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Cuando el cine habla de sí mismo

Redacción Cordópolis

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Habrá quien haya escuchado o leído alguna vez esta palabra: metacine. Eso que los estudiosos pueden llamar también autorreferencialidad y que casi siempre termina vindicándose como un signo de calidad, como si el autor cinematográfico estuviera demostrando un amplio conocimiento del medio hasta el punto de permitirse el lujo de “reflexionar” sobre él.

En otro tipo de manifestaciones audiovisuales suele ser más común, ya que el vídeo arte acostumbra a pensarse a sí mismo, si bien aquí la elucubración gira en torno a la propia naturaleza del arte la mayoría de las veces. Ahí está la inefable obra del norteamericano John Baldessari para demostrarlo o, en nuestras fronteras, Carles Congost. El arte siempre ha reflexionado sobre sí mismo, pues acaso su proceso es el relato del intento por definirse.

Pero en el cine, mucho más popular que el vídeo arte, la autorreferencialidad llama la atención por ser un medio que ha venido desarrollándose de la mano de dos visiones: la artística y la industrial. Ha habido películas que introducían la industria como parte del argumento, como sucedía en la excelente La condesa descalza (Joseph L. Mankiewicz). Otros ejemplos de este tipo lo hemos visto recientemente con la desigual El aviador o, en los 90, con la burda Cómo conquistar Hollywood (Barry Sonnenfeld). En España está el ejemplo de Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar), Martín (Hache) (Adolfo Aristarain) u Obra maestra (David Trueba), entre otras.