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El algoritmo mató al autónomo

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Alfonso Alba

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Hace una década, cuando Facebook era aún una red social sana en la que la gente subía a sus muros cosas bonitas y no lanzaba mensajes de odio, escuchamos hablar por vez primera de la economía colaborativa. Resulta que en California había gente que dejaba su casa cuando la tenía vacía para que otros pudiesen disfrutar de sus vacaciones. Era una manera utópica de buscar una alternativa a las grandes cadenas hoteleras, o a las pensiones cutres, cada vez que elegíamos ir de vacaciones. Lo de diseñar tu descanso de AirBnb en AirBnb y tiro por qué me toca era una aventura digna de ser contada. Buena, bonita y barata. Y encima convivías con la gente de las ciudades. Las conocías, disfrutabas, etcétera.

Con los coches, igual. Y con el transporte. Hasta con Amazon. La revista The New Yorker dibujaba una estupenda portada en 2008 sobre lo que le pasaba a tu librero de toda la vida cuando le ponías los cuernos pidiendo tú mismo las novedades, que te las servían a domicilio. Todas estas plataformas, que no generan ningún producto sino que son meros intermediarios, han cambiado la vida de la gente en un tiempo récord. Y lo van a seguir haciendo.

De pequeño aún recuerdo la llega del primer gran supermercado al pueblo. Hasta entonces, la compra se hacía prácticamente al día en un populoso mercado de abastos (que con los ojos de un niño para mí era una especie de megalópolis). Poco a poco, los supermercados fueron ganando la partida. Poco a poco, los placeros de toda la vida se fueron jubilando, resistiendo o, aquí está la clave, siendo fichados por esos supermercados. El que sabía cortar pescado, a la pescadería; la frutera, a la frutería; el carnicero, a la carnicería. Muchos han tenido un empleo feliz, sin ser jefes de sí mismos, sin los problemas de tener que calcular si vas a llegar o no a final de mes. Otros, no tanto.

Esta semana, con el anuncio del desembarco de Uber en Córdoba y con la noticia adelantada por el compañero Juan Velasco de que se buscan 250 conductores en la ciudad recordé ese lento proceso de decadencia de los mercados de abastos. Y lo primero que pensé es que si yo fuera taxista hasta me pensaba lo de presentarme a la oferta esa de trabajo. Pero claro, es un arma de doble filo. Y Uber es una multinacional que no dudará en prescindir de los conductores, directamente, en cuanto llegue el coche autónomo, la revolución que está a la vuelta de la esquina.

El algoritmo actual no es otra cosa que el progreso, que no tiene porqué ser bueno, especialmente para los derechos laborales. Pero a veces es imparable. Rebosa y arrasa. Para bien y para mal.

Ahora, muchos consumidores anhelan recuperar aquellos mercados de abastos en los que tu carnicero te podía fiar, te guardaba lo que más te gustaba, te cortaba el filete como querías y encima sabías qué era lo que te estabas comiendo (hasta sabías dónde se criaba). No sé si con el transporte nos ocurrirá lo mismo.

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