Coronavirus económico
José Manuel Gómez JuradoHistoriador de la Universidad de Córdoba
La comunicación política nos ha enseñado que miedo y esperanza son las dos emociones que de forma más activa participan en las formas de actuación humana. Estamos asistiendo a un momento de shock, de pánico generado por algo que es hasta cierto punto real, pero que esconde detrás muchas otras verdades que no somos capaces de alcanzar a ver, ni a oír. De igual forma que cuando te encuentras en el salón de casa y en un momento determinado aparece algo muy interesante en la televisión y tienes intención de escucharlo, pero el resto de las personas que están allí siguen gritando a pesar de que pidas por favor, un poco de silencio. El Coronavirus o COVID-19 ha generado sin duda un problema de salud, se trata de una enfermedad molesta, que resulta peligrosa especialmente para aquellos grupos vulnerables compuestos por personas mayores e inmunedepresivas, pero que, en sí, tiene una tasa de mortalidad baja. En China los datos que arroja la OMS son de entre un 2 % y un 4 % de mortalidad, pero fuera del gigante asiático, las cifras no superan el 0,7 % y, en el peor de los casos, podríamos estar hablando de una estimación total de un 3,4 % de tasa de mortalidad, pese a que muchos expertos ya han apuntado que se trata de una sobreestimación que no tiene una gran base de fundamento. En cualquier caso, se trata de una cuestión sin duda preocupante, que se debe tener en cuenta y que seguro nuestras instituciones públicas sabrán atajar solución efectiva en un espacio relativo de tiempo. Pero como se puede comprobar, no se trata de una enfermedad letal, 4 de cada 5 casos de coronavirus son casos leves.
En ese caso, por qué el pánico resulta tan desorbitado, a quién beneficia esa generalización del miedo, esa narración a tiempo real de los casos de infección y muertes, por qué no existen matices en muchos de los titulares que leemos, ya que no es lo mismo escribir: “alguien ha muerto por coronavirus,” que “alguien ha muerto con coronavirus.” No me gustan las teorías conspirativas, como ha afirmado Santiago Alba Rico en uno de los artículos más interesantes que he leído sobre este tema, hay gente que prefiere pensar que existe una mano humana detrás de la epidemia que, aunque desde el mal, tiene el control de lo que está ocurriendo. Esta pandemia (que quiere decir que es una epidemia que se da en varios países) no creo que tenga control ahora mismo por parte de nadie, no es la antesala de una III Guerra Mundial bacteriológica ni nada que se le parezca, en otras palabras, se trata de algo no humano que no para, a su vez, de humanizarnos.
Pero sí que para muchos de los poderes económicos ha significado una coartada, intentaremos desgranar algunos de los sucesos que han ocurrido desde que todo este revuelo copó portadas y debates en los medios de comunicación, apartemos aquello que hace sombra para poder alumbrar un poco el paisaje.
Siguiendo de nuevo el artículo de Santiago Alba Rico, desde que apareció el coronavirus especialmente en Europa ya no pasa nada, no hay muertes por hambruna, no hay refugiados intentando pasar la frontera y policías griegos machacándolos, no hay violencia machista, no hay fascismo en Europa, no hay nada. O sí.
Si algo ha demostrado el coronavirus es la fragilidad del sistema, un sistema capitalista que en pocas horas multiplicó de manera exponencial el precio de las mascarillas en Italia por su conocida ley de oferta y demanda. Además, hemos visto en estos días una caída de la Bolsa, que curiosamente llevaba vaticinándose desde hacía tiempo, o es que no se acuerdan de los debates de las últimas elecciones generales en las que permanentemente se mencionaba la recesión económica. Una fragilidad que responde a la paralización o ralentización de un sistema que existe en tanto que crece, sino se desestabiliza y se hunde, algo que además siempre repercute en el deterioro del nivel de vida de las clases trabajadoras.
En China, donde según las autoridades ya se ha estabilizado la situación, hasta tal punto que ayer no se contabilizó ni un solo contagio, estamos asistiendo a un control férreo de la ciudadanía donde, según nos contaba hoy Lily Kuo en The Guardian, los ciudadanos y las ciudadanas tienen que presentar un código QR para poder acceder a su trabajo o a su domicilio. Lo peor de todo es que los testimonios afirman que no saben cuando va a concluir ese control, es como una especie de experimento de ver el “límite, si es que lo tiene” la ciudadanía del control impuesto, como una novela distópica tipo 1984 de George Orwell.
Por su parte en España, hemos visto a la patronal catalana pedir facilidad para el despido de trabajadores para luchas contra el COVID-19, el documento que presenta Pablo Casado el lunes al gobierno en el que contempla, entre otras curiosas medidas para hacer frente a la pandemia, “cancelar la contrarreforma laboral y garantizar la flexibilidad de las empresas” ese término que hemos visto que suele ser sinónimo de facilidad para despedir. Son toda una serie de 10 medidas en las que solo se habla de economía. Vox fue, como acostumbra, más tradicional y con un infectado en sus filas y el acto en Vistalegre el domingo, optó por el oscurantismo y la acusación al gobierno de que sabían que estaban “ocultando información”.
Lo que puede parecer aún más indignante desde el punto de vista puramente humano, es que, sumida la población en este shock y sin prácticamente espacio para reaccionar, la responsable del BCE, Christine Lagarde, nos advierte de que, sino se toman medidas, de nuevo, económicas contra el virus, se puede repetir una crisis como la de 2008.
El sistema capitalista se ha mostrado siempre con un cariz inhumano. Para que una parte de la población viva bien, otra parte del mundo debe ser saqueada y explotada. Además, necesita crisis sistémicas, que cada vez se están produciendo con un margen de tiempo menor entre una y otra, para aleccionar y recortar derechos.
Pero a pesar de esta suerte de distopía, podemos mantener cierto espacio para el optimismo de la voluntad. Ante la ineficiencia de la sanidad privada para atajar la pandemia, la sanidad pública se ha demostrado garante de nuestra salud y, a pesar de los recortes sufridos durante años, los profesionales públicos han demostrado capacidad sobrada. Existe una solidaridad y empatía en el ser humano que desactiva el miedo y activa la esperanza. En Madrid por el cierre de las escuelas hemos visto carteles de personas ofreciendo de forma gratuita los cuidados de sus hijos para aquellos trabajadores y trabajadoras que no pudieran hacerlo.
Debemos convertir ese miedo que nos atenaza, que nos empuja a ir como locos y locas a los supermercados a comprar como si estuviéramos preparándonos para un ejercicio de autocontrol o autocuarentena, para reflexionar sobre las oportunidades que nos deja este movimiento de las estructuras capitalistas. La fragilidad que muestra el sistema nos puede indicar cuáles son las claves y hacia donde pueden ir las esperanzas de cambio a un sistema más humano, que cuide y nos ampare a todos y a todas.
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