Pesadillas alemanas para el 'Noir USA'
El título de esta entrada es una obviedad, es bien sabida la influencia del expresionismo alemán en el cine negro americano, pero a veces conviene echar una segunda mirada a las cosas para reafirmarse o no en algunas de esas eternas verdades cinematográficas, desgraciadamente pocas, o no las suficientes, veces puestas en cuestión; aunque sea tan sólo para acabar ratificándolas, como es el caso.
Todo empezó con un nuevo visionado en HD de Man Hunt (Fritz Lang, 1941) seguido por otros de Ministry of fear (Fritz Lang, 1944), Secret beyond the door (1948), The Big Heat (1953) y ya en SD de The Blue Gardenia (1953), Beyond a reasonable doubt (1956) y While the city sleeps (1956). Podía haber seguido con The Woman in the window (1944) y Scarlet Street (1945), pero estas dos últimas las he visto no menos de una docena de veces, así que preferí terminar el breve repaso a esta etapa de su carrera con su último noir americano. Aunque conocida y recorrida con asiduidad a lo largo de mi vida cinéfila, la obra de Lang no deja de agigantarse en la memoria y a cada nuevo visionado. Volver a ella es siempre un ejercicio de clarificación conceptual, dado que Lang jamás introdujo ni una sola idea de puesta en escena que no sirviera cinematográficamente, y a menudo de la mejor manera posible, a la historia que estaba narrando.
Lang hace buenas las palabras que Tavernier y Coursodon le dedicaran, y además nos ayuda a entender mejor la naturaleza pesimista, feroz y genealógicamente alemana de un noir que en realidad sólo podía ser entendido y desarrollado por aquellos que venían del país que iba a poner en marcha la maquinaria para la aniquilación masiva y programada de seres humanos. Según Tavernier y Coursodon:
“Pretender definir a Fritz Lang en unas pocas líneas sería presuntuoso, desmesuradamente presuntuoso. Cabe entonces dejarse tentar, bien por el camino polémico -destrozar esta o aquella película (...)-, bien por una actitud escolar amontonando los habituales lugares comunes, pues es casi imposible explicar porqué las obras maestras de Lang son obras maestras, sobre todo para críticos que siguen aún tomando por dirección lo que en realidad son problemas de composición, astucias de montaje, mientras olvidan lo más importante: el movimiento dinámico, vital y analítico que ésta infunde al conjunto del relato.
Pero ocurre que Lang, poco a poco, irá arrinconando todo tipo de efectos (...), a medida que pasan los años irá renunciando a todas esas búsquedas hasta llegar a una depuración cada vez más austera, una desnudez visual cada vez más profunda. Y que no se nos hable de una sobriedad propia del cine norteamericano. Fritz Lang es un alemán, un emigrado, algo perceptible no en unas cuantas ideas diseminadas aquí y allá, sino en la forma misma como contempla Norteamérica y a sus personajes, en la manera de realzar ciertos ambientes.
Pues esta depuración visual (...) se corresponde con una depuración moral, incluso con una sequedad crítica absolutamente pesimista. El itinerario estético y moral de Fritz Lang coinciden exactamente (...). Obsesionado por la noción de culpabilidad, rechazará cada vez más firmemente las coartadas sociales que puedan justificar ciertas acciones.“
Si aceptamos que Lang es con toda seguridad la referencia y la cumbre absoluta del noir norteamericano, y que la semilla de sus conquistas en el cine de aquel país más que plantada, había germinado ya con exuberancia y belleza en M (1931) y en Das Testament des Dr. Mabuse (1933), estaremos en mejores condiciones para rastrear algo que se pueda aproximar -en su tono, en sus intenciones, en su concepción arquitectónica del espacio y la luz concebidas desde esa visión lúcidamente pesimista sobre la condición humana- a las cimas alcanzadas en el género por este verdadero coloso.
La primera parada la haremos en un austriaco: Otto Preminger. He de decir, de entrada, que salvo River of no return (1954), Bonjour tristesse (1958) y Anatomy of a murder (1959), me gusta y me interesa muy poco el Preminger posterior a Angel face (1953). Como bien apunta Jonathan Rosenbaum: “Big subjects and promote parlour debates in which the intrigues serve an increasingly pedagogic -and occasionally even propagandistic- function (...). Without denying the stylistic, psychological and narrative interest of such films as The Court-Martial of Billy Mitchell (1955), Exodus (1960), Advise and Consent (1962), The Cardinal (1963), In Harm's way (1965) and Hurry Sundown (1967), it must be acknowledged that on thematic level -the level on which they are ostensibly presented- they rarely proceed beyond the intellectual level of Reader's Digest”.
Centrémonos pues en los seis títulos noir de Preminger que cimentaron su prestigio: los cinco para la Fox [Laura (1944), Fallen Angel (1945), Daisy Kenyon (1947), Whirpool (1949) y Where the sidewalk ends (1950)] y el que rodó para la RKO (Angel Face). Descartemos Laura, cinta sobrevalorada y que sigue sobreviviendo gracias a su prestigio mitómano, y Daisy Kenyon, en realidad un melo con elementos noir, al que no ayuda mucho la presencia de, la a menudo insoportable, Joan Crawford. Angel Face, impactante en un primer visionado, gracias sobre todo al personaje de Jean Simmons -manipuladora patológica de manual que sin embargo distrae a Preminger demasiado del resto de elementos que contribuyen a hacer de un noir un noir-, acaba por resultar infinitamente menos interesante que los otros dos, probablemente las verdaderas cumbres de la filmografía de Preminger y dos portentosos ejemplos de las raíces centroeuropeas del noir USA: Where the sidewalks end y Whirpool. Ambos poseen atmósfera, descenso a los infiernos y personajes que intentan subvertir el estado de las cosas: manipulando pruebas, engañando al subconsciente; creando una realidad distorsionada, un estado de cosas que ha comenzado a deslizarse peligrosamente en el onirismo, en el caos, en la locura. A su lado, Fallen Angel, que tiene no pocas virtudes, se queda a medio camino de estas dos auténticas pesadillas, que sin embargo, a diferencia de las obras maestras langianas, aún siguen creyendo, especialmente en el caso de Where the sidewalk ends -antítesis, en su final, de Beyond a reasonable doubt, con la que comparte protagonista, Dana Andrews- en la redención del ser humano.
Si queremos seguir tirando de esa cuerda hay que continuar con los emigrantes alemanes en USA y el camino nos lleva a Robert Siodmak. Se podrían citar varios Siodmak, pero para lo que nos ocupa me interesan fundamentalmente dos, y ninguno de ellos es su famoso The Killers (1946). Me estoy refiriendo a Phantom Lady (1944) y Criss Cross (1949). La primera podría formar un estupendo díptico con Murder is my beat (1955) lo que nos acerca a otro austriaco, Edgar G. Ulmer, autor de la inolvidable Detour (1945). Tanto Ulmer como Siodmak han saboreado el mismo veneno que Lang y Preminger y conocen muy bien que eso que nos empeñamos en llamar realidad es tan sólo un artificio, fácilmente manipulable, que puede saltar en mil pedazos a poco que las fuerzas oscuras que guían los destinos se confabulen en nuestra contra. La incerteza de las certezas asumidas, la sospecha de lo que se cree libre de toda sospecha, la duda de aquello que se esconde tras las puertas cerradas de nuestro subconsciente, de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestra familia, de nuestra nación, del mundo y la sociedad tal como los concebimos.
Los cineastas americanos (Aldrich, Brahm, Dassin, Foster, Fuller, Hathaway, Lewis, Losey, Mann, Ray, Walsh, Welles, etc. [1]), e incluso otros emigrados europeos (Hitchcock, Ingster, Ophüls, Maté o Tourneur), se adentraron en el género con la caligrafía aprendida y, muchas veces, con fogonazos de auténtica maestría, pero lo suyo fue ya otra cosa. Probablemente tan sólo Hawks, en The Big sleep (1946), comprendiera realmente de qué demonios estaban en realidad hablando esos fugitivos alemanes y austriacos que se habían asomado al abismo, que habían anticipado los verdaderos rasgos de ese nuevo orden que se levantaba al otro lado del Atlántico.
[1] Nota Bene: el olvido de las incursiones en el género de Huston, Mankiewicz y Wilder, entre otros, es de todo punto premeditado.
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