La fama y el dinero no lo son todo. Tampoco lo es el más amplio reconocimiento, que en ocasiones suele ser muestra de un afecto efímero; huidizo cuando desaparecen el interés y la conveniencia. Ni mucho menos lo es el éxito. Además, ¿en qué consiste? Porque el significado lo elige cada cual. Depende del prisma con que uno prefiera ver la realidad. Sin embargo, la sociedad acostumbra a entenderlo, o considerar como tal, sólo de una manera. Ocurre entonces que resulta fácil la distorsión y todavía más el desconcierto si surge un contratiempo. Y en la perspectiva de la existencia y de lo que reamente importa está el secreto para encontrar la fortuna o sentirlo así. Cada persona tiene en sus manos la felicidad propia. Incluso cuando la suerte es esquiva y destroza los más grandes sueños. Habitual es en deporte que suceda esto último pero quizá no lo es tanto a una determinada edad, cuando el camino apenas empieza. Rendición o superación, son las dos posibilidades para continuar con el guion.
De la decepción o la frustración, o ambos sentimientos, sabe muy bien Rafael Blanco León (Córdoba, 1997). Él guarda en el álbum de sus recuerdos una de tantas historias tras el deporte que merecen ser contadas al menos una vez. Sentado en el banco de un parque, ante unas canastas, parece en ocasiones que quien habla tiene una edad ya madura. Y resulta que tiene 23 años. Recuerda que esa madurez no la da el tiempo sino la vida. O más si cabe el modo de afrontarla. Promesa mayúscula del baloncesto cordobés, hoy por hoy es un joven ilusionado con sus estudios y su futura profesión: la fisioterapia. De las pistas, aun con tanto talento en sus más de dos metros, no forman parte de su día a día hace bastante. Probablemente, quien desconozca su relato, lea con extrañeza. Las circunstancias y su capacidad para rehacerse le traen al presente, que disfruta a base de triples emocionales. “El baloncesto te va a dar muchos buenos ratos pero no te va a dar de comer, y menos en España”, expresa como punto final en el principio de su vida.
Adolescencia feliz en el Real Madrid
Comienza la narración en 2011, si bien hay prólogo un año antes. “Me acuerdo hasta del día. Fui a entrenar, que mi entrenador era Chani, Sebastián del Rey, y me dijo: me ha contactado el director de cantera del Real Madrid, que quieren probarte y ficharte”, rememora. Rafa Blanco jugaba entonces en el Maristas, vivero de baloncestistas en la ciudad. “Hablaron con mis padres y el primer fin de semana que fuimos tenía 13 años. Me enseñaron las instalaciones y les gusté tanto que dijeron: queremos que se quede, y mi madre dijo que no, que ya estaba echada la matrícula en el colegio”, prosigue con el recuerdo. “Seguí en contacto con ellos y fui al final a un torneo en Hospitalet y a la Mini Copa, y durante parte del curso iba prácticamente una vez al mes a Madrid para entrenar con ellos”, añade para llegar, ya sí, a sus 14 y al inicio de una adolescencia tremendamente feliz y de la que mantiene lo mejor: las personas.
Aquel niño, en edad de cadete, dio el salto al Real Madrid, donde coincidió con figuras de relumbrón actualmente. Pero, ¿cómo era vivir tan lejos del hogar? “Es duro. Pero la suerte es que no eres el único con 14 años que está allí. La experiencia que tienes es que estás con chavales que están viviendo lo mismo que tú”, explica. “Muchas veces es duro. No es que hayas tenido un mal día o entrenamiento, es que al final está tu compañero de habitación o ni eso”, agrega. Un hecho éste que en realidad beneficia al ayudar “a madurar y, sobre todo, saber lo que quieres”. Comenzó a crecer de forma que incluso llegó a proclamarse campeón de Europa con la selección española sub 16 o ser considerado una estrella en ciernes. Es en este punto donde muestra su facultad para elegir el significado de cada palabra. “No lo considero éxito. Eso es cuando llegas (a profesional de primer nivel). Al final, un chaval que está en cantera considero que es suerte. Y currar mucho”, asevera cuestionado sobre su reputación aquellos años. “Es verdad que muchas veces cuando llegaba a Córdoba parecía que éramos unas mega estrellas y éramos unos críos. El éxito es Luka (Doncic), los que llegan a LEB Oro, a ACB o a ligas extranjeras”, reitera.
Por suerte, esos chavales de los que hoy se sabe mucho en no pocos casos tenían la brújula en funcionamiento. No les abrumaba la fama. “Nosotros estábamos en nuestra burbuja. Y en el Madrid la formación que me han dado ha sido profesional y de la vida. A mí me relajaban”, comenta. “Si a lo mejor subía algo en Twitter nos lo controlaban un poco y nos decían lo que no era bueno. Nos decían: vosotros tenéis dos manos, una para estudiar y otra para currar”, prosigue antes de sincerarse sentimentalmente. “Yo me lo pasé muy bien. Son años que recuerdo como los mejores de mi vida sin duda alguna. Me preocupaba de estudiar y de jugar al baloncesto, y entrenar en las mejores instalaciones de España. Era un regalo”, afirma. Sin embargo, el destino es caprichoso a veces y con Rafa Blanco lo fue en exceso. Con apenas 18 años iba a sufrir un percance que le condicionaría para siempre.
El dolor de la caída al inicio del camino
Tras unos años de júbilo deportivo y vital, Rafa Blanco tuvo que dejar el Real Madrid para buscar nuevo destino. “El último año, que era junior de primero, jugué muy poco. Tenía una competencia física brutal. El entrenador me dijo: mira, te lo voy a decir claro porque te aprecio, quiero que te quedes pero que sepas que van a jugar incluso los cadetes antes que tú”, recuerda de su conversación con Paco Redondo, a quien tiene gran cariño. “Acabé muy quemado porque llegas de ser campeón de Europa y pasas a no jugar en junior. Pensé incluso en dejarlo, que eso no se lo he dicho a nadie nunca. Me ofrecieron una beca completa en el Canarias Basketball Academy y lo rechacé al ser tan lejos de casa”, expone. Finalmente, optó por enrolarse en el Estudiantes, club con el que padeció el dolor de la caída al inicio del camino.
“Empecé muy quemado, de decir: madre mía, no quiero estar aquí. Me fui encontrando a mí mismo como jugador y cuando mejor me encontraba, el día de mi 18 cumpleaños, me rompí el ligamento”, señala. “Me acuerdo. El 3 de abril por la tarde. Puse un tapón, se me fue el cuerpo hacia delante, caí con la pierna izquierda atrasada y al caer con la derecha adelantada para equilibrar, crack”, continúa. Fue rotura de cruzado y encima a finales de temporada, lo cual dificultaba más la situación. “Recuerdo con mucho cariño mensajes de Jota Cuspinera, que era el entrenador sub 18. Al no estar en el Mundial, había entrado otra vez en la preselección sub 18. Habló conmigo Txus Vidorreta, que era entonces el entrenador del Estudiantes: que no me preocupe, que siga jugando, que soy muy joven”, indica con tranquilidad Rafa Blanco. “Pero me operé y antes de venirme a Córdoba me dijeron en el Estudiantes (la entidad) que no contaba”, zanja.
La gran promesa del baloncesto cordobés, recién llegado a la mayoría de edad, tuvo que estar fuera de la cancha durante casi un año. “No voy a decir que tuve depresión porque no lo era como tal. Fue duro. Me cuidaba pero cogí mucho peso. Recuperé la forma y empecé la siguiente temporada, y bien. Pero desde que me rompí ya no volví a ser el mismo. Jugué siempre con miedo. Es lo que me lastró. Aunque tu cuerpo te diga que sí, tu mente va diciendo: olvídate. Al final lo aceptas cuando ves que no estás al nivel que quieres”, relata de la experiencia. La ocasión de regresar a la pista la halló en Córdoba pero la dicha duró poco. “Tuve la oportunidad, gracias a Dios, de que el BBall contó conmigo. Esaú (Sánchez) me estuvo ayudando mucho en la recuperación. Con Rafa Sanz estuve cuando ya me pude recuperar del todo”, apunta. “Después me lesioné otra vez, mala suerte, y cuando quise retomar ya con Jesús Lázaro (en el Cordobasket), después de un año en blanco, notaba que la rodilla no me daba. Ni la rodilla, ni la cabeza”, sigue en relación a su vuelta efímera a la competición.
Adiós al baloncesto, hola a la fisioterapia
“En ese momento me vuelve todo lo que había pasado y al final es lidiar con tu entorno y que te digan: si no puedes con esto, pues con lo otro”. Así fue: Rafa Blanco, con 21 años, decidió abandonar la práctica deportiva. La nueva lesión fue de menisco. “No fue de la noche a la mañana, fueron muchas cosas. Además de jugar con miedo, siempre he tenido el deseo de jugar lo mejor posible cada vez que venían mis padres. Eso me estresaba y ellos dejaron de ir a verme, no porque no quisieran sino porque les dolía ver que no llegaba. Eso fue un punto de inflexión”, confiesa sobre su prematuro adiós al baloncesto. No dudó en elegir el camino y arrancó el actual. Está cerca de terminar fisioterapia y sueña con el éxito de otra forma: ayudar a los demás, disfrutar con lo que hace y ser feliz con pequeñas cosas, que canta Serrat. “Es lo que me ha enamorado y me ha devuelto la ilusión por querer conseguir metas, objetivos”, asegura al respecto. “Estoy enamorado del deporte y me gustaría centrarme en rehabilitación deportiva”, dice para concluir con entereza que a nivel competitivo “por h o por b no se ha podido”.
Cuenta Rafa Blanco que su carrera no la eligió por las difíciles circunstancias que a él le tocó en suerte. Vino de antes. “Me ha encantado siempre la salud. Yo pensaba en Medicina pero cuando estaba sano dije: son muchos años, compaginarlo y tal. Cuando me rompí, me enteré de que llevaba un año en marcha la carrera en Córdoba”, arguye. “Desde el primer día sabía que era lo mío. Soy muy freak de la fisioterapia y me gusta ver cosas nuevas, informarme. Es verdad que conforme he estudiado he dicho: con todos los conocimientos que tengo, me encantaría poder ayudar a la gente que ha pasado por lo mismo que yo”, apostilla. Además, su trayectoria en la cancha puede ayudarle de cara al futuro. “A lo mejor no me he podido dedicar profesionalmente (al baloncesto) pero las amistades que he entablado me pueden abrir muchas puertas en el mundo laboral”, piensa en voz alta. Porque de su adolescencia feliz y su juventud más complicada le quedan “todos los contactos y amigos” actuales. Y entre ellos está, precisamente, un Luka Doncic.
Mejor que un trofeo: su estrecha relación con Doncic
De sus años en el Real Madrid tiene especiales amistades, las más importantes quizá. “Yo les considero familia y ellos a mí considero que también”, asevera al hablar de Dani de la Rúa, Yusta, Barreiro o Doncic. Todos ellos crecieron en la cantera blanca y ahora mantienen un enorme vínculo. “Al estar tan lejos los unos de los otros, en vez de llamarnos, echamos un rato por la noche charlando y jugando”, comenta Rafa Blanco, quien hace sus pinitos también en Twitch. “A mí Felipe Reyes me apadrinó: ¿Tú eres de Córdoba? Lo que te haga falta me lo dices. Y cuando he ido a Madrid, que Yusta estaba allí, Felipe me ha recibido como si me hubiese visto ayer”, comenta también del irrepetible ala pívot cordobés. “Con Pablo Laso, con Juan Trapero. Los fisios de allí me dicen que lo que necesite se lo diga cuando acabe la carrera”, enumera sus contactos gracias al baloncesto, entre ellos el entrenador madridista también. Con todo, uno es el nombre que sobresale.
“Luka es familia. Mucha gente se sorprende pero llevamos juntos casi media vida, con Yusta y más amigos. Lo bonito suyo es que no ha dejado de ser él por dinero, fama… Luka es Luka y eso mola mucho”. Habla de Doncic, uno de los mejores jugadores hoy por hoy a nivel internacional y que incluso piensa en él para los Dallas Mavericks, su actual club en la NBA. “Me dice: cuando acabes la carrera a ver si puedes venir y te pueden ver cómo trabajas”, confiesa. “Allí es la mega estrella pero se pone a jugar con nosotros y hablamos de todo. Es un chaval normal pero la repercusión que tiene no es la de un chaval normal, sólo eso. Para mí es el amigo”, explica entre recuerdos de sus travesuras durante la etapa de ambos en el Real Madrid. Como que jugaban sin luz en el pabellón hasta las dos de la madrugada. Así, todo final es siempre un principio, más aún cuando guardas lo mejor de los peores momentos.
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