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El último de la fila vuelve a 'Jugar a guerra en la selva'. Una visión personal

Manolo García (i) y Quimi Portet durante la presentación del nuevo álbum de El Último de la Fila, Desbarajuste piramidal', el primero desde 'La rebelión de los hombres rana'. EFE/ Fernando Alvarado

Ana Belén Ramos

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Hace 25 años que El último de la fila se separó y, cuando ya todos nos habíamos creído eso de que no iban a volver (nos costó veinticuatro años), se han reunido en un estudio para renovar nuestras esperanzas y han grabado Desbarajuste piramidal, un disco de versiones de una excelente selección de sus canciones.

Yo me he puesto el disco de fondo (“Y en la ciudad, la noche canta). Así, sin darle mucha importancia, al fin y al cabo: ¡que 25 años no son nada! La música ha empezado con su murmullo y yo me he hecho la dura, Insurrección (con qué otra canción iba a empezar este recopilatorio), Ya no danzo al son de los tambores, Mar antiguo… La primera sensación que he tenido es la de estar escuchando las canciones del Último a través de un túnel muy largo, llegaban desde lejos, distorsionadas por el tiempo y por el espacio. No suenan igual. He estado a punto de enfadarme, los seguidores de la pareja catalana nos sabemos al dedillo todas sus modulaciones, estas canciones no son las mismas, vienen del río del tiempo.

Hasta que ha sonado No me acostumbro, que se ha presentado, a pesar de los cambios, más auténtica que la original, y me ha hecho tener que admitir que las versiones me estaban gustando. Ha sido, paradójicamente, su novedad la que ha conseguido que el pasado se haga presente: no he podido por más que regresar a aquella época en que sonaba No me acostumbro en nuestro radiocasete (“Tan lejos los recuerdos de días felices y extraños”).

Éramos muchos, estábamos los grandes (que antes habíamos sido los más pequeños) y los que eran ahora los pequeños, en los túneles. Habían comenzado a hacer aquella autopista y los túneles que la oradaban se convirtieron en nuestro rincón secreto. Los chicos llegaban a veces en moto cruzando el arroyo. Pusimos una gran tabla en la construcción circular y allí nos reuníamos, ya no sé quién de nosotros llevaba la radio. Uno de los amigos siempre quería poner Dire Straits, pero nosotras solo queríamos escuchar al Último, mi primer amor sacaba los acordes y nosotras pasábamos las siestas rebobinando las cintas hasta conseguir entender todas las palabras y copiarlas (“Pero yo te prometo inventar, un lenguaje nuevo para ti”).

Después las cantábamos y siempre era verano. Bebíamos calimocho y nos tumbábamos. Mostrábamos desdén por todo aquello, escuchar el Último, beber, hacíamos como que nos aburríamos, sonaba la guitarra, cantábamos, pasaban las horas y no sabíamos que aquellos momentos mezclados con las letras del Último eran el paraíso. Tampoco sabíamos que el paraíso es un lugar de paso.

La noche anterior a aquel día concreto que recuerdo en los túneles, mi amor me dio el primer beso (“porque esas flores raras crecen en las aceras para ti”). Y de vuelta a la casa, nos retrasábamos del grupo para besarnos en cada uno de los puentes. Había muchos. A la mañana siguiente dormí hasta las doce y después de desayunar a toda prisa, salí corriendo (“paso al ansia de vivir”) hasta los túneles donde estaban todos, y recosté mi cabeza en las piernas de mi amor y sonaba Llanto de pasión.  

En aquella época, si reuníamos el dinero para la entrada, todavía podíamos ir a los conciertos de Manolo y Quimi (Astronomía razonable, La Rebelión de los hombres rana), discutir cuál de los dos componentes del grupo era mejor, escuchar un nuevo disco, esperar a que pusieran en la radio la primera canción (“Vestido de hombre rana te vendré a buscar como van todos los novios a sus novias a encontrar”). Pero un día nos cayó encima la realidad: ¡El Último de la fila se separa! (“Desde que tú te has ido se ríe de mí la soledad”). Con el tiempo, también mi primer amor y yo nos separamos.

Así pues, 25 años después, nuestro grupo favorito planta este álbum en nuestro presente, un álbum que es nuevo y remoto, un Mar antiguo con su fresca espuma que nos explota inesperada en los tobillos, recordándonos tardes de canciones bajo el sol, sobre la hierba, la banda sonora sobre la que hacíamos el amor por primera vez en las montañas más inocentes que recuerdo (“Vuela el viento, espuma del mar”). El último de la fila sigue siendo el mismo…, quizá mejor, porque llega recién hecho.

Y es que estas canciones no tienen que pasar la prueba, son ellas las que nos ponen a prueba a nosotros; después de tantas pérdidas, algunas victorias, demasiadas separaciones y ciertos honrosos reencuentros: decidme, ¿hemos dejado atrás la juventud que nunca debe desaparecer o somos capaces todavía, como Quimi y Manolo, de jugar a guerra en la selva?

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