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Andalucía no existe

Alfonso Alba

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Desde hace muchos años se ha intentado consolidar un gran periódico (o medio de comunicación) en Andalucía. La idea, por más que se ha insistido en ella, nunca ha tenido éxito. Finalmente, los grandes editores se han rendido. En Andalucía nunca va a funcionar un periódico regional.

Cuenta Gerald Brenan, el gran hispanista que murió hace 30 años en Málaga, en su libro El Laberinto Español que España (y sus regiones, salvo Cataluña y el País Vasco) no es una nación al uso, sino una especie de unión de ciudades estado muy parecidas a las de la Grecia clásica.

España es el país de la «patria chica» Cada pueblo, cada ciudad, es el centro de una intensa vida social y política. Como en los tiempos clásicos, un hombre se caracteriza en primer lugar por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de ella, a su familia o grupo social, y sólo en segundo lugar a su patria y al Estado. En lo que puede llamarse su situación normal, España es un conjunto de pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión.

Brenan escribió esto en 1942. España acababa de superar la Guerra Civil y un intento, frustrado, como siempre, de configurarse en un estado federal, sobre todo para controlar el nacionalismo catalán, que, ojo, es otra cosa.

Andalucía es así. Si existe, que lo dudo, es una república de ciudades estado que compiten entre sí, que no paran de guerrear entre ellas y hacerse la puñeta. Ni el malagueño ni el gaditano pueden ver al sevillano, su gran antagonista, y viceversa. El almeriense y el granadino, pese a su proximidad y similitudes, se llevan peor que mal. Y los cordobeses con los jienenneses, pero especialmente con los sevillanos, a los que nos parecemos bastante más de lo que creemos, tampoco es que tengamos una estrecha relación.

Incluso en las provincias, cada uno es de su pueblo. Soy de Fernán Núñez. A tres kilómetros hay otro pueblo que se llama Montemayor, donde hablan con la zeta (nosotros seseamos). En nuestras formas y en nuestras costumbres a veces nos parecemos lo que un terrícola a un marciano. En La Rambla y en Montalbán, también a apenas tres kilómetros de distancia, ocurre tres cuartas de lo mismo. Y no quiero remontarme a los años de mis abuelos, en los que un pueblo recibía li-te-ral-mente a pedradas al otro cuando osaban acercarse.

Andalucía no existe. Cada capital es una ciudad estado. Y cada pueblo es una ciudad estado en pequeñito. Un ejemplo: la prensa regional nunca ha tenido éxito, pero la local lo ha petado. De hecho, hubo un grupo editorial andaluz (con vocación andaluza) que tuvo éxito cuando se convenció de que lo mejor era abrir cabeceras locales y diferentes.

El andaluz (si es que existe esa nacionalidad) asiste indiferente a los debates en su parlamento. Al contrario, contempla con enorme interés lo que ocurre en su ayuntamiento, a pesar de que es precisamente la Junta la que más competencias acumula y cuya gestión más afecta a su vida. Pero como ya explicaba Brenan en 1942, importa más la “patria chica”.

Por eso, me sigue sorprendiendo el sorprendente interés en despertar un nacionalismo andaluz que sí que tuvo una energía extraordinaria a finales de los años setenta y cuya fuerza se diluyó. Muchos culpan de ello precisamente a la Junta y al abrazo andalucista del PSOE, más tibio que otra cosa. Otros precisamente a que fue el clavo ardiendo al que se agarraron las ciudades estado andaluzas del final de la Transición, cuando vieron que otra vez más el tren iba a pasar de largo. Como en la Grecia antigua, sus ciudades se asociaban en una liga superior solo cuando se sentían amenazadas por un enemigo temible y entendían que solo junto podían vencerle. Después, deshacían la liga y volvían a guerrear las unas contra las otras. Y así seguimos, por los siglos de los siglos.

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