La “contra-memoria” y sus escraches en Córdoba
Amigos y asociaciones memorialistas de Córdoba me informan con frecuencia de diversos desatinos (faltas de respeto) que cierto conservadurismo cordobés suele llevar a cabo, de manera mediática, con evidente desprecio a la historia de la guerra civil, desprecio a las víctimas y elemental falta de un mínimo espíritu crítico respecto al golpe militar de 1936, con el denominador común de la contumacia y de la obstinación. Los actores golpistas de 1936 jamás han pedido perdón a España, por la ruina causada. Ni en este país se atreve nadie a solicitarlo. En unas jornadas de historia a las que asistí en la provincia de Huesca, hace unos años, escuché a un ponente esta consideración que no olvidaré nunca: “La derecha francesa, a partir de Charles de Gaulle, ha tenido siempre una tradición antifascista, cosa que no ha tenido nunca la derecha española, como producto de una reconversión del franquismo”.
Lo curioso del caso es que, lejos de la discreción, este neo-conservadurismo irredento se presenta sin tapujos ante la sociedad española haciendo “escraches” ante la cara de todos, con las efigies, biografías o hagiografías de los golpistas de 1936, muchos de ellos con las manos enrojecidas. La impunidad con que los trató la Transición llevan a estos descaros. Lo de Tejero fue una consecuencia de esa impunidad, un gran “escrache” a la democracia.
Pues bien, el 17-11-2013, Florencio Rodríguez, en el Córdoba, nos “escracheó” con una gran foto del dictador, para recordarnos el “Día del Caudillo”, o para lo que fuera. Ahora, recién, se publica una Guía de Arquitectura Contemporánea en Córdoba, en la que incluyen al rejoneador Antonio Cañero, con esta leyenda: Antonio Cañero combinó su maestría en el rejoneo con su actividad pública como concejal y benefactor de la ciudad.... ¡Pero vamos a ver! En una Guía de Arquitectura sobran los toreros y, más que nadie, sobra Cañero. ¡No se puede desconocer de esta manera el pasado de cierta gente! Por una razón: porque hay que respetar a muchas personas y a muchas víctimas: las 858 de hoy y las 140.000 de ayer.
Antonio Cañero fue todo un protagonista del fascismo cordobés, organizando el “Escuadrón Cañero”, con todos los caballistas, capataces y señoritos de la capital, cuya misión era colaborar con las columnas militares, en las primeras semanas, en sus excursiones a los pueblos, que como es sabido terminaban en un baño de sangre. La primera actuación del “Escuadrón Cañero” fue en Almodóvar del Río, el 23 de julio de 1936. Después, muchos lugares más. A finales de julio, el “Escuadrón” recibió la misión de “limpiar la sierra de marxistas”, por lo que hacían razzias por las Ermitas, El Brillante, etcétera. Otra misión era evitar que se evadiera gente de izquierdas de la capital, corriéndolos a caballo (Véase mi libro El genocidio franquista en Córdoba, p. 190). La fama siniestra de Cañero llegó a la zona republicana, y un poeta anónimo (Pepe Tito), con grandes cualidades de rimador, publicó este poema, de evidente gracejo y acritud:
Cañero,ya que has caído tan bajo,ponle una moña a Cascajoen lo alto del lucero.Entre los cuernos fascistasCañero rejonea.Entre cornudos de pistala jaca caracolea.Capitán de chulería,señorito picador,si afino la puntería,no habrá rejoneador.Llena las calles de Córdobacon regodeos de los finos;fascistas de a caballoentre escuadrón de asesinos.Majadero de cuatro patas,caballista de tronío,comandante de las ratas,traidor de mucho sonío.Todo lo debes al pueblo;hasta tu nombre, Cañero.Prepárate a devolverlenombre y vida, majadero.Pepe Tito, uno de Caballería, Venceremos, Jaén, 30-8-36).
Pero están apareciendo cosas mucho más graves que estas andanzas fascistoides de Antonio Cañero. Los “escraches” en la puerta de la democracia menudean cada día. Y ahora, nada menos con la figura de “Don Bruno”. Pero antes, considero oportuna esta cita de los familiares de las víctimas: “Yo no he oído a nadie decir que se olvide el Holocausto, que se olvide el ‘tren de la muerte’ que iba a Auschwitz, que se olvide lo de Pinochet... Sin embargo, en España hubo que correr un tupido velo, olvidar a todos nuestros familiares, olvidar las penas y las angustias, y todo lo demás. Aquí, no sé por qué, hay que olvidarlo todo, y borrón y cuenta nueva, ni siquiera se pueden buscar responsables, y hasta les parece mal esto (la exhumación)”. Así declaraba, en 2003, Clara González, que tiene a cuatro tíos suyos en la fosa de Piedrafita de Babia (León).
Cuanto se acaba de decir es aplicable a otro desafuero con que nos acabamos de topar: un extenso artículo sobre un criminal de guerra aún más escandaloso: “Bruno Ibáñez Gálvez, de oficial de Infantería a represor”, de Francisco Asensio Rubio, de la UNED... ¡Ahí queda eso: con la UNED de por medio! El autor es otro mistificador sinuoso, justificador y dulcificador (por supuesto, adulterador de la historia), de manera que a su biografiado lo llama “represor” únicamente. Un represor, por ejemplo, es un guardia que arroja pelotas de goma contra una manifestación. Pero aquí no estamos hablando de pelotas de goma, sino de 4.000 víctimas, hombres y mujeres, maestros, obreros, médicos, poetas (José Mª Albariño, Rogelio Luque), profesores, científicos (como don Sadí de Buen), arquitectos (Enrique Moreno)... y diputados demócratas (Martín Romero, Antonio Bujalance, Garcés, Dorado Luque, Acuña... más el propio alcalde Sánchez Badajoz), a todos los cuales, por miles, “Don Bruno” se llevó por delante en Córdoba capital, a partir del 18 de julio. Hacer “historia” de este criminal de guerra elevado a la enésima potencia desborda los límites de la palabra escándalo. El autor trata de explicar la psicología peculiar de “Don Bruno” para ser “represor”. No se esfuerce el señor Asensio: lea simplemente El alma de los verdugos, de Baltasar Garzón y Vicente Romero, donde queda en evidencia que un verdugo se fabrica sólo con tres elementos: una fanatización ideológica, un clima de total impunidad creado por sus superiores y una demonización de las víctimas. Los verdugos de Franco no son locos, sino que surgen a miles como hongos en toda España, bajo las tres motivaciones dichas. Los criminales de guerra daban un beso a sus niños por la mañana, se iban a los cuarteles a matar a mansalva y luego regresaban a casa cansados y fornicaban con la “oficial” o con la “extra-oficial”. Y al día siguiente, vuelta a la consumación del genocidio. La impunidad absoluta es la conditio sine qua non de la criminalidad franquista. El señor Asensio busca un pretexto para la criminalidad de “Don Bruno” en Córdoba, y fue que los “rojos” detuvieron a sus hijas en Ciudad Real y les cortaron los pechos en plena calle, lo cual es una absoluta estupidez. Este profesor de la UNED incurre en algunas frases totalmente intolerables: “La contienda le convirtió en un protagonista insigne de la España de Franco” (p. 215). Por supuesto, siempre se refiere a los franquistas como los “nacionales”. Y por supuesto, en el artículo no hablan los familiares de los 4.000 asesinados. Se les obvia. Por tanto, en este mal ejercicio, la historia ha dejado de ser magistra vitae, para ser magistra criminis.
Este artículo sobre “Don Bruno” ahonda en graves heridas: la aberración histórica de presentar a los verdugos como normal objeto historiográfico. Biografiar al genocida Bruno Ibáñez en Córdoba capital es lo mismo que biografiar a Rudolf Hess, o a Goering o Himmler ante los hornos de Auschwitz. A estas aberraciones nos ha llevado en España el pacto de silencio de la Transición: a seguir respetando a los verdugos y a seguir humillando a las víctimas. Es el sempiterno ejercicio de la chulería de los que nunca han sido reprendidos por la democracia ni por la “justicia transicional” ni tuvieron su Nuremberg. Ahora se desata en España el neo-discurso neo-conservador de la era de los desmadres de todo tipo, donde se ha dejado de distinguir entre lo tolerable y lo intolerable, y se ha borrado esa raya que separa lo honorable de la desvergüenza. Entre las cosas y causas de un país las hay de sobra para dar contenido a la labor de los historiadores. Lo que se no se puede es malbaratar la labor historiográfica, rebuscando en los desechos de la sociedad, cuando esperan miles de causas nobles dignas de la labor investigadora.
Considero oportuno terminar con unas sabias declaraciones de Jorge Semprún, reconociendo que, por muchas leyes de memoria histórica que se hagan, la memoria que se ha impuesto es la de los vencedores: “La memoria histórica sigue todavía dominada por los vencedores, todavía es la memoria de los vencedores. En España nadie sale a manifestarse porque se abra un proceso de beatificación de eclesiásticos... nadie sale a protestar por los curas vascos que han sido fusilados por el franquismo, ni porque no haya ”beatificación“ de los otros muertos. A la gente todo esto le parece ”normal“, lo aceptar. Eso es todavía un rescoldo, un resabio de la dominación absoluta que han tenido sobre la memoria del pueblo los vencedores, que han impuesto su memoria y su visión de la guerra civil. Hoy está discutido en los libros que no fue así, pero en la memoria colectiva siguen todavía dominando los vencedores”.
Francisco Moreno GómezHistoriador.
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