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Las deudas, hay que pagarlas

Ángel Ramírez

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Las deudas, hay que pagarlas. Andaba yo despegando un trozo de tortilla francesa del mueble de la cocina que había lanzado mi hijo Iago cuando oí esa frase por la radio. Un periodista de la SER con voz de ERE a las puertas informaba de las declaraciones de los dirigentes de distintos  partidos sobre la necesidad de buscar una solución al problema de los desahucios. Y, cito de memoria pero creo que con exactitud, afirmó que “un portavoz de la banca dice que, independientemente de otras cuestiones, tiene que quedar claro que las deudas hay que pagarlas”. Eso es todo lo que se le ocurrió al mudo portavoz después de que sus jefes hayan desahuciado a 350.000 familias en los últimos cuatro años. Conseguí reconstruir la tortilla pero no la tranquilidad, la frase me zumbaba en el oído y me persiguió durante muchas horas.

Las deudas, hay que pagarlas. Al día siguiente por televisión escuché a Nosequé Hernando, uno de los jóvenes dirigentes socialistas, tronar apostado tras un atril “nos encerraremos en una sala con el Partido Popular y hasta que no encontremos una solución al problema de los desahucios no saldremos de allí”. Lo dijo con voz enfática, gesto casi heróico, con una intensidad que si no viviera yo en este país me hubiera parecido sincera. Esa sobreactuación quizás hubiera sido eficaz si no supiera  que la ley hipotecaria es de 1909 y que el partido cuyas siglas estaban a su espalda ha estado 21 años en el poder y no había tenido diez minutitos para quitarle la caspa caciquil, los que sí tuvo para reformar la Constitución. Al día siguiente, una amiga del partido me confirmó que siendo ministra Elena Salgado tuvo un borrador de ley en su mesa. Supongo que terminó dándoselo a sus sobrinos para que pintaran monigotes de colores en su reverso mientras ella se bañaba en la piscina del Club de Campo de Madrid.

Las deudas, hay que pagarlas. Como no me quitaba yo ese regomello pregunté a un experto, amigo y compañero de Blogópolis, Rafael Obrero, cuánto costaba construir una vivienda tipo de unos 100 metros cuadrados, descontando precio del suelo, beneficio del promotor y financiero. Hasta 2005, en los últimos ejercicios antes del coma y según datos del Colegio de Arquitectos, 32.000 euros. Eso. Seguro que te estarás diciendo a ti mismo, ¡pero si yo firmé una hipoteca de 150.000 por un piso así¡. Pues ya sabes, los currantes con bocata y litrona que te la han fabricado (materiales y equipamientos incluidos) se han llevado 32.000 euros, y los restantes 100.000 (contemos 18.000 para honorarios de técnicos, impuestos y otros) estan yendo a parar a la fauna celtibérica que nos ha metido en el lío que estamos. Cien mil euros, 16.600.000 pesetas, y perdonadme el anacronismo. Si eres un poco masoquista convierte esa cifra en años de trabajo, horas que no has pasado con tus hijos, lecturas perdidas, ciudades que no has conocido.

Las deudas, hay que pagarlas. Cien mil euros que van a parar a un propietario que habrá heredado el suelo, o conseguido una recalificación, o invertido con los beneficios de la operación anterior; a un promotor que mediante crédito coordina a todos los agentes necesarios para la construcción; y a un banco que es un mero intermediario entre tú y el banco alemán que realmente puso el dinero. Imaginaba yo que todos los que se dedican a tan lucrativo negocio en España cabrían en el estadio Santiago Bernabeu, realmente sus más exitosos representantes ya suelen estar allí, en el palco. Los cien mil del Bernabeu, además de robar a tantas personas tanta vida, han conseguido con su avaricia que todos los que vivimos en este país, hayamos sufrido un crédito de los suyos o no, seamos ahora un 20% más pobres que hace seis años.

Las deudas, hay que pagarlas. ¿Quién debe a quién?, se preguntan las organizaciones que se dedican a la cooperación internacional. Creo que son esos  cien mil y sus amigos de la carrera de San Jerónimo los que tienen una deuda descomunal con nosotros, con cada uno de los trabajadores y trabajadoras, y sobre todo con los 5.778.100 parados que esos sí que no caben en todos los estadios de fútbol de España. Y es que, querido e invisible portavoz (al final le estoy cogiendo cariño), hablando se entiende la gente, y en el fondo estamos de acuerdo. Yo también pienso que las deudas… hay que pagarlas.

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