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MÉDICO, COOPERANTE Y ESCRITOR

Rosauro Varo: “Malgastamos el tiempo con noticias anecdóticas en vez de centrarnos en cambiar las cosas”

Entrevista a Rosauro Varo

Juan Velasco

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En uno de sus artículos en FronteraD, el médico, cooperante y escritor Rosauro Varo (Córdoba, 1982), citaba a Feyerabend: “No hay una sola idea, por absurda y repugnante que sea, que no tenga algún aspecto sensato”. El eco de ese enunciado, que Varo usaba para hablar de los límites de la ciencia, resuena en la cabeza de uno de los lectores de Lugar común (Mixtura, 2022), la segunda novela que ha escrito el médico cordobés, y que contiene algunas de las más trágicas y, al mismo tiempo conmovedoras, páginas publicadas este año.

Es miércoles, poco antes del mediodía, y Varo espera en la plaza de la Trinidad, junto a la iglesia en la que jugueteaba hace tres décadas. Porta una mochila y un rostro ojeroso, que evidencia que acaba (¿o empieza?) de ser padre. La entrevista se ha concertado unos días antes, aprovechando que el médico está en Córdoba por Navidad, en medio de una nueva mudanza (¿un inicio? ¿un final?) que lo devolverá a Rabat, donde vive este Doctor en Medicina por la Universidad de Barcelona, que ha ejercido en países como India, Perú, Costa Rica, Sudáfrica, Malawi, República Centroafricana, Mozambique o Marruecos.

Hijo del doctor Antonio Varo y de la editora Elena Cobos, Rosauro ha acabado construyéndose entre tubos de ensayo y pilas de libros. Pero fue en uno de sus viajes como cooperante, hace ya casi una década, cuando comenzó a brotar su literatura. Lo hizo casi para silenciar los disparos que se escuchaban en las calles de República Centroafricana. Hoy, nueve años después, Varo ha ficcionado aquella y otras experiencias en su última novela, que coloca en una situación terrible a una cooperante negra criada en Barcelona que ha acudido a un ficticio país africano buscado un imposible: encontrar la pureza de la raíz de quien sólo conoce la esquizofrenia de la multiculturalidad contemporánea.

Un libro que es tan hábil esquivando tópicos sobre África como lanzando preguntas sin respuesta sobre un sistema postcolonial que vive anclado en las dos D: la decadencia y la dependencia. Dos cualidades, a su vez, que también valen para hablar de una Europa que está mutando, tiñendo su piel pálida de negritud, sin saber muy bien todavía cómo afrontar este proceso.

PREGUNTA. Tengo que comentarte, como dato curioso, que cuando he planteado la entrevista, lo primero que nos han preguntado en Madrid es si eras el otro Rosauro Varo

RESPUESTA. Claro (Se ríe) Te tengo que comentar que una vez recibí un email de Alfonso Armada, cuando empecé a trabajar en FronteraD, y me dice: “Felicidades por tu nombramiento como consejero del Grupo Prisa”. Y yo: Alfonso, creo que no. Ese es mi primo. 

P. O sea que te ocurre mucho.

R. Joder, si me ocurre… 

P. ¿Se ha leído el libro?

R. Estuvo en la presentación en Madrid, en Tipos Infames. O sea, ¿que se han venido arriba en elDiario.es?

P. Imagínate. Y una vez desvelado el misterio, pues al siguiente tema.

R. (Se ríe)

Uno de los ejemplos más bochornosos sobre la vigencia del racismo es la tragedia de la valla de Melilla

P. He querido quedar por esta zona, ya que por aquí nos conocimos tú y yo hace ya unas cuantas décadas, como alumnos trinitarios. 

R. ¿Hablamos de décadas, sí no?

P. Unas pocas, sí. ¿Qué te nace, cuando pisas estas calles?

R. La verdad es que, cada vez que vengo a Córdoba lo vivo con mucha nostalgia, pero no es una nostalgia triste. Creo que, por mucho que me haya ido de Córdoba y esté viajando, la siento muy viva. Tengo a mi familia aquí, a mis amigos... Y, con todo lo que me muevo alrededor del mundo, Córdoba sigue siendo mi referencia. Entonces, cuando paso por estas calles, me siento como en casa. Me gusta muchísimo, la verdad, sí sí.

P. En el libro hablas de lo que supone viajar, en parte desde la idea romántica de encontrarse a uno mismo, pero muy rara vez se habla de lo que supone un viaje de vuelta a casa para quien está fuera.

R. Lo de encontrarse a uno mismo, he pensado mucho en eso. Y en realidad no hace falta irse a ninguna parte para encontrarse a uno mismo, aunque eso te facilite las cosas. Te facilita ciertos procesos, porque estás más aislado y más sólo. Pero, verdaderamente, con el tiempo, pienso que uno se puede encontrar donde esté, que no hace falta salir ni poner un pie en la calle para eso. Dicho eso, creo que nunca había pensado en la vuelta, porque en realidad nunca se vuelve al mismo lugar y siempre queda algo tuyo donde has estado. Y te vas quedando en terrenos grises, en terrenos fronterizos, que a mí me interesan mucho. Pero es verdad que tu identidad y tus recuerdos se van conformando de una manera muy diferente y en la vuelta tienes que lidiar con que has visto mundo, has visto cosas muy diferentes, que la gente está en su vida y tú en la tuya, que es muy difícil explicarlo, y que la gente no tiene por qué comprenderte. Y hay que ser muy paciente a la hora de que se vayan equilibrando las vivencias que vas teniendo tanto en la ida como en la vuelta.

P. Y la foto que dejaste cuando te fuiste se ha movido sin ti. 

R. Claro, todo cambia. Además, hay un punto egoísta. Tú vas, quieres cambiar, como tú dices, quieres encontrarte a ti mismo y seguir, digamos, mutando y progresando, pero en el fondo quieres que cuando vuelvas las cosas sigan siendo lo más parecido posible. Esto es una quimera y una estupidez. Las cosas cambian en todos lados.

P. Recuerdo que cuando éramos unos nenacos por aquí, siempre parecías tener muy claro lo de la medicina.

R. Tengo claro lo de la medicina desde pequeño. Como sabes, tanto mi abuelo, un tío mío, mi padrino, dos primos y mi padre son médicos, y la verdad es que recuerdo haber querido ser médico desde siempre, aunque no por un proceso racional. Pero sí, siempre lo he querido ser.

P. Aparte de herencia, ¿qué es la medicina para ti? 

R. Pues tampoco soy yo un médico apasionado de la medicina, porque para mí, en el fondo, la medicina, más que un fin es un medio. A mí, lo que me ha permitido la medicina es acercarme a mundos y realidades que de otra manera no hubiera podido conocer. Tener la oportunidad, por ejemplo, de llegar a Latinoamérica, después a África, pasar consulta o introducirte en un hospital. Lo que avanzas en el conocimiento, no sólo de la medicina, sino de la cultura, de la sociedad, de los individuos, de las personas, creo que lo que aporta la medicina en ese sentido, pocas cosas te lo puede dar. Más allá del propio acto médico, de la propia fisiopatía o de la propia idiosincrasia de la medicina.

Las sociedades africanas cada vez son más complejas

P. Por tu forma de ser, no estarás muy de acuerdo conmigo, pero yo sí que os inscribo a ti y a tu padre en esta especie de tradición que hay de escritores médicos cordobeses y que va bastante atrás en el tiempo.

R. Ah, no me importa. Encantado. Si se escribe y se es médico, no tengo ningún problema, porque ha habido muchos: Bulgákov, Chejov, William Carlos William, Lobo Antunes… En el culo del mundo, de Lobo Antunes, no sé si lo has leído, pero lo tuve como referencia en esta novela. Yo no tengo problema con que me encasillen ahí, puesto que, salvando las distancias, soy médico y escribo, claro.

P. Yo me iba incluso más allá, a Maimónides, Averroes… 

R. Pues me cuesta más entender a Maimónides y a Averroes, pero por distancia en el tiempo, pero también. En Marruecos, hablas de Maimónides y Averroes y los conoce todo el mundo. 

P. Y aquí no los conoce casi nadie.

R. Allí son unos referentes culturales de primer orden. 

P. No sé si has visto La conjura contra América. Está basada en un libro de Phillip Roth y ahí un rabino recomienda La guía de los perplejos, como algo totémico para la filosofía del judaísmo. 

R. Pues no la he visto.

P. Me pareció muy curioso que tuviera que ser una serie de HBO la que reivindicara algo que escribió un cordobés hace mil años.

R. Supongo que por la tradición cristiana lo hemos anulado, pero sí, ocurre. 

P. Tu padre me decía hace unos años que la medicina y la literatura eran un sustento, aunque sólo se ganaba la vida con la medicina. ¿Eso también lo has heredado?

R. Hombre, ganarme la vida con la literatura ni me lo planteo. Es algo dificilísimo y, además, no sé ni si querría. Porque estoy, creo, en una buena posición: trabajo en una cosa que me gusta, que me permite desarrollarme y escribir lo que quiera, cuando quiera y como quiera. No aspiro a eso ahora mismo.

P. ¿Cuánto hay de juego? 

R. Muchísimo. La literatura me permite llegar a todo lo que no me puedo permitir en el día a día: en las relaciones personales, en las familiares, las laborales… Cuando entras en la literatura o el arte, entras en un acto de impostura. Y a mí, esa libertad que te permite la página en blanco de poder poner o escribir lo que uno quiera, me llena muchísimo. 

En España pecamos de simplismo, pero no sólo con África, sino en general

P. Es curioso, porque antes hablabas de que tu literatura tenía peso científico. ¿No es la inspiración o el juego poco científico?

R. Es que creo que los mundos del arte y la ciencia no están tan alejados como parece. Incluso a la hora de tener ideas a nivel científico también hace falta un poco de inspiración. Yo no creo que sean campos tan alejados, me parece que es una diferenciación que yo cada vez veo menos nítida. Necesitas un trabajo continuo. Nadie escribe bien o pinta bien si no es con un método y un esfuerzo constante. Y eso pasa también con la ciencia. Y a mí, me ha servido todo lo que he aprendido, toda esa metodología científica, para poder traspasarlo a la hora de escribir, a la hora de gestionar unos horarios, de marcarme unos objetivos, a la hora de ser riguroso con lo que estoy haciendo, a la hora de corregir el texto, a la hora de entender cada palabra con la que va delante y la que viene detrás… Creo que en la literatura, cada palabra importa, y eso es algo muy científico.

P. ¿Cuándo nace el escritor? 

R. Pues el escritor, a veces, no llega a nacer nunca. Yo creo que hay que aspirar mucho para que eso pueda llegar a pasar. Yo no sé si he nacido o naceré como escritor, pero lo fundamental es el trabajo, el esfuerzo, la dedicación y el sacrificio.

P. Pero, ¿cuándo brota ese deseo de escribir, que no de publicar, que son dos cosas distintas?

R. Recuerdo haber escrito casi desde pequeño. Pero, el mayor deseo, cuando yo me recuerdo de verdad escribiendo, que es cuando publico el primer libro de cuentos, que se llama El embudo, fue cuando trabajé con Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana, durante los meses que estuve en la guerra civil, en los ratos que teníamos libres y los domingos que teníamos de ocio, y que yo los dedicaba a escribir. Y fue la primera vez que yo vi que estaba haciendo un libro. Y, desde entonces, desde el 2013, no he parado. Pero sí, creo que aquella sensación de tensión extrema -voy a decir de miedo, no me importa- que pasé en República Centroafricana hizo brotar la literatura. Fue un miedo muy físico, pero supe canalizar ese miedo y fue bastante importante para mí.

P. ¿En qué momento decidiste que, en vez de quedarte en Córdoba y tener una vida desahogada como pediatra, era mejor idea irte a conocer enfermedades tropicales?

R. No sé cuándo decidí complicarme la vida, pero lo cierto es que me gusta complicármela. Ya lo has visto en este libro también. Tenía claro que me quería ir desde que empecé a estudiar la carrera de Medicina, pero, durante la época de residencia me estuve formando en temas de medicina tropical y aprendiendo francés, y justo cuando terminé, me fui. Esperé al momento en que terminó la residencia para irme, pero lo tenía decidido desde que estudiaba en la facultad. 

P. En Lugar común dices que ser valiente tiene más que ve con que no te paralice el miedo que con tener miedo, que es algo consustancial. ¿Alguna vez te ha paralizado el miedo?

R. Sí. Me ha paralizado un par de veces, y una de ellas muy físicamente. Una de las veces que escuché un disparo cerca, en República Centroafricana, me quedé paralizado. Totalmente paralizado. Así que sí, el miedo paraliza. 

P. ¿A qué suena un disparo?

R. (Se queda un buen rato pensándolo)

Hay cosas que puedo asumir como parte de una cultura, pero de las que no tengo culpa como individuo

P. ¿Te ha vuelto a paralizar?

R. Sí, es que estoy intentando recordar aquel momento. Intento muchas veces olvidarme de cómo sonaba aquel disparo, la verdad. No es una cosa que me provoque cosas agradables.

P. Desde luego, un disparo en República Centroafricana no suena igual que un disparo en una montería en Villafranca.

R. Quizá el contexto lo cambia. Los sentidos siempre están influenciados por el contexto. Aquel era un contexto de mucha tensión. Entonces, no sé, si escucháramos un disparo en esta plaza, creo que saldríamos todos corriendo con bastante miedo.

P. Yo seguro, cuando tiran petardos, mi perro tiene que calmarme a mí.

R. (Se ríe) Bueno, un disparo suena fuerte, suena seco, suena con mucho eco. Un disparo sigue sonando mucho tiempo después hasta que lo dejas de escuchar. 

P. Hasta que el cerebro es capaz de mutearlo.

R. Incluso cuando estás allí y estás un tiempo escuchando disparos, lo vas poniendo en capas posteriores y lo vas escuchando menos. Uno necesita escucharlo menos, sí.

P. ¿Qué era un AK47?

R. Supongo. Yo no sabía lo que era un Kalashnikov hasta que lo vi en República Centroafricana. 

P. Eso lo cuenta Roberto Saviano.

R. ¿Ah sí?

P. Sí, es el arma favorita de la Camorra. ¿No has leído Gomorra?

R. No. Vaya, si he conocido algo de Saviano ha sido por ti.

P. Pues ahí te cuenta toda la historia del Kalashnikov. No sé si también lo cuenta en Cerocerocero, que va sobre el tráfico internacional de droga. Pero es curioso que exista un rifle con apellido.

R. Es algo brutal.

P. Es un ejemplo de la locura consumista del ser humano, capaz de personalizar algo así… 

R. Un arma de matar. 

P. ¿Hay que ser un poco inconsciente para ser médico cooperante?

R. No recomendaría ser muy inconsciente, pero (se lo piensa)

P. Uno es inconsciente precisamente porque es incapaz o no tiene ganas de racionalizar las decisiones.

R. Sí, claro, uno va tomando decisiones en la vida y no todas son conscientes. Y cuando te vas allí, lo que pasa es que es que eres muy consciente de lo que quieres. Estás muy adscrito a unos ideales, a unos objetivos, a una manera de ver las cosas. Pero, al mismo tiempo, vas más cojo, más inconsciente, sobre muchas de las cosas a las que te vas a enfrentar y, por mucho que lo hayas pensado antes, no vas a estar preparado. Nadie está preparado para convivir a diario con la muerte. A ver que se te mueren niños todos los días no estás preparado, a ver gente muerta por arma de fuego tampoco estás preparado. Y, por mucho que hagas el proceso, hasta que llegas y pones un pie allí, nada te va a ayudar.

Ciertas comodidades o logros sociales que tenemos en Europa no van a poder mantenerse si no es con la llegada de migrantes

P. ¿Cuánto hay de romantización en una labor médica de este tipo?

R. Hay mucho, pero yo creo que es algo necesario, porque es una vida y un trabajo que tiene carencias y, sobre todo, que tiene riesgos. El año pasado mataron a una compañera, a una cooperante madrileña de 35 años en Tigray, en Etiopía. Y la labor del cooperante entraña riesgo. Así que, en cierto sentido, un cooperante necesita romantizar lo que hace, porque, sino, ni a nivel económico, ni a nivel personal, ni a nivel profesional puede que te compense. Hay que renunciar a muchas cosas, entonces sí que necesitas eso. Lo que necesitas, claro, es equilibrarlo. No hay que pasarte con la idealización, pero unas ciertas ganas de luchar por lo que crees hace falta, aunque en el mundo en el que estamos hoy hablar así parezca algo fuera de lugar. 

P. ¿Te molesta que te llamen héroe?

R. O misionero (Se ríe). Bueno, no me gusta. Porque no hay nada más lejos de la realidad. En la cooperación he visto grandes logros y grandes miserias. Quien quiera convertirse en héroe a través de la cooperación está muy equivocado. 

P. ¿Eras más romántico como cooperante la primera vez que te fuiste que ahora?

R. Sí, mucho más. 

P. Pero también lo eras, lo éramos, con todo en general.

R. Claro. Es que uno crece. Es que ahora tengo 40 años y mucho menos pelo (Se ríe). A ver, uno mantiene el poso, pero las cosas cambian. Antes era más romántico y ahora tengo un espíritu mucho más crítico y más maduro, pero sigo creyendo en ciertas cosas que se hacen y en esta labor. 

P. ¿Te han construido estos viajes tanto como tus lecturas?

R. Sí. Las dos cosas. Tanto las lecturas como los viajes te forman y te curten. Lo que tienes es que ser paciente. Si quieres que algo cambie, tienes que ser paciente y hay que dejar que los viajes reposen. Por ejemplo, el viaje a República Centroafricana en 2013, ahora puedo hablar contigo de él de manera más suelta, pero tardé unos cuántos años en poder hablar así. Te diría que tardé cinco o seis años en poder hablar de manera natural y tranquila de aquello. Y encima, una vez vuelto de Mozambique, donde estuve viviendo tres años y medio. Entonces, sí, tienen que reposar, tienes que ver donde están las cosas en las que has cambiado, aunque sigas siendo la misma persona en mayor medida. 

P. ¿Pero hay un abismo entre la página y la realidad?

R. Hay un abismo total. Cuando llegas allí hay cosas que, por mucho que leas a Chinu Achebe o Mia Couto, o por mucho que leas toda la obra de Lobo Antunes, de cuando estuvo en la guerra de Angola, o leas a Chimamanda, cuando llegas allí te vas a llevar el golpe. Y no hay otra que asimilar el golpe. Las lecturas te pueden dar algo de consuelo y mitigar un poco ciertos dolores y momentos en los que andas perdido. Pero es con el pie allí cómo uno va entendiendo las cosas.

P. Tengo la impresión de que es precisamente República Centroafricana lo que te ha traído aquí hoy.

R. Pues no lo sé. Alfonso Armada me lo preguntó varias veces, si Amebia, que es el país del libro donde está Sorongo, era República Centroafricana… Bueno, en el libro he creado una mezcla de todo aquello. República Centroafricana fueron seis meses, pero Mozambique fueron tres años y medio, y ya va para ocho años los que llevo yendo allí. Si tuviera que decir cuál está más pegado a mí, es Mozambique. Tengo una relación de afecto, cercanía y unión más estrecha. Si tengo que hablar en esos términos, es Mozambique. Si tengo que hablar de impacto y del país que me descolocó profundamente, y del que aún hay cosas que no entiendo, podría ser República Centroafricana. 

P. Yo en Sorongo veo más República Centroafricana que el resto de los viajes que me has contado. Entre otras cosas porque de ese no me has contado casi nada, lo estoy descubriendo ahora a través de Lugar Común, quizá.

R. Hay algunas cosas que sí he ido contando en el libro, pero hay otras muchas que me las he inventado. No te voy a decir ahora cuáles son inventadas, para que te creas que soy un héroe (Se ríe)

Quien quiera convertirse en héroe a través de la cooperación está muy equivocado

P. Una heroína, en este caso.

R. Sí, Black Panther.

P. En el libro dibujas una visión de la cooperación al desarrollo que yo la definiría casi como un virus que sólo sobrevive si las defensas de los países están bajas. 

R. ¿Eso digo en el libro?

P. La analogía es mía, pero creo que es bastante similar.

R. Vale, vale (Se ríe). Es que es muy familiar. 

P. ¿Eso lo diría Léa, la protagonista del libro, o lo dice el autor?

R. Bueno, eso lo dice mucha gente. Lo estás diciendo tú ahora mismo. Yo creo que la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria tienen un sentido y que hay que seguir apostando por ella. Creo que es bueno que los gobiernos como el nuestro, que en los últimos años ha aumentado la dotación, siga estando allí. Y no tengo duda de que es necesario. Otra cosa es que, cuando te dedicas a eso, veas cosas que cambiarías, cosas que están mejor, cosas que están peor… Pero yo no me imagino un mundo en el que desapareciera la cooperación al desarrollo en África. Digo de hoy a mañana. Sí que pienso que, por su propia definición, lo ideal es que la cooperación al desarrollo desaparezca a largo plazo. Pero ahora mismo el mundo la necesita. Y no debemos desprendernos de ella.

P. ¿Genera dependencia?

R. Genera las dos cosas, genera dependencia y también muchos casos de independencia. Y, bueno, hay gente que opina que su efecto es más pernicioso que positivo, pero yo creo que es un balance. Por ejemplo, el centro de investigación donde yo trabajo en Mozambique es un centro que, en su parte central, el presupuesto lo paga la cooperación española, y que ahora es una fundación mozambiqueña, que crea ciencia con científicos mozambiqueños y que es independiente. Lo que pasa es que utiliza fondos competitivos de instituciones de Estados Unidos, de Europa, de España… Así que eso crea dependencia y también lo contrario.

P. En ese centro lo que percibo es una adaptación al sistema occidental de desarrollo sanitario.

R. Sí. Así es. El caso de Mozambique es una historia de éxito. Desde que empezó el centro en el año 96 hasta ahora el cambio ha sido brutal. Y los indicadores de salud en la población han mejorado muchísimo. Por decirlo de alguna manera, allí tenemos nosotros ensayos clínicos y estudios de población, y ha mejorado tanto la calidad de vida con respecto a ciertas enfermedades, que para estudios de Malaria, por ejemplo, no hay pacientes, afortunadamente. Tenemos que irnos a otras zonas del país, donde todavía la malaria es un problema, porque allí no lo es, afortunadamente. Y cómo ha mejorado la atención a la infancia en Manhiça, ha sido una historia de éxito. 

P. Precisamente por eso que me cuentas, yo esta parte no la encuentro en el libro. En el libro veo más la consulta de batalla.

R. Claro, es que en el libro, Léa sí que va a Sorongo con una ONG de ayuda humanitaria, que es diferente a la cooperación al desarrollo. En ayuda humanitaria yo también he trabajado, he estado con Médicos Sin Fronteras, y también me parece muy necesaria en determinados contextos. Y eso es una atención individuo a individuo en momentos de carencia extrema. Eso es lo que ella está viviendo allí, en el libro. 

P. ¿Hubo miedo a la hora de usar como personaje principal a una mujer negra, siendo tú un hombre blanco europeo? ¿Has sido un inconsciente, viendo como está el patio?

R. (Se ríe) No, he sido muy consciente de ello. A la hora de la publicación del libro, sí tuve cierto miedo a lo que pudiera generar. Pero mi editora y mi editor me dijeron que no, que estuviera tranquilo, que el libro se explicaba por sí mismo. Y que entendían que la literatura es un ejercicio creativo -yo también lo entiendo así- en el que yo puedo aspirar a representar cualquier identidad. Además, muchas de las decisiones que he ido tomando respecto a la protagonista han sido mucho menos trascendentales de lo que parece. Fue una mujer porque en la anterior novela era un hombre; es del Sur de Senegal porque había estado allí y conocía bien aquello; primero quise que fuera antropóloga y luego pensé que era mejor que fuera pediatra porque me iba a facilitar las cosas… O sea, muchas de las decisiones han sido por comodidad mía a la hora de la creación del personaje. Pero, por otro lado, no veo ningún problema en que cada uno utilice los personajes que quiera, del género, la raza, la condición y la clase que sea. Yo no hablo en el libro en voz de las mujeres negras criadas en España. Yo he creado un personaje y eso es todo. 

Nadie está preparado para convivir a diario con la muerte

P. De hecho, a la historia le va muy bien. Tengo mis dudas de que el personaje hubiera vivido el mismo periplo si fuera un cooperante blanco. Creo que ser negra y occidental la coloca en África en un lugar todavía más periférico.

R. Claro, es lo que te he dicho antes sobre los seres fronterizos. Es una palabra que usa mucho Mia Couto y me gusta bastante. Ella es de madre francesa, padre senegalés, o sea, madre blanca y padre negro, lo que me permitía un juego literario muy rico. Me permitía situarla en una zona de nadie. Porque, aunque fue criada en Barcelona, no era parte de aquello, y ella tiene una idealización de África que la lleva a pensar que va a encontrar sus orígenes. Y, cuando llega allí, descubre que tampoco es su mundo. Es de esas personas que, a lo mejor tiene una identidad más rica en matices, pero menos sólida en la esencia. Y eso me interesa mucho. 

P. Y, al mismo tiempo, desdibuja la imagen que tiene el común mortales por aquí sobre un cooperante como un ser de luz blanco y occidental.

R. Eso es lo que se piensa, pero no es la realidad. Yo he trabajado con argentinos, con gente de Burkina Faso, con gente del Congo, de Marruecos… Hay de todo.

P. La constante, en cualquier caso, es que las mujeres siempre pagan el pato. Eso sí está en nuestras lecturas y en tus realidades.

R. Bueno, estamos en un mundo que todavía ha asumido un cambio real a nivel de género. Sí se están dando muchos pasos y creo que, en la lucha en la que estamos, se ven cosas muy positivas, pero sigue habiendo graves problemas. Y cuando la protagonista llega a África se los encuentra todos de frente. No creo que ella pague como mujer en genérico, pero ser mujer la condiciona mucho allí. 

P. Incluso, antes de partir, ya fantaseaba con el peor de sus futuros en África precisamente por ser mujer.

R. Es que todas esas fantasías que ella va teniendo están ahí. Cuando yo me fui a trabajar con Médicos Sin Fronteras, te dan una serie de cursos de seguridad, y qué hacer en caso de secuestro. Y la verdad que es algo muy tenso cuando tú tienes que intentar aprender a hacerte una idea de cómo sobrevivir en una situación de esta naturaleza. Claro, yo pensaba: esta situación es dramática. Pero es que, si eres mujer, todavía es peor. Y, cuando estuve trabajando en República Centroafricana, tuvimos durante un tiempo riesgo de secuestro por la llegada de tropas guerrilleras de Sudán. Y no sólo eso, sino que, en concreto, a mis compañeras, tenían riesgo de violación. Yo he usado ese miedo extremo a la hora de crear a la protagonista. ¿Qué puede dar más miedo que que te secuestre? Que te secuestren y te violen. Eso es lo que le pasa a la protagonista. Que, por otra parte, en las primeras páginas del libro se describe una violación de manera muy explícita, pero que se refiere a un tipo de violación muy específica, sobre la que he leído en los últimos años, que es la violación como arma de guerra.

La primera vez que tuve acceso a este tipo de información fue en 2009, cuando hice un curso de cooperación internacional e hice un trabajo sobre las violaciones como arma de guerra en el Congo, en el que están implicadas todas las facciones militares, incluida la del Gobierno y las Naciones Unidas. Después, seguí leyendo sobre el tema y me topé con eso directamente en República Centroafricana. Pero también he seguido leyendo sobre el tema. Hay un libro sobrecogedor que se llama Nuestros cuerpos, sus batallas, de la periodista Christina Lamb, que ha estado 25 o 30 años entrevistando a supervivientes de conflictos de guerra, y que es la verdad bastante espeluznante. Entonces, ese tipo de violación es la que está en Lugar común. Y es, por ejemplo, sobre la que se ha vuelto a hablar mucho ahora con la guerra de Ucrania. Hay muchos testimonios. Fue en eso en la que basé la construcción del personaje.

P. Al mismo tiempo, usando una estructura hacia atrás, como en la película Irreversible

R. La tuve en mente, sí.

P. Es interesante: plantear la crudeza al principio. Quien quiera, que siga; si sigue hay premio. Y si lo dejas, pues también te has llevado un premio gordo.

R. Pues mira, eso era un doble juego. Por una parte, en todas las presentaciones he hecho el spoiler: a la protagonista la secuestran, la violan y la matan. Primero, por las batallas absurdas que tiene cada uno, y no sé si te pasa a ti, pero es que en los últimos años dices “he visto una película” y te dicen “no me hagas spoiler” antes de decir el título. 

P. Eso es todo culpa de El sexto sentido.

R. (Se ríe) Es que ya no se puede ni dar una clave. Entonces, mi intención es que, quien se quede en el libro, la historia la conozca muy rápido. Y después, jugar más con la forma y el contenido de las palabras que de la historia. Es decir, el libro va desvelando la historia, pero al principio te enfrentas al final y quería ver cómo quedaba eso. 

P. De todos modos, aunque hay crudeza en esa primera parte del libro, en la que narras la violación, también está plagada de pasajes evocadores. Eso, es aterrador, pero traslada bien la idea de que uno puede ausentarse para inutilizar el cuerpo y neutralizar el dolor. 

R. Evidentemente no he vivido una experiencia así, pero la literatura permite hacer ese tipo de ejercicios. Y yo me planteaba cómo funciona una cabeza que convive con esa angustia, ese dolor y ese miedo. Nuestra cabeza no es lineal, entra y sale, hay bucles, respiros, consuelo, esperanza… Todo eso traté de hacer con el personaje. Porque tampoco me podría llegar a creer que nadie sea capaz, durante tanto tiempo seguido, de estar sencillamente cayendo hacia el fondo. Necesita, aunque sea, agarrarse a algo que la haga pensar que puede salir de allí. 

Los mundos del arte y la ciencia no están tan alejados como parece

P. ¿Es difícil esquivar los tópicos a la hora de escribir sobre África? Supongo que ahí has tenido muy presente la doctrina de Wainaina

R. Es difícil, sí (Se ríe)

P. Aunque en la portada sale un mujer desnuda, todo hay que decirlo.

R. (Se ríe) Bueno, Lugar común, el mismo título juega con eso un poco. Creo que es inevitable caer en los lugares comunes. Hablar de lugares comunes en la literatura es un un lugar común. Y no hay que tenerle miedo. En unos se entra más y en otro se sale menos. Pero no creo que haya más tópicos a la hora de hablar de África. Si nos ponemos los dos a hablar del amor, seguramente las cuatro primeras cosas que se nos ocurran a la hora de hablar del amor, serán tópicos.

P. Sí, pero estoy decepcionado con que en una novela sobre África no haya ni un rinoceronte.

R. (Se ríe) Es que se lo habrían cargado unos furtivos. Pero eso no lo dije.

P. La verdad es que yo, leyendo el libro, no podría dejar de pensar en los problemas del primer mundo. Esa especie de neurosis colectiva occidental que estaba por cierto en Plagio, tu anterior libro. No sé si en África se habla mucho de eso que aquí es tan necesario, la salud mental.

R. Pues cada vez se habla más. Cada vez hay más programas. Uno de los grandes temas de la salud global es la salud mental. Y cada vez hay más programas con más gente enfocada a ello. 

P. A nivel global tal vez, pero no sé qué papel puede tener dentro de la medicina tropical.

R. Está empezando. Hay programas muy incipientes y echando a andar. Pero se está empezando a hablar de ello.

P. Aquí, como bien sabes, la salud mental está muy vinculada a la precariedad sistémica. Allí, no se habla de precariedad, sino de miseria o pobreza extrema. 

R. La precariedad y las grandes crisis son norma. Una de las grandes cosas que ha pasado con la pandemia del coronavirus es que, aunque se habló mucho de la repercusión que podía tener en el continente africano. Fíjate cómo son las cosas, es un continente tan acostumbrado a vivir en momentos de crisis -crisis de enfermedades infecciosas, crisis climáticas…-, pues la respuesta de los sistemas sanitarios y las poblaciones de África ha sido bastante buena porque están acostumbrados a vivir en crisis. Dicho esto, también es verdad que esa constante convivencia con situaciones de tensión, sí tiene una repercusión a nivel de salud mental. Y creo que poco a poco, tanto los africanos como los que nos dedicamos a la salud global vamos a hablar cada vez más de salud mental. 

P. Lo que ocurrirá es que, si su horizonte de supervivencia es tan bajo…

R. Es que eso depende del país. Las sociedades africanas cada vez son más complejas. No tiene la misma esperanza de vida una persona de Maputo y otra que viva en Mopeia, en un sitio que tiene infraestructuras muy diferentes. Entonces, depende del sitio, de la sociedad, de la cultura y la persona.

P. Esta muestra evidente de desconocimiento por mi parte, me conduce a la siguiente pregunta: ¿Sabemos aquí en occidente lo que es África?

R. No. Evidentemente no. Pero sabemos mucho. Es que creo que se trata de lo que aspires a conocer. Aquí pecamos de simplismo, pero no sólo con África, sino en general. Las culturas, los continentes, son mucho más complejos de lo que pensamos. Y la realidad, si me pongo ahora en un barrio periférico de Nuakchot, capital de Mauritania, frente a una zona rural de Manhiça, es que es algo totalmente diferente. Y aspirar a comprenderlo es complicado.

P. En cualquier caso es un esfuerzo que conviene hacerlo. Todos los indicadores dibujan un futuro para España más negro. Me refiero, a una mezcla de culturas. 

R. Hay profesionales, como Gonzalo Fanjul, que es el gran experto en migraciones de este país, al menos para mí, que lleva hablando mucho tiempo sobre la necesidad que tenemos de que los migrantes -muchos de ellos subsaharianos- se integren de manera adecuada en el mercado laboral y en nuestras sociedades. Y, ciertas comodidades o logros sociales que hemos tenido en países de Europa, no van a poder mantenerse si no es con la llegada de migrantes. 

El miedo que pasé en República Centroafricana hizo brotar la literatura

P. Lo que hay que saber es que muchas de estas personas tienen educación occidental. Que su educación o sus televisiones están en manos occidentales, y que conocen mejor nuestra historia que nosotros la suya.

R. Bueno, desde África también hay mucha fantasía e idealización sobre lo que es Europa. Sí, lo que les llega a través de los medios no es la realidad, pero sí es cierto que las instituciones educativas africanas están formando cada vez más a mejores profesionales. Muchos de ellos podrán trabajar aquí y otros podrán trabajar en sus propias sociedades.

P. ¿El racismo es el odio más sistémico que existe? 

R. (Se lo piensa) ¿Que el racismo es un odio sistémico? Seguro. ¿Que hay un trabajo de mucho tiempo de justificación del racismo en nuestra cultura? También. ¿Que la imagen que tenemos del negro está totalmente influenciada por las perspectivas históricas, biológicas, científicas que hemos puesto sobre los individuos negros? De eso estoy seguro. Y de que todavía hace daño también. Para mí, uno de los ejemplos más bochornosos sobre la vigencia del racismo es la tragedia de la valla de Melilla. Murieron, como mínimo 20 o 30 personas, hubo 77 desaparecidos, y esa tragedia ha pasado inadvertida porque eran negros quienes murieron. Eso, para mí, es un claro ejemplo de que el racismo nos acompaña. 

P. ¿Te ha aflorado alguna vez el sentimiento de culpa occidental cuando trabajas en estos países?

R. Sí, muchas veces. Hay que lidiar siempre con eso. 

P. ¿Y cómo se lidia con eso?

R. Pues con la culpa se lidia mal, tú lo sabes, que nos hemos criado aquí en la Trinidad (Se ríe)

P. No te creas, que la Iglesia ha hecho el negocio más lucrativo de la historia a partir de la culpa.

R. (Se ríe) La culpa es una mala compañera, como dice Calamaro, pero tienes que aprender a llevarla. Al final, ¿de qué me culpabilizo? ¿Del gran tráfico de esclavos transatlántico? ¿Del trabajo de las instituciones académicas para la biologización de la raza? Pues sí, hay cosas que puedo asumir como parte de una cultura, pero de las que no tengo culpa como individuo. Después, sí es verdad que te ves ciertas actitudes y ciertos dejes que te hacen sentir muy incómodo, porque te crees libre de ellos y no lo estás. Y eso te crea mucha incomodidad. Pero, si crees que estás haciendo un trabajo que vale la pena, tienes que aprender a lidiar con ello.

P. Todos estos movimientos que hay de presentismo sobre la historia colonial, muchas veces me parecen hasta distracciones propias del sistema. Para el sistema es mucho mejor que estemos debatiendo sobre tirar una estatua de Colón, porque así los pueblos no se plantean echar a Repsol o a BP de sus yacimientos petrolíferos. 

R. Pues sí.

P. Me pongo revolucionario, pero es que creo sinceramente que esos debates más superfluos tapan muchas veces lo importante.

R. Yo tengo la sensación de que el foco de lo que hablamos está tan hipertrofiado que ensombrece los verdaderos problemas. Estamos hablando de tirar estatuas, de que un hombre escriba sobre una mujer, nos perdemos con ciertas anécdotas que ensombrecen los verdaderos problemas, que siguen siendo la redistribución de la riqueza, que haya gente que tenga acceso a sistemas sanitarios y educativos de calidad, que haya niños que puedan pasar una infancia segura, que haya mujeres que no sean violadas por el mero hecho de ser mujeres… Creo que los grandes problemas siguen estando ahí. Yo no sé cómo lidiar con eso, porque yo soy partícipe de todos esos temas. Pero creo que malgastamos mucho tiempo con noticias que son más anecdóticas, en vez de centrarnos en intentar cambiar las cosas. 

P. Acabas de ser padre.

R. Hace dieciséis meses. ¿Eso es acabar? 

P. Dímelo tú.

R. No sé, mírame las ojeras (Se ríe)

Un disparo sigue sonando mucho tiempo después hasta que lo dejas de escuchar

P. ¿Ha cambiado tu visión del mundo?

R. Por el momento no. Sigue siendo muy parecida. 

P. Eso es que ya era negra.

R. No, no (Se ríe). No quiero dar la sensación de que tengo una visión pesimista. No sé, una vez en una charla que di en un congreso me dijeron los residentes que se me veía muy triste y muy pesimista. Yo les dije: Sigo trabajando en esto, voy a seguir apostando por esto. Sigo viviendo en Marruecos, estoy pensando en irme a vivir con mi pareja y mi hija a Mozambique. Estoy buscando nuevos proyectos. Por ahora, mantengo la espada en alto y voy a seguir trabajando en que las cosas sean un poco mejor para todos nosotros.

P. A mí, que me identifico con tu visión del mundo, me gusta decir que soy un escéptico en horas bajas, un escéptico con inesperados arrebatos de optimismo.

R. Vale, esa me gusta, me la quedo. Porque además, sino seríamos enfermos terminales. 

P. ¿Te gustaría que tu hija fuera cooperante? 

R. Pues la verdad es que a día de hoy me da exactamente igual. Ni lo he llegado a pensar. No lo sé. Y eso que la herencia es larga. 

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