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'Corduba', una de las ciudades más importantes de Tartesos

Recreación de poblado tartésico del Alto Guadiato

Alfonso Alba

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Hace apenas una década que cerró la última mina de Córdoba, en el Valle del Guadiato. La Ballesta extrajo el carbón de una de las últimas grandes vetas de Sierra Morena, un producto tan energético como contaminante y perjudicial por su efecto invernadero. Fue el final de una actividad, la minerometalúrgica, que convirtió a Córdoba en una de las ciudades más importantes de toda la Península Ibérica. Su excelente salida al mar a través del río grande, que primero se llamó Tarteso, luego Betis y ahora Guadalquivir, y su proximidad a unos enormes filones de minerales fáciles de extraer, convirtieron a Córdoba en una ciudad tremendamente rica, que se sobrepuso a crisis, guerras y demoliciones. Y que en época imperial llegó a reconstruirse en mármol tras ser arrasada décadas antes por las legiones de Julio César. Tal era su riqueza.

En el marco del IV congreso Tarteso. Nuevas fronteras, un equipo multidisciplinar de la Universidad de Córdoba, dirigido por el profesor de Arqueología Antonio Monterroso Checa, y con Juan Carlos Moreno-Escribano, Massimo Gasparini, Miriam González Nieto, José Luis Domínguez Jiménez, Agustín López Jiménez y Santiago Rodero Pérez, han expuesto que es precisamente gracias a esas minas del Valle del Guadiato y Los Pedroches que Corduba ya era una de las principales ciudades de Tarteso. No una frontera, como se sospechaba hasta ahora, sino una ciudad principal. El propio título del trabajo así lo califica: El tarteso aurífero de Corduba. Desde el Guadalquivir hacia el Guadiana a través de Sierra Morena y el Valle del Gudiato.

El trabajo se basa, además, en las excavaciones más antiguas y también en las más recientes, tanto en Córdoba y la famosa Colina de los Quemados (el lugar donde presuntamente se asentó la primera Corduba), como en las primeras minas de Sierra Morena y hasta sus yacimientos de contacto con el mundo fenicio de la costa. Uno de los arqueólogos que más investigó la protohistoria cordobesa es el actual jefe de Arqueología de la Gerencia de Urbanismo, Juan Murillo. Y el trabajo más reciente en el que se basa este último estudio es la excavación dirigida por Arqueobética para la construcción de un búnker junto al hospital Provincial, llevada a cabo por Agustín López.

La Colina de Los Quemados

La extensión de la ciudad protohistórica de Corduba sigue siendo un misterio a día de hoy. La historiografía ha asumido que en la Colina de Los Quemados (actual Ciudad de los Niños y parte del Parque Cruz Conde) hubo un asentamiento prerromano. Esa colina se levantaba sobre una especie de acantilado ante un Guadalquivir que entonces fluía más al norte. Un par de siglos antes de Cristo, Claudio Marcelo trazó la Córdoba actual, su Cardo, su Decumano, su foro, sus murallas. Todo a modo campamento romano. En madera, primero. En piedra y mármol después del incendio de César.

Pero el estudio incide en la importancia que ya tuvo que gozar la Corduba prerromana siglos antes de la llegada de las primeras legiones. Es el momento de Tarteso, una rica civilización, en contacto con los fenicios, los comerciantes mediterráneos por excelencia que se instalaron en las tres islas de la antigua Cádiz, que construyeron el templo de Hércules Melkart, y que intercambiaron y negociaron con todas las tribus y poblaciones del Valle del Guadalquivir.

Los fenicios buscaban de todo, pero al suroeste de la Península ibérica llegaron en busca de importantes minerales. Hasta ahora se pensaba que la mayor parte de ellos procedían de las minas de la sierra de Huelva. Pero Sierra Morena es una continuidad de montañas y valles conectadas entre sí. Y el río grande de entonces y ahora la mejor autopista para entrar hasta tierra muy adentro. Y el lugar al que más lejos se podía llegar, en una especie de fondo de cono, es el actual norte de Córdoba y suroeste de Ciudad Real.

“La tierra de Córdoba es una ilustre gran ausente en la reciente construcción de Tarteso”, arrancan los arqueólogos. A día de hoy no se puede excavar en La Colina de Los Quemados, considerada como reserva arqueológica. Y el georradar solo va a descubrir lo que hubo después, un arrabal islámico. Con los trabajos de Juan Murillo y la reciente investigación del hospital Provincial sí que “se ha podido indagar en el interior de esa Corduba prerromana aún tan desconocida”. Y ellos “nos ha permitido hilvanar, discutir y proponer esta nueva frontera o, mejor, incluir a Corduba, con propiedad, en el mapa del Tarteso central”.

Corduba ya tuvo contactos con “el mundo exterior” desde el Bronce final. Se subraya ahora que la llegada de Roma no hizo otra cosa que super basarse a lo que ya había, a que Córdoba era una ciudad de una importancia capital para la metalurgia. Tanto que los romanos, ya en el siglo II antes de Cristo, dividieron la Península en dos provincias. Y Córdoba fue ya capital de una, la Hispania Ulterior. Todas las minas que confiscaron los romanos fueron adscritas también a la ciudad de Corduba.

El platanero de César

La investigación arranca analizando el famoso epigrama cordobés sobre el platanero que plantó Julio César para conmemorar su gran victoria. El texto arranca sin lugar a dudas: “En tierras de Tartesos hay una mansión muy conocida / por donde la rica Córdoba goza del apacible Betis / donde los rubios vellones se doran gracias al metal nativo / y láminas de oro vivo cubren el ganado hesperio”. Tartesos o Tarteso. Pero sobre todo el mineral.

Y se centra en el análisis de los yacimientos arqueológicos que se han hundido hasta los estratos calcolíticos, los del Bronce final. Tanto en La Colina de los Quemados como en la reciente excavación del Hospital Provincial se han encontrado restos desde el Bronce final hasta la época republicana, desde cimientos circulares para viviendas, hasta construcciones ya cuadradas, en las que ha salido material que prueba la importancia económica de la que debió gozar la ciudad.

“Corduba debió gestionar por supuesto toda la riqueza agrícola que permite un valle tan fértil como es el del río Tarteso. Comunicaciones con todos sitios, hacia las costas, Lusitania y la Meseta hacen su emplazamiento aún más relevante. Sin embargo, Corduba, principalmente, debió empeñarse en producir y sacar los fértiles metales de su territorio serrano vía Guadalquivir y vía Málaga. En sí misma fue un centro de producción metalúrgica, como se ha constatado. Aún más allá, territorialmente, Corduba es el borne, el tapón, el final de un embudo que desde La Serena, Alcudia y Los Pedroches se va finalmente cerrando por el Valle del Guadiato y que tiene una única puerta de salida en el desfiladero de Cerro Muriano, en plena caída ya a Córdoba. Corduba abre y cierra su tierra y, con ello, Sierra Morena y la llamada tierra de los túrdulos. Corduba decide sobre toda esa tierra de trasera, que sólo ella, históricamente, hace crecer, menguar o, también, a desaparecer”, relatan los profesores.

De todas las minas de Sierra Morena, “Cerro Muriano y el yacimiento del Cerro de la Coja es, de hecho, el primer gran jalón de producción minera desde el Calcolítico partiendo de Córdoba”. Pero se han encontrado grandes sorpresas Guadiato arriba. Este río es manso entre la actual Fuente Obejuna y el embalse de Puente Nuevo. Entonces debió ser una vía de comunicación para transportar mineral aguas abajo. Después, por el desfiladero de Cerro Muriano hasta Córdoba, a través de lo que hoy es el camino Mozárabe y antes fue la vía romana Corduba-Emerita, probablemente una autopista construida para jubilar la anterior senda tartésica.

Siglos antes de la llegada de los romanos, se explotaban minas. Ahí están las de la Sierra de Los Santos o La Loba en Fuente Obejuna. Pero es gracias a la sequía de Sierra Boyera y a un objeto que está en el museo de Belmez lo que aporta una nueva teoría: el hallazgo de un emporio-santuario de origen tartésico. Ello se sostiene con los trabajos en una excavación una vez que se retiraron las aguas del embalse. Y el hallazgo de un pebetero, un thymiaterion, del siglo VIII o VII antes de Cristo, “que se sale ciertamente de la norma de todos los pebeteros tartésicos e iberos”. Es un útil de liturgia muy similar a los griegos, y parecido a algunos hallados en Siria o en Israel. Pero más parecido a algún ejemplo de los santuarios de Chipre “íntimamente ligados con la metalurgia”. Una especie de lugar en el que santiguar pactos para que puedan seguir extrayéndose buenos minerales, en un santuario que podría ser una sucursal de alguna ciudad costera y que a su vez enlazaría con el Valle del Guadiana, hasta donde también llegaba Tarteso.

“Se colma así un vacío hasta ahora incomprensible en el trasvase de influencias desde el Guadalquivir al Guadiana con este nuevo enclave tartésico de Belmez íntimamente ligado con la explotación y comercio de la minería desde el vientre de Sierra Morena al Valle de Guadalquivir y las costas. Quizás un día sabremos si esos depósitos celebrativos y las sucesivas reconstrucciones del sitio corresponden a abandonos sacros intencionados como nos tienen acostumbrados los casos pacenses; con los que Sierra Boyera comparte, aún con los escasos datos que hay, inspiración espacial en función de la asociación de almacenes, zona destacada y ritos de culto”, concluyen.

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