Es la profesionalidad, estúpidos
Cada vez que se comenta algo en redes sociales acerca de la dación en pago (entrega de la vivienda y cancelación total de la deuda hipotecaria cuando no se puede hacer frente al pago de las cuotas) hay liberalotes (que no liberales) que opinan que es una irresponsabilidad meterse en créditos que luego no se paguen. Una irresponsabilidad y una desvergüenza.
Esta forma de ver el problema, descarga toda la (ir)responsabilidad sobre el comprador, sobre el peticionario del crédito, liberando de toda culpa al prestamista, en este caso las entidades financieras.
Partimos de la base, o así lo entiende cualquiera que se rija por unos principios mínimos de honradez profesional, que cuando te diriges a algún especialista en algo, éste te asesorará para que el producto o servicio que él conoce en profundidad, se adapte a tus necesidades y posibilidades, máxime cuando hablamos de algo relacionado con “la compra” por excelencia que harás en tu vida, tu vivienda.
Soy arquitecto y (de vez en cuando) se acercan personas al estudio a contratar mis servicios para la redacción del proyecto de su propia vivienda, o (en un pasado remotísimo) a contratar estos servicios para una promoción de viviendas. Normalmente, la gente te expresa unas necesidades o aspiraciones, y un presupuesto. De haber obrado sin profesionalidad, me hubiera quedado en la mayoría de los casos sólo con las aspiraciones. El burro grande, ande o no ande. Esto hubiera significado que, a más superficie construida, más honorarios. Hubiera significado también que cuando el promotor se encontrara con el proyecto terminado y la obra comenzada pero sin poder acabarla por falta de presupuesto, yo haría como algunos directores de banco en este momento, encogerme de hombros, “es lo que el cliente pidió”.
A mi entender, ha habido una clara falta de profesionalidad de la banca y las tasadoras. Han empujado al precipicio hipotecario a una multitud de familias. Y por supuesto, han actuado de modo desvergonzado al jugar con las cartas marcadas, valorando alto cuando les interesaba y cargando todo el riesgo de la operación en el prestatario, en muchos casos, sin que este lo supiera, o si lo sabía, aceptando resignadamente el yugo que se le imponía. Bien es cierto, que algunas familias vivían en la burbuja de la eterna felicidad, sin imaginar el tsunami que rugía allá a lo lejos, pero no es menos cierto, que con una adecuada información, se hubieran ahorrado muchos lamentos.
Hay de todo en todos los gremios, por supuesto. También hay arquitectos como Calatrava (¡ruido de truenos y relámpagos!).
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