno en el Ayuntamiento, ¿ha variado algo la situación de las familias gitanas rumanas? A juicio de Rojas, sí. Aunque reconoce que “está costando ejecutar un plan de actuación”, destaca “la voluntad que existe tanto desde la delegación de Servicios Sociales como de su responsable, Rafael del Castillo, algo que no ocurría con el anterior alcalde”. Además, la secretaria de Acisgru apunta que “desde el Ayuntamiento están conociendo experiencias que se están haciendo en otros lugares para ponerlas en práctica en Córdoba”.

Algunos de los familiares de Teodora ya se encuentran empadronados en Córdoba, un hito impensable hasta hace unos meses. Rojas explica que “antes del mando de José Antonio Nieto, la normativa ya permitía establecer como domicilio los asentamientos. El problema es que dicha norma no se aplicaba. No fue hasta 2016 cuando ya se empezaron a hacer real los empadronamientos”.

Además de Acisgru, la comunidad gitana rumana cuenta con la ayuda de la Unidad de Intervención Social de Calle, creada en 2006 para conseguir la inserción de este colectivo en la sociedad. Entre sus múltiples tareas están las de la búsqueda de colegios para los menores, el acompañamiento a hospitales o centros de salud o la ayuda en trámites administrativos.

En las últimas semanas, Sadeco ha colocado en el asentamiento dos cubos para poder reciclar toda la basura que se genera ya que “aunque hay otros contenedores cerca, sus propietarios le prohibieron echar ahí la basura”. Ahora, están a la espera de la construcción de una fuente que les permita tener agua potable sin recorrer kilómetros a todas horas para llenar garrafas de agua. Ése será para ellos su pequeño oasis en verano.

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