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Bilbao, capital triki

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Fidel Del Campo

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Resumo cuatro razones por las que insisto en una certeza que mantengo desde hace años: me gusta Bilbao por abierta, por no tener complejos, por saberse capital del universo y por triki.

Razón 1: la ría del Nervión. No hay mayor demostración de cómo una ciudad puede cambiar de faz sin pelotazos urbanísticos ni concejales en la cárcel. Lo que hace 30 años era un inmenso vertedero industrial rezuma ahora verde y arquitectura high tech. Desde el casco viejo, cada vez más abierto e interesante, al palacio Euskalduna se sucede un bellísimo paseo, también surcado por el tranvía. Verás a un lado el Nervión y al otro arquitectura bien pensada, sobre todo en la margen izquierda, en el borde del comercial Ensanche. Me enamoran las torres Uribitarte, dos estructuras gemelas diseñadas por el arquitecto japonés Arata Isozaki. Reflejan el verde la ría y el verde del monte. Más adelante, la estructura del Guggemheim, flanqueada por el Puente y al fondo, la Torre Iberdrola de César Pelli, que nos anticipa lo que veremos en Sevilla en breve. Al final, la mole tecnológica del Palacio Euskalduna y el Hotel Meliá y en la orilla de enfrente los caserones señoriales de Deusto.

Razón 2: cultura.  Para Bilbao la cultura ha sido la punta de lanza del cambio. Sí, eso que en Córdoba se ha metido en un cajón a cambio de veladores y proyectos hosteleros. El Guggemheim es parada obligada, con su oferta fija y las continuas exposiciones temporales pero, ojo, no la única. Justo al lado tienes un gran desconocido, el Museo de Bellas Artes, una joya ampliada que parte de una colección de pintura del XIX muy al gusto burgués. De ahí se ha logrado forjar un catálogo más amplio de arte español que va de piezas íberas a obras pictóricas contemporáneas. Siempre hay buenas exposiciones temporales. El edificio está dentro del Parque de Doña Casilda y transmite calma. Genial, por cierto, la cafetería con vistas al parque. Y la sorpresa final está en el ensanche: la Alhóndiga. Un almacén de vinos del XIX convertido en centro cultural, con filmoteca, biblioteca pública y espacios expositivos encajados en el arte contemporáneo. Solo ver su reconversión arquitectónica merece la pena. Tiene bar en la azotea con buen ambiente, dicen. A todo esto une el Teatro Arriaga, un clásico de la escena en España, pura burguesía y el Euskalduna, con un bestial auditorio donde cabe desde una obra de Les Luthiers a un musical.

Razón 3: entorno verde. No creo que haya otra ciudad peninsular donde puedes ir a la playa en metro (excepto Barcelona, pero no son las mismas, os lo prometo). Tanto la línea 1 como la 2 te conducen al Cantábrico. Si pillas la 1 puedes parar en Portugalete y subir al enorme Puente Elevado de hierro. Al otro lado, por la 2, está Getxo, las mansiones de Neguri, donde nació la España industrial y capitalista y más allá, un pueblito costero que merece paseo, Plentzia. Otra opción sin salir de Bilbao: pillar el funicular de Artxanda. Sube desde el casco viejo al monte. Arriba hay un parque con vistas maravillosas de la ciudad y un bar/restaurante/albergue con chimenea los inviernos, más que acogedora. Y otro paseo diferente: subir a Begoña y entrar en el más sagrado templo de los bilbaínos de pura cepa. Y en el entorno te espera Vizcaya, Iberia verde.

Razón 4: comer. Qué os voy a contar de la cocina vasca. Como he anotado al pasear por Vitoria, aquí comer forma parte de la cultura y la forma de entender la vida. El listado de sitios es infinito, muy en función de cada bolsillo aunque de media os anticipo que no es una ciudad barata para comer fuera. Eso sí, se ofrece calidad de verdad. El casco viejo es más de pintxos y paseo por bares. En el Ensanche están las propuestas más modernas.

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