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Testamento vital

Juan José Fernández Palomo

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A pesar de los esfuerzos de la consejería del ramo, algo de igualdad, salud y políticas sociales, sobre lo de tener en cuenta las últimas voluntades (“registro de voluntades vitales anticipadas”, le llaman) me atrevo a copiar aquí las mías, con la esperanza de que, a través de Cordópolis, sean aún más difundidas que en la propia web de la administración.

Son voluntades sencillas, deseos, que para su mayor comprensión dividiré en cuatro simples apartados.

1.- En lo referente a la entrega definitiva de la cuchara y el momento unplugged:

Es mi deseo no molestar. Es posible que no fallezca de un disparo certero -mi esperanza-, así que puedo sufrir eso que llaman “agonía”: un coñazo tanto para el que la padece como para quien, desde fuera, la sufre. Por lo tanto, si así fuera, en lo posible me gustaría que no se demorase. Acepto drogas, como siempre; pero en su justa aplicación, también como siempre. Apelo a la sostenibilidad, tanto energética como profesional de los trabajadores, su salario, sus turnos, sus derechos y su actitud laboral y personal al respecto. Obviamente yo no estaré en circunstancias como para discutir y no tendré el conocimiento suficiente para ello. Me fío de su criterio.

2.- En lo referente al funeral o ceremonia de despedida:

Me gustaría que, con mi cuerpo presente, en una sala austera, se interpretara un arreglo instrumental del himno del Barça con ritmo de vals (un chelo, dos violines y una viola sería lo suyo) en directo y, a continuación, se disparara desde cualquier aplicación sonora la versión del año 94 que Franco Battiato hizo de su canción Un oceano de silenzio.

Sé que es difícil; pero lo ideal es que nadie de los presentes llorase. Considero que es mejor llorar sinceramente por el dolor de los vivos que hacerlo por la paz de los ausentes. Pero entiendo que es fácil confundir estos términos.

3.- En lo referente al legado:

No habré acumulado muchas cosas, pero sí haré algunos apuntes sobre a dónde deberían ir a parar algunas. Tengo tres camisetas de mi club de fútbol favorito, una es de la marca meyba, de los años 80, me la regaló mi madre, es como la que vistió Maradona. Ésta debe ir legada al museu. Las otras dos me dan igual. Tengo un pelador para rayar calabacines y zanahorias: debería acabar en el cajón de la cocina del piso de alquiler en el que he vivido hasta el deceso. Mi colección de discos de vinilo de The Ramones ha de destinarse a la guardería del barrio: los niños necesitan esa música. Y mis libros de Haruki Murakami han de distribuirse por los bancos del parque, en primavera, para que cualquier paseante los recoja, los curiosee, los vuelva a depositar en el banco o se los lleve o lo que sea.

Si alguien curiosea en el cajón de mis calzoncillos de la mesita de noche encontrará, al fondo a la derecha, una caja con tres preservativos caducados desde 1989. Me han acompañado en todas las mudanzas, siempre he sido un optimista. Estaría bien que fuesen enviados a la siguiente dirección: Plaza de San Pedro s/n. Ciudad del Vaticano. Vaticano. Allí valorarán la donación.

4.- En lo referente a la memoria:

Este punto lo dejo al libre albedrío de los supervivientes. Ellos -y ellas- sabrán lo que hacer al respecto. De ellos depende el olvido o la eternidad. Y en eso no quiero meterme.

Este post ha sido escrito con un brazalete negro en el brazo a la memoria de Luis

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