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Yo, el cabello (II) - Mi salida al exterior...

MADERO CUBERO

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Gracias por el descansito semanal que me habéis dado. No me vendrá mal, porque sobradamente conozco ¡que me vais a meter unos trotes siendo ya un pelo, que solamente yo aguantaré sin exclamar un solo grito!. Pero no olvidéis que tengo mi forma de quejarme ante las agresiones externas, lo que logro cuando exclamáis ¡Que pelos tengo más birriosos! Cuando, en verdad, soy más fuerte que un roble, a pesar de ser tan poca cosa, aparentemente.

Para comenzar, os recordaré que tanto el cuero cabelludo como yo mismo (igual que la piel en general), somos unos apéndices anexionados a la cabeza por cuantas funciones naturales nos son propias, emanantes y correlativas para nuestra formación y desarrollo que el conjunto orgánico nos aporta. Y, como os comentaba la semana anterior, conformamos un todo, como es el cuerpo humano. Cuero cabelludo y yo mismo somos unos aliados perfectos, quienes jamás nos hemos traicionado. Ni lo haremos nunca por alianza natural e intrínseca. De la misma manera que haremos en nuestra función externa hacia vosotros. Ambos, igual que la piel, no solamente servimos para embelleceros, sino para protegeros ampliamente contra agresiones externas, a pesar de vuestras muchas mutaciones con el transcurrir del tiempo. Por tanto, no me consideréis como una parte aislada de vuestro cuerpo y organismo, pues ambos creceremos y tendremos un sano aspecto en función directa a vuestra propia vida.

Hoy quiero que me conozcáis una vez que he madurado, cuando ya he salido al exterior de vuestras cabezas. Estoy pletórico, fuerte, sano y muy flexible, particularidades de las que no gozan, de igual forma, otros elementos de la vida que imaginéis. Además, estoy ilusionado por cuanto os puedo de bueno ofrecer. No olvidéis que he nacido para ello. Mi vida y duración en vuestras cabezas no tiene otro objetivo ni es digno de otro mérito.

Para mi formación adulta y salida al exterior, lo que ha sucedido en pocos días, he conformado todo un entramado en mi interior digno de admirar, para lo que me he ayudado por medio de la sangre que he amamantado de vuestro cuerpo y gracias a la genética conferida en vosotros de vuestros mayores, aunque en parte me haya hecho a mí mismo. Soy de constitución córnea, muy similar en su composición a los cuernos de los animales o el plumaje de las aves. Me he formado con un conjunto de cadenas moleculares que resulta de la unión de diferentes ácidos amínicos hasta concederme toda mi estructura.

Si me abrís verticalmente (no por ello me voy a quejar, pues además tengo el atributo de ser indoloro a pesar de ser viviente, todo un milagro), veréis que este entramado es sorprendente, único y especial por su complejidad y armonía. Me conforman la médula, mi más recóndito interior, donde, al ser hueca, se encuentran unas células esféricas conteniendo aire, por donde absorbo las materias de nutrición y sustento durante el periodo de mi vida. Rodeando a este conducto, en mí encontraréis el córtex o corteza, donde tengo cientos de micro-fibrillas proteicas y sulfurosas entrelazadas entre sí, lo que me otorga mi gran resistencia y flexibilidad, además de la melanina o sustancia colorante en cada individuo, llamadas melanoblastos, ya gestada orgánicamente por genes hereditarios. Exteriormente, forrando todo el anterior entramado, poseo la cutícula o escama, un armazón irregular, desuniforme y sobrepuesto entre sí, que determinan mi extrema dureza y gran flexibilidad.

El córtex o corteza no es tan dura, flexible y resistente como la cutícula o escama, representando un símil con el de la piel en sus dos capas exteriores, epidermis y dermis, y que de estar deterioradas, más compleja será una solución efectiva para sanearme en caso de agredirme con tanto y variado producto cosmético agresivo como me aplicáis para vuestra coquetería humana...

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