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El Cabril, de entrada no

Interior de una de las celdas de almacenamiento de El Cabril | MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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El periodismo siempre fue un oficio muy mal pagado. Salvo que seas una estrella de la tele o de la radio, nadie se va a hacer rico publicando noticias. Incluso en los mejores momentos para la prensa y la economía, aquellos finales de los noventa y principios de los dos miles, una enorme cantidad de periodistas tenía unos contratos precarios y los sueldos eran muy inferiores a su formación y su poco valorada responsabilidad social. Pero en Córdoba había una revista que pagaba bastante bien a sus colaboradores. De hecho, nunca vi a nadie pagar tan bien en esta ciudad.

Era Sierra Albarrana, una revista que editaba la Fundación Enresa sobre medio ambiente y que, hay que reconocerlo, estaba bastante bien. Esa revista (y una beca de periodismo y medio ambiente) era una de las medidas compensatorias de Enresa en la provincia de Córdoba. A cambio teníamos El Cabril, un cementerio nuclear, o atómico, o un almacén de residuos de muy muy muy baja actividad, como se nos instó a publicar en cada una de las visitas que Enresa organizaba a la Sierra Albarrana.

Esa medida compensatoria hacia los medios de comunicación era una gota de agua en una plancha de los fondos que entonces llegaban a todos los municipios del entorno de El Cabril, que iba desde el norte de la provincia de Sevilla hasta Córdoba capital.

En 2013, la mayoría absoluta de Rajoy decidió que en España sobraban fundaciones. Y se cargó la Fundación Enresa que, también hay que reconocerlo, cumplió su función: las protestas contra El Cabril pasaron de ser masivas a casi insignificantes. Entonces pensé que el fin de las medidas compensatorias iba a levantar poco menos que en armas a ayuntamientos, colectivos y periodistas contra El Cabril. Pero no. Las protestas siguieron siendo insignificantes. La plataforma Córdoba no nuclear, ecologistas, IU y activistas que hoy están en Podemos. Pero poco más.

Hoy nos tenemos en España al autodenominado “gobierno más progresista de la historia”, respaldado por muchos de los muy pocos que todavía protestaban contra El Cabril. Ese Gobierno ha decidido que hay que ampliar el cementerio nuclear. La propuesta, de momento, ha tenido una escasa contestación.

Con este tipo de instalaciones no me gusta la demagogia. El Cabril existe desde los años sesenta, es una herencia del franquismo que seguirá viva en la provincia durante varios siglos (el tiempo que dure la radioactividad de sus residuos). Hoy es el único vertedero atómico de España. Y está en Córdoba, en el entorno de la comarca (Guadiato) más deprimida de Andalucía. Por algo será.

Pero es el único lugar de España al que se pueden llevar, de momento, este tipo de residuos en un momento en el que se ha decidido acabar con la energía nuclear en el país. Quizás ahora hace falta más pedagogía que nunca. La decisión está tomada y no va a haber marcha atrás. El Cabril puede ser una oportunidad, quizás la última, para el Guadiato y el norte de la provincia de Córdoba. O un enorme riesgo, que la tecnología actual minimiza mucho.

Bill Gates, el señor que nos quiere meter un chís para controlar nuestra mente, ha creado una empresa que se llama TerraPower con la que busca revolucionar el mundo de la energía nuclear, en el que se ha innovado cero en 25 años. Su plan pasa por aprovechar los residuos nucleares para generar energía otra vez. Y asegura que tecnológicamente es posible. Bueno, pues todos los residuos de las nucleares españolas pueden acabar en El Cabril durante los próximos años. Quién sabe.

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